CARLOS PECKER / PERIODISTA DIGITAL EN LO MÁS PROFUNDO DEL MUNDO MAYA

Crónicas Mayas: Los cocodrilos de Lamanai en Belice

Crónicas Mayas: Los cocodrilos de Lamanai en Belice

Belice es como un mundo aparte dentro del mundo maya. Aterrizamos en una avioneta de 20 plazas en un pequeño aeropuerto y nos inunda una bocanada de calor.

Nada más llegar me asombra que hay muchísima gente de raza negra, que se quedaron aquí desde que los británicos les trajeran para trabajar en la extracción de madera, especialmente del palo de Campeche, para la producción de tinte, y más tarde de caoba. La mayoría de los esclavos negros eran de Jamaica. Los ingleses lograron desembarcar en la zona primero gracias al ataque de los piratas, y después los españoles les cedieron a los británicos un terreno, a condición de que terminasen sus embestidas piratas, que con el tiempo y varias batallas acabaron colonizándolo definitivamente.

En 1981 Belice se independiza de Gran Bretaña, aunque Guatemala reclamó el territorio como suyo y se negó a reconocer la nueva nación. Por lo que voy hablando con unos y otros el conflicto no se ha resuelto todavía, y es posible que parte de Belice pase a ser Guatemala dentro de poco tiempo, cuando se resuelva el reclamo territorial, insular y marítimo que ha pedido Guatemala en la Corte Internacional de Justicia.

El caso es que Belice fue un importante territorio maya, con sitios arqueológicos y templos tan importantes como El Caracol o Lamanai, y la Organización Mundo Maya quiere que conozcamos y profundicemos en esta cultura tan esencial de Mesoamérica.

Aunque el idioma oficial es el inglés, aquí todo el mundo habla perfectamente el español. El clima es absolutamente caribeño, húmedo y caliente, algo que me encanta. Y el terreno ya no es montañoso ni tiene volcanes, sino una extensión plana llena de cañas de azúcar. Me sorprende que apenas hay semáforos en las carreteras, y me dice el conductor que solo hay 10 el todo Belice.

Nuestro nuevo contacto es Edi Herrera Carrillo, un chico tímido y educado, demasiado preocupado por no pifiarla, cuando al fin y al cabo la aventura es eso, no tener controlado lo que te puede pasar, pero Edi no lo soporta.

Nos llevan a un sitio encantador en Orange Walk, el Hotel de la Fuente, de inspiración británica y con una gente muy simpática, especialmente Asiel Domínguez, su gerente y nuestro anfitrión. Tras una corta ducha nos vamos a comer unas excitantes salbutes, un plato tradicional de la gastronomía maya, son tortillas de maíz fritas con pollo pibil, tomate, media crema, repollo, pico de gallo, cebolla con vinagre y chile habanero. De beber, la cerveza de aquí, la Belikin. Todo ello en el `Maracas´, al borde del río nuevo o new river.

Belice es una mezcolanza de culturas y razas diferentes, pero en la música gana por goleada el bachatero Romeo Santos, que suena a todas horas.

Embarcamos en una lancha para ir a ver Lamanai, el tercer sitio arqueológico maya más importante del país. La sinuosa navegación por el río Nuevo es algo magnífica. Nos acompañan garzas blancas y azules durante toda la travesía, un águila azor o hawk eagle pasa por encima con un enorme pez entre sus garras, y el barquero nos acerca a unos árboles que caen sobre el río donde divisamos una iguana verde, aunque yo la veo marrón.

Seguimos buscando el animal que más nos apetece ver, el cocodrilo, pero no lo conseguimos. De repente Ignacio Lino, el barquero que pilota como Fernando Alonso, nos dice que hay uno en la orilla, pero sigo sin divisarlo. Pero Lino nos lo señala con un láser y aparece un enorme cocodrilo que se mueve como una gran serpiente y se mete en el río rápidamente. Ha sido corto pero intenso, bellísimo.

Desembarcamos en el sitio arqueológico de Lamanai (cocodrilo sumergido), donde se encuentra la tercera pirámide más alta de Belice y el lugar donde más tiempo han vivido los mayas, del 1.500 a.C. al S.XVIII, cuando llegaron los ingleses con los negros para las plantaciones de azúcar y la extracción de madera y trajeron la malaria y la viruela con ellos. Murieron miles de indígenas, y los que se salvaron fue porque se trasladaron hacia el Norte, hacia Chichén Itzá, en México.

En Lamanai vemos el Templo del Jaguar, con un precioso jaguar en el frontal; el Templo de los Mascarones, que tiene dos inmensos en la base; y el Juego de Pelota más pequeño que existe, donde los derrotados cortaban la cabeza de los vencedores para ofrecérsela a los Dioses Mayas, porque había que entregarles lo mejor.

De camino entre templo y templo vemos decenas de monos aulladores que nos tiran frutas y ramas, no les gusta nuestra presencia, unos graciosos pizotes, unas ardillas grises saltando de árbol a árbol y serpientes que huyen a nuestro paso.

Por último ascendemos al Templo de los 13 Dioses, coronados por Chaac, el más importante, el Dios de la Lluvia. Se dice que el colapso maya ocurrió por la falta de agua, aunque también se dice que fue por la deforestación. Lamanai llego a ser habitada por unos 50.000 indígenas.

Estamos solos en todo el recorrido, en un magnánimo y reconfortante silencio, apenas roto por los aullidos graves de los monos y los cantos de los pájaros caribeños.

Retornamos acompañados por nuestros inseparables mosquitos, que al atardecer y al lado del río se ponen especialmente bravos.

