González-Sinde, la Dama BoBa

(PD).- González–Sinde no será nunca Carmen Calvo, pero apunta maneras. Carece del desparpajo irrefrenable, de la simpleza sin lagunas y de la intemperancia agreste que convirtieron a su añorada antecesora en carne de leyenda. Carmen Calvo era, igual que el París de Hemingway, una fiesta perpetua.

Afirma Tomás Cuesta en ABC que de Ángeles González-Sinde no cabe esperar alardes de gracejo -de grazejo- a la hora de repartir mercedes entre la Cofradía de la Santa Zeja. Su única misión es atizar el sectarismo haciendo astillas la caja del dinero y amplificar las voces de los tenores huecos.

Dar vía libre al mamoneo «tête-à-tête» (o sea, teta a teta) y promover el griterío a pierna suelta.

De la nueva ministra pueden decirse muchas cosas -y casi ninguna buena-, pero hay que reconocer que títulos le sobran para integrarse en el Gobierno. No quedará por títulos, aunque sean de crédito. Sin olvidar, tampoco, que, pese a su juventud, ha presidido una Academia -la del Cine, nada menos- cuyo prestigio internacional sólo es equiparable al de nuestra Federación de Béisbol.

Vamos, que González-Sinde es una profesional solvente, capaz de revestir con galas metafísicas las subvenciones a destajo y el descarado limosneo. Basta con aplicar las tesis de Descartes a la desvergonzada rutina del pesebre. «Pienso, luego existo», sostenía el autor de «El discurso del método».

Para pasar al «Existo, luego hay pienso» -que es la contraseña de la intelectualidad del régimen- basta con farfullar discursos navajeros y apalear al oponente sindescanso, sindecoro y sindecencia. Sin darle un respiro a la sindéresis.

Al cabo, habrá que convenir que Carlos Marx acertaba de pleno al decir que la historia -lo mismo que el cartero- siempre llama dos veces. En primer lugar, asoma la tragedia. La farsa viene luego.

«Cuando oigo hablar de la cultura echo mano a la pistola», rezaba la patética «boutade» atribuida a Hermann Goering. «Cuando oigo hablar de la cultura echo mano a la chequera», podría replicar, fardando de reflejos, el ingenioso Rodríguez Zapatero. Y, cosas veredes Sancho, no estaría mintiendo. Después del drama, el sainete.

César Antonio Molina -a César lo que es de César- no transformó en un horno crematorio la Casa de las Siete Chimeneas. Discutibles o no (quién esté libre de pecado, etcétera, etcétera…), en el conjunto de sus decisiones el criterio se ha impuesto al dogmatismo estéril.

Es más, únicamente por haber puesto en su sitio a la abuela Regàs-qué-dientes-tan-grandes-tienes, habría que erigirle un monumento. Mas, alguien que no ha acabado de creerse que Almodóvar sea la reencarnación de Billy Wilder y Sabina un trasunto de Quevedo, acaba como acaba: pasándole el testigo a una Dama BoBa, con la venia del señor Lope de Vega.

Urge aclarar -por si las moscas y por si las mosquitas muertas- que Ángeles González-Sinde no por ser BoBa es mema. El término BoBos, en jerga postmoderna, designa a un sector social en el que fusionan los valores «bourgeois» y los «bohemians». BoBa es, por tanto, una burguesa a pie juntillas con un toque de ajenjo.

Lo que es una bobada es estrenarse mentándole a Freud el superego.

«La cultura genera bienestar», González-Sinde, «dixit» (hasta el «pixie» aún no llega). ¿Y «El malestar de la cultura», dónde nos lo metemos? Claro que si aludía a los monises, a la pasta, a los talegos, la cosa es diferente.

¡Bienestar a raudales, invita el ministerio! Y Teddy Bautista que lo vea.

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