No más Mentiras

Antonio García Fuentes

Hoy cuando escribo: Hace setenta años, fue el 15 de Mayo de 1952

Hoy hace setenta años: fue el 15 de mayo de 1952

Sí, en el calendario católico, “el día de San Isidro Labrador”; ese día empezamos “a labrar”, con todos los miedos del mundo, “la parcela de progreso que aquella familia circunstancial”, había preparado sólo con dos, disyuntivas; una, salir adelante y triunfar adquiriendo una vida “decente y digna para ser vivida”; y dos, “preparar las maletas y emigrar hacia otras partes de aquella aún destrozada España, de la posguerra de 1936/1939.


Encabezaba aquella crucial aventura, un hombre inteligente y bastante astuto, su esposa y su hijastro, que era yo; y el que con trece años, ya llevaba siete, trabajando, “por la comida y la cama”; y que empezaría a hacerlo mucho más, en aquel, “triunvirato”, donde a mí, me esperaba “un carrillo (carretilla) de mano y de una rueda; y el correr más que un correcaminos, en los múltiples recados de ir a llevar o traer mercancías, para aquel nuevo y pequeño negocio, que nació aquel día”; aquella “Droguería Flores”, que este año ha cumplido setenta años y la que sigue floreciente, gracias a que el que la continuó, “mi hermano Antonio”; la supo llevar a la prosperidad, que entonces ni la soñábamos siquiera; pero que igualmente me sirvió a mí, para llegar a donde haya llegado; y de lo que me considero bastante satisfecho, pues tampoco entonces, “ni yo podía intuir nada de lo muchísimo que había de vivir a partir de entonces”, soportando aquella “carretilla”, que me llenó mis dos manos, “con un cayo corrido en sus palmas”, debido a la dureza y pesos soportados cada día.


Y digo todo ello, por cuanto en aquel “entonces”, mi principio fue, a primera hora de cada jornada, agarrar aquel “carrillo de rueda desnuda de hierro y resto de madera, bajar (mi ciudad es una cuesta) al sitio de, “Puerta Barrera”, allí cargar sesenta kilos de cal viva, y sosteniendo a peso, aquella rudimentaria máquina de transporte, subir a la calle Colón, número ocho, y descargar aquella cal viva, ya bastante cansado y con “la cabeza llena”, de aquellos innumerables, “toc, toc, toc”, que la rueda hacía sonar como un duro tambor, al saltar los adoquines de granito, que a miles había que salvar hasta llegar a destino; después mejoré en el transporte, con “otro carrillo o carretilla”, de dos ruedas, lo que me permitía subir una carga de cien kilos. Destinada aquella mercancía y a la que había que incorporar, muchas veces, “apagando aquella cal para luego poderla vender como ya masa fría, dispuesta para el encalado”; incluso yendo con dos cubos, a un sótano de casa cercana, para traer el agua suficiente, puesto que no había agua corriente en el establecimiento; y así, proseguir en todo lo que había que hacer y que surgiera en el día a día; donde al igual que yo, o de forma similar, mi padrastro, mi madre y yo, “caíamos en la cama más que derrengados”; pero era la vida, “la tabla salvadora” y lo hacíamos todo sin rechistar, e incluso con la ilusión del que quiere hacer… “y lo hace”. Pues la capacidad humana lo permite y simplemente, “se hace lo que se quiera hacer, si de verdad se quiere”.


Y así fueron pasando aquellos primeros años y aquellos trabajos, que a mí me duraron, hasta que con veinte años, alguien “de fuera” me relevó; lo que no me privó de seguir trabajando, a la par de aquellos mayores, que incansables, siempre marcaron ejemplo a seguir. Incluso mi abuela, se unió al esfuerzo familiar, y desde “la retaguardia o intendencia, trabajó duro”.


Entonces ya éramos tres miembros más en aquella “peculiar familia”, formada por dos viudos y tres hijos en conjunto; puesto que luego nacieron dos más; cuyos destinos ya fueron los estudios universitarios y por tanto no formaron, “cuerpo de drogueros y perfumistas” (las droguerías son en España, droguería y perfumería); por lo tanto sus vidas fueron diferentes. La abuela, murió en su puesto, allá por el 13 de noviembre del 1973.


Pero en el intervalo de aquello, hubo “un nuevo camino a recorrer, y que sería el principal de mi vida”; ocurrió en 1955 y cuando un viajante, que por cierto entró cojeando en el establecimiento (pues era cojo) y vino a ofrecer al propietario, una “nueva clase o serie de cremas para los zapatos; y ceras para pisos y otros usos” (Alex, de marca y que aún existe) y que nadie conocíamos en Jaén; pero allí surgió la idea, la chispa; y el destino, me empujó a mis diecisiete años a pedir a mi padrastro, tras ambos saber que aquel hombre buscaba “un representante” para la marca, en la ciudad y sus alrededores. Que este pidiera la representación para mí; yo ya hacía años, que tenía, “minúsculos trapicheos o míseros negocios, de vender algunas cosas a las tiendas de barrio”; pues también la suerte me fue favorable, y en un concurso de los insecticidas “Cruz Verde” y en un espacio radiofónico, “El tres y cinco musical”, logré un premio de mil doscientas cincuenta pesetas, que fue mi “pequeña fortuna inicial, para dedicarme a los negocios comerciales”.