Apenas hay luz, en un crepúsculo siniestro, cuando Lino arranca el potente motor que nos devuelve a un mundo lleno de oscuridad. Los árboles cobran vida sobre un río espejado en donde parece que la lancha se eleva misteriosamente y volamos sin quererlo. No son una ni dos, ahora son decenas de garzas las que cuidan nuestro recorrido a ciegas por unos meandros sin fin. Tan solo Lino puede sacarnos de este laberinto de puertas negras, mientras los cocodrilos se tiran al agua como esperando el fallo para clavar sus dientes en los blancos cuellos de los extraños.

Parece que llueve y no cae ni una gota de agua, son los cientos de moscos que golpean mi cara en esta inolvidable travesía. Me trago tres y uno entra en mi ojo izquierdo como un dardo, pero no puedo dejar de intentar adivinar nuestro destino.

Lino desacelera y llegamos a buen puerto. Bajamos las mochilas y cenamos en el `Maracas´, donde nos sirve una sensual Marleny, que tiene la piel de color chocolate con leche y una sonrisa que inunda todo lo que le rodea. Podría enamorar a James Dean resucitado. Ha sido una noche alucinante.

Levantamos ya de día y nos tienen preparado en el Hotel de la Fuente un desayuno típico beliceño, un fried Jack de harina frita con huevo, tomate, salchichas, bacon, frijoles y salsa picosa. Todo está para chuparse los dedos, que no hago porque no sé si aquí es de mala educación. El único problema es que Carlos Moya, nuestro compañero de Nattule, no aparece. Ayer por la noche había unos colombianos dándole duro al ron y se quedó hablando con ellos de fútbol. Eran del Madrid. Me preocupa y voy a su habitación.

¡Carlos, Carlos!, ¿estás bien?. Al cabo del rato aparece una especie de momia calavérica con los ojos hundidos que me comenta que ha estado media noche vomitando y la otra visitando el inodoro. La habitación está hedionda y poco a poco se va reanimando, pero no puede ni probar las fried Jack. Es una pena. Es lo que llaman el `Mal de Moctezuma´, provocado posiblemente por las picaduras de los mosquitos. Asiel le ofrece Liparamida con jugo de limón, pero casi le sienta peor.

Susano el `curalotodo´

Esta mañana nos tienen una visita muy especial. Después de perdernos varias veces, lo que me viene muy bien para filmar las aldeas de Belice, llegamos a una humilde casa repleta de árboles y flores de lo más variado. Al fondo aparece un hombre tranquilo, vestido con una camisa a cuadros, gafas colgadas para ver de cerca y una gorra oscura, que se acerca a saludarnos.

Susano es una especie de chamán que todo lo cura con sus plantas, que mima como si fuesen bebés recién nacidos y nos va explicando para que utiliza cada hoja, cada flor, cada corteza y cada fruto.

Curiosamente el primer árbol es para curar la diarrea, y le pedimos que si puede ayudar a nuestro compañero, que está sudando como un pollo y más parece un zombi que un humano. Le prepara una infusión con unas hojas de nance y le dejamos sentado un rato en una silla sobria para que recupere.

Tiene una manera de contar las cosas Susano que solo escucharle te transmite una paz infinita. Toda su sabiduría se la debe a sus ancestros, y su misión es enseñar a los de su propia sangre para que se mantenga esa cultura de medicina natural. Jamás ha tomado una sola pastilla y ha ayudado a traer a muchos niños al mundo con sus propias manos, sin ir a los hospitales ni necesitar otra cosa que la sabia de las plantas de su jardín Yumilcax.
La chaya es para vitaminarse, el billy weeb para el dengue, la cocolmeca como anticonceptivo, el saw palmeto para la próstata, la siempreviva para las paperas, la madre de cacao para la conjuntivitis, la toronja para la obesidad, la penecelina para curar heridas, el huaco para los dolores de la menstruación, la uña de gato para la hipertensión, el frijolillo para los dolores de riñones y de espalda, la contrahierba para el colon irritable, el sanalotodo para las llagas…

Tiene más de 300 plantas diferentes que nos muestra con todo su amor. Sin duda las enseñanzas de Susano han abierto nuestro corazón a la naturaleza más pura. Cuando acaba este paseo medicinal, Carlos ya tiene vida en los ojos y puede caminar tranquilo. Ha sido como un milagro.

Rescatando las tradiciones mayas

El último lugar que visitamos en Belice es el Museo Maya, donde la familia Carrillo quiere mantener el Patrimonio Cultural de los Mayas, para lo que ha invertido esfuerzo y mucho tiempo.

Con la ayuda de los jóvenes y ancianos del pueblo, y con el apoyo de la Organización Mundo Maya y la financiación del Banco Interamericano de Desarrollo, BID, han ido rescatando todo tipo de elementos, utensilios de trabajo, vestidos, comidas, bailes, músicas, ceremonias y juegos de los indígenas mayas.

Los beliceños que tienen o encuentran cualquier cosa relacionada con la cultura maya se lo entregan para hacer más grande este proyecto, en donde también se enseña a los jóvenes estudiantes cómo eran y cómo vivían sus antepasados, además de darles talleres de pintura, artesanía y bordados.

Hay un enorme mural que cuenta la Guerra de Castas, que tuvo lugar de 1847 a 1901, y muestra las cruentas batallas que hubo entre los mayas y los mestizos y criollos en la península de Yucatán, donde hubo cientos de miles de muertos en los más de 50 años de enfrentamientos.

Como visitantes ilustres nos muestran una representación de la ceremonia del maíz y otra del juego de pelota, que realizan sus familiares y vecinos. De despedida nos regalan tres brotes de cnidoscolus aconitifolius, más conocida como chaya, su planta más venerada. A ver si llegan vivas a España.

En breve volaremos en otra avioneta para ir a las selvas del Petén, donde se encuentra el sitio arqueológico maya de Tikal, uno de los más importantes del mundo.

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