Un reality show que deja en «cueros vivos» a los políticos argentinos

(Valeria Perasso/BBC Mundo).- «Aquí están, 19 de nuestros queridísimos políticos», grita al micrófono el conductor más popular del programa más visto de la televisión argentina.


Marcelo Tinelli, voz y rostro familiar para todo aquel que haya prendido aquí la televisión en los últimos 20 años, da paso así al segmento de humor político que no sólo hace reír a muchos, sino que también tiene en vilo a la primera plana política del país.

«Gran Cuñado» es un reality show… de mentira. Y en esa aparente contradicción se esconde su probada eficacia: un grupo de comediantes se convierte, por un rato, en las caras conocidas (y cuestionadas) del escenario del poder real, encerrados en una casa para una forzada convivencia.

Hablan y gesticulan como si fueran ellos, los funcionarios y dirigentes de carne y hueso. Se pelean como en la vida real, pero sin mayores consecuencias que la risotada calculada. Tejen y destejen alianzas, y muestran sus fidelidades y servilismos, exacerbados en pos del efecto cómico.

Por algunas horas, y desde la comodidad de sus hogares, los televidentes tienen el poder en sus manos: el de llamar para decidir quién debe ser expulsado y quién sigue en la contienda. Al menos, en la contienda de ficción, no en la que se librará en las urnas en pocas semanas.

El programa, que parodia al globalizado «Gran Hermano», salió al aire 48 horas después de que se dieran a conocer las listas de candidatos para las elecciones legislativas de junio.

Esperado por muchos y temido por más de uno, el segmento cómico se ha convertido en un arma de campaña en la Argentina pre electoral.

Teléfonos que arden

El gobierno y la oposición están preocupados por «Gran Cuñado», aunque sonrían y festejen los cinco minutos de fama de sus álter egos detrás de las máscaras.

Los medios argentinos afirmaron que, en los días previos a la primera emisión, hubo llamadas de última hora a la producción para tratar de influir en las caracterizaciones, para cambiar guiones o ajustar maquillajes.

Y no sólo fueron pedidos de clemencia: también hubo quienes quisieron garantizarse un lugar en la casa de ficción, a sabiendas de que un retrato cruel es mejor que la indiferencia.

«Cuando se supo que volvía el programa, comenzaron las llamadas, las presiones y los pedidos. Me consta que hay funcionarios que llamaron, e incluso el ex presidente (Néstor Kirchner) habría pedido lisa y llanamente que la saquen (a la presidenta Cristina Fernández, su esposa)», relata a BBC Mundo el periodista político Edi Zunino, quien publicó detalles de los cruces telefónicos en el diario Perfil.

En la productora Ideas del Sur, autora del envío y de la que Tinelli es dueño, niegan las presiones de los hombres del poder.

«No recibimos pedidos, de ninguna manera. Es una decisión estricta de producción», asegura Pablo Prada, uno de los dos responsables de la emisión.

¿Ustedes dicen que nadie los llamó? Porque se dijo de varios casos…, insiste BBC Mundo.

«Obviamente, hay gente que pregunta, desde la curiosidad, cómo lo vamos a hacer. Cada personaje está dentro de un partido político y preguntan…», acota su par, Federico Joppe.

Televidentes y votantes

Las primeras emisiones del programa confirmaron lo que muchos habían anticipado: que la versión 2009 de «Gran Cuñado» estará a tono con el clima de campaña feroz que tiene atento al país entero.

El Néstor Kirchner de ficción, con un ojo estrábico hasta la exageración, tiene el pecho cruzado por una banda que parece presidencial pero es, en realidad, la del club de fútbol de sus amores: Racing Club.

La oficialista Nacha Guevara, actriz, cantante y candidata a diputada en la vida real, es una versión plástica de Eva Perón. El vicepresidente Julio Cobos se muestra indeciso y al borde del llanto, y el magnate opositor Francisco de Narváez es un metrosexual simpático.

Ahora bien, ¿es posible que un programa diario sea un factor de peso a la hora de moldear la imagen de un político antes de una elección?

Los expertos en comunicación política no dudan un instante en dar la respuesta: el humor en formato reality, como cualquier otro discurso mediático, apela a la opinión pública y tiene, en potencia, la capacidad de modificarla.

Para muchos, «Gran Cuñado» es campaña política pura mudada a la televisión para millones de espectadores-votantes.

Y vaya si Tinelli tiene alcance: sus programas son históricamente los de mayor nivel de audiencia, rozando los 40 puntos de rating, que son unos cuatro millones de personas frente a la pantalla, o casi 10% de la población argentina.

«En una realidad donde muchos piensan que nada ocurre si no ocurre en televisión, Tinelli tiene un poder importante», opina el periodista Zunino.

De hecho, otros funcionarios argentinos probaron la receta dulce de este programa de humor… o debieron digerirlo como trago amargo.

El ex mandatario Carlos Menem hizo en el estudio del conductor estrella el cierre virtual de su campaña presidencial en 1995, mientras que su par Fernando de la Rúa culpó al programa del desgaste de su imagen pública, tras su caída del poder en 2001.

En días de campaña, a observadores y televidentes por igual les resulta difícil creer que haya espacio para la improvisación o la casualidad.

El hombre-éxito

Marcelo Tinelli, cara visible y responsable de «Gran Cuñado», es uno de los empresarios más poderosos en la industria del entretenimiento en Argentina.

A los 49 años y con 20 en pantalla, el hombre-éxito de la televisión local conoce bien el terreno y, para muchos, el lanzamiento cronometrado de su sketch de humor, justo cuando recrudece la pelea electoral, no es una mera coincidencia.

Además, el programa se emite por el 13, un canal privado que está en manos del poderoso grupo de medios Clarín, con el que el gobierno libra desde hace meses una batalla abierta. Tanto, que el ex mandatario Néstor Kirchner ha increpado en varias ocasiones a este conglomerado mediático en sus discursos públicos.

Desde la productora de «Gran Cuñado», sin embargo, descartan que el reality vaya a hacerse eco de la disputa, y niegan que tenga la influencia que muchos le atribuyen.

«No sé si es tan así, la gente es muy inteligente y sabe realmente lo que quiere. Esto es una caricatura, no hay una ideología ‘golpista’. De ninguna manera», expresa Pablo Prada, de la productora.

La gran incógnita es saber de qué lado se va a poner la gente: si la del ciudadano o la del telespectador. Si va a votar por la expulsión de los políticos que menos quieren, o van a votar según les haya gustado la interpretación del personaje», le dice a BBC Mundo Claudio Rico, quien encarna a un dirigente «piquetero» en el programa.

Por ahora, la vida de los falsos políticos transcurre sin sobresaltos bajo las luces del set televisivo. Ellos discuten, se enfrentan, hacen reír a veces y llorar de a ratos. Y la gente vota.

Cualquier semejanza con la realidad (política), es pura coincidencia.

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