¡¡¡ Dios nooo !!!!, un herido en la aldea

Estos días, en los que siempre cojo vacaciones, me los he tomado con mucha tranquilidad, pero con muchísima, tanto que no hice nada; pero absolutamente nada, y mira qué paradojas tiene la vida que, justo por no hacer nada, te percatas de todo, como de que no eres necesario para nada… con lo cual me da cierto sosiego pensar que el mundo no depende de mí, que un día creí…

Y así me hallaba, en una paz infinita, en la placidez total, cuando esta se vio alterada por unos gritos de Maruja, mi vecina. Vamos a ver que esto hay que explicarlo. Los gritos de Maruja son especiales. Tú vas a Kazajistan y los oyes; sí, no es que los recuerdes… no, los oyes como si estuviera a tu lado. Y lo mismo los oyes en Kazajistan que en el trayecto en el avión de ida y vuelta por mucho que el aparato esté presurizado y vuele a 10.000 o 120.000 metros, los oyes.

Y así, con los gritos de Maruja, bajé de casa, abrí la puerta y me encontré a su hijo Suso como la estatua de la Libertad, con el brazo en alto, la mano cubierta por un trapo y chorreando sangre… una alegría, vamos. «¡¡¡¡Que se cortou coa sierra, que se cortou coa sierra!!!», gritaba Maruja mientras en Kazajistán se ponían en alerta roja por temor a una invasión. Y fue oír eso de «cortouse coa sierra» y ya me imaginé que Suso se había llevado toda la mano por delante, porque hay que ver como son los aparatos estos, que tienen unos dientes…. como Ana Belén.

Entonces, inmediatamente lo metí en el coche para ir al hospital, la sioux (mi mujer, traductora y enfermera) le ayudó a hacer un torniquete, mentalmente me puse el casco de Fernando Alonso y te lo juro que no sé en cuanto está el récord Oza dos Ríos-A Coruña (unos 20 kilómetros) pero que lo batí… bueno que si lo batí.

Dos horas de operación, otros tantos días de reposo, unas curas… y para casa con su dedo implantado. Y yo pensaba que había ya pasado todo cuando en la aldea empezaron las conversaciones de los vecinos: «¿Y te acuerdas de Lucho, el hijo de Pastora? pues metió un brazo en una trituradora, se quedo sin él y tuvo que arrancar él mismo la camisa que si no va padentro… », decía uno. «Y Toño, el del supermercado, que se llevó tres dedos con el cuchillo… », explicaba otro. «Y Fidalgo… que perdió un ojo… »

Yo no he estado en Afganistán, te lo juro, pero por lo que decían mis vecinos, aquello más que una conversación parecían un parte de guerra: «¡¡¡Fidalgo Piñeiro!!!, sin brazos», «¡¡¡Arturo Ameneiro!!!, sin ojos», «¡¡¡Pastor Rodríguez!!!, sin pies», «¡¡¡Lucho Rueiro!!!, muerto».

Yo escuchaba y no decía nada, que el mayor daño que me hice en mi vida creo que fue con una espinita de una sardinilla que se me quedó clavada por no sé dónde en la garganta y me costaba tragar, que lo llego a decir y además de parecer tonto igual me rebanan al través.

Bueno, pues al final de tanta conversación repetida y repetida día tras días, entre lonchas de jamón, queso y vino, llegué a tres conclusiones: 1- Que para conductor de una ambulancia estoy más que preparado, preparadísimo. 2- Que en mi aldea no hace falta tiritas, o te amputan o no te amputan. Y 3- Que en cuanto oiga el ruido de una sierra me meto en cama, me tapo con las mantas hasta las orejas y con los pies cierro las ventanas y las contras como pueda, no vaya a ser que salte la cadena, me trocee y que un día cuenten: «¿E acórdaste do periodista, que cunha serra… ». Ni hablar.

@manuelguisande

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Manuel Guisande

Periodista y escritor. Premio Xunta de Galicia de Comunicación 2000, Cordorniz de Plata. Autor colección cuentos infantiles Rodribico.

Lo más leído