                   Y así fue pasando el tiempo y yo moviéndome como pude (ayudado siempre por la familia difundiendo en el mostrador lo que yo vendía de aquella marca y otras que vinieron después) mantuve en próspero aumento aquel negocio de representante que luego amplié al de viajante; pero antes, había de llegar el, “servicio a la patria que dicen aquí en España”; y que a mí me venía a “guillotinar”, aquellos negocios iniciales; puesto que en el, “sorteo de los mozos a la mili obligatoria y militar”; a mí, me tocó, el servir en África, en alguna de las posesiones que aún mantenía España, allí; y aquello era terrible, puesto que me podría “aislar por casi dos años”, mi permanencia en la Península Ibérica… Llantos de mi madre, que por haberse casado, me “condenaba” a aquel servicio militar, del que, “los hijos de viuda podían librarse por considerarse ayuda para la viudez”; asumido todo por mí y con la pequeña odisea individual (ya cuento algo de ella en una de mis novelas editadas: “1939/1963 – 25 años de lucha en España”) y con la ayuda de la familia y un amigo (Moisés), pudo mantenerse “ralentizado” mi inicial negocio; y por fin, en agosto de 1961, volví de aquella “vida militar”; en la que sólo aprendí, lo bien que guisaban mi madre y mi abuela, lo limpio que estuve toda la vida bajo su tutela, y lo sucio que pude estar en aquella “mili”, asquerosa, donde en el campamento de instrucción (Álvarez Sotomayor, de Almería y donde hoy se acuartela parte de la legión) estuve los, “ciento dieciocho días más sucios de mi vida”, puesto que no nos daban el agua necesaria para tener un aseo decente, a los más de siete mil “quintos”, que allí fuimos llevados para aprender, “como se sirve a la patria”.


Volví por fin; ¿pero cómo volví? Pues volví con un complejo de inferioridad que me costó enorme esfuerzo vencer; puesto que, como “máquina militar” y acostumbrado de las palabras… ¡”A sus órdenes, mi superior! O a las otras no menos ofensivas de… ¡Póngase firme que le habla un superior! Aunque este fuese un pobre reenganchado, cabo primero, “más bruto que un arado”; sí, algo conté en aquella citada novela, pero habría materia para varios cientos de páginas más; pues hasta hubo suicidios en aquel destartalado regimiento (Artillería 32) donde fui a parar, ingresado por la fuerza de “las leyes”.


Pero todo fue superado y continué en la “vida libre”, que había elegido y donde, fui siempre, “mi propio jefe y por tanto no tuve que firmar nómina empresarial a ninguno otro”; de aquellos principios miserables de aquellos negocios de pacotilla, terminé edificando varias docenas de viviendas, dos hoteles, uno de los cuales y hoy en manos de mis hijos, cumplirá su medio siglo, el próximo octubre, tras ser reformado tres veces y reedificado la última de ellas, por lo que sigue siendo, lo que fue en principio, “un mediano hotel dotado con todo lo necesario para los tiempos modernos, en su modalidad de sólo hospedaje; hoy complementado con el desayuno, precisamente para difundir nuestra riqueza provincial, o sea, “el único aceite del mundo, cuál es el de aceituna, mal denominado de oliva”; por toda esta vida de trabajos, que me llevaron antes de los treinta años, a tener la tensión alta y luego mucho después, a vivir tres infartos y llevar, media docena de “muelles” (Stem) en las coronarias; recibo de “mi patria”, algo más de setecientos euros mensuales, como paga de jubilado “autónomo”, pero es que yo le pago anualmente, más al Estado que él a mí (“vía impuestos ya confiscatorios”); gracias a mi férrea administración de lo que supe ganar en la vida, sin haber pisado jamás un tribunal para dar cuanta de mis negocios; todo lo cual me permite, “seguir siendo mi propio jefe, y el que me paga mi producción literaria, que seis veces en semana, envío a mis lectores, en forma de estos artículos”, amén de infinidad de otros que archivo, junto con libros, que imagino, “jamás verán la luz de la imprenta”; pero pese a todo estoy conforme con lo que ha sido mi destino; el que espero completar con “nuevas realizaciones”, si la vida me acompaña con la fuerza que aún mantengo; y con esa confianza ya espero la muerte, “que espero como pago, sea piadosa y por tanto rápida en llevarme”: Amén. Y que así sea.

Antonio García Fuentes
(Escritor y filósofo)
www.jaen-ciudad.es (Aquí mucho más)

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Antonio García Fuentes

Empezó a escribir en prensa y revistas en 1975 en el “Diario Jaén”. Tiene en su haber miles de artículos publicados y, actualmente, publica incluso en Estados Unidos. Tiene también una docena de libros publicados, el primero escrito en 1.965, otros tantos sin publicar y mucho material escrito y archivado. Ha pronunciado conferencias, charlas y coloquios y otras actividades similares.

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