Hace tiempo, el cuerpo me pide escribir un artículo titulado ‘El periodismo es una puta’. Sin embargo, una charla con una compañera de oficio me ha ayudado a sacar a flote algo que siempre sentiré: me apasiona algo que vivo como una vocación y que para mí va mucho más allá de un simple trabajo. Porque, por mucho que rebuzne bravuconadas y maldiga mil veces el periodismo como una ramera errante en manos de pueriles intereses, no es cierto. Sí lo es que este oficio se enfrenta a una crisis de credibilidad brutal y que nunca como ahora ve amenazada su aparente libertad y autonomía por las servidumbres con las empresas que han comprado su alma, pero siempre habrá periodismo mientras haya periodistas decentes y que, dentro de sus posibilidades, luchen por ser fieles a sí mismos y al ciudadano que está al otro lado, esperando una información rigurosa y constructiva.
Muchos medios son esclavos de distintas estructuras de poder y no lo disimulan; los hay incluso que son portavoces de ideologías políticas y parecen enorgullecerse de ello. Pero, por mucho que esto canse y apriete la soga, no se puede perder la esperanza. Y es que, hay que tenerlo muy claro, sin periodismo no hay democracia; ni convivencia, ni tolerancia, ni solidaridad, ni derechos, ni equidad, ni justicia. Si no hubiera periodistas, el mundo sería una jauría en la que reinara el despotismo salvaje de los poderosos, chulos dispuestos a ejercer a las bravas su derecho de pernada y violar cualquier reducto de inocencia. Estos hoy cometen ya todo tipo de tropelías, pero al menos tratan de disimular mínimamente con el fin de que no aparezca un medio rebelde y saque a pasear sus vergüenzas y corruptelas en público.
Ejerzo una profesión muy especial, que deambula cada día al filo de la navaja. Es muy fácil sucumbir y mirar para otro lado, pero reconforta el ejemplo de los compañeros que van de frente y se creen eso de que se puede cambiar el mundo. Y es que se lo creen porque es verdad: la noticia que dé a conocer la historia de alguien sin esperanza puede hacer que sean muchas las manos dispuestas a ayudar. Yo doy fe de ello. Y mucho más desde que en Haití esto lo comprobé con el alma plena.
Por ello no tengo derecho a escribir jamás un artículo tan rastrero que se titule ‘El periodismo es una puta’. Aunque lo sea en gran medida… Pero no, quedan grandísimos periodistas y ejemplares medios. Y ninguno nos podemos permitir que esto se muera definitivamente. Nos va la vida digna en ello. Y esto es literal.
Escrito esto y para evitar caer en la tentación cuando lleguen las horas bajas, firmo este artículo con un título absolutamente cursi. Pero sincero. ‘I love periodismo’.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA