La Perestroika andaluza

(PD).- La producción por habitante en Andalucía sólo ha aumentado dos puntos desde 1973, a finales del franquismo, con el significativo matiz de que entonces no era la última región española en este ranking.

Subraya Ignacio Camacho en ABC que treinta y seis años después, una democracia, dos estatutos de autonomía y cientos de miles de millones gastados no han servido para superar las lacerantes distancias con la media nacional de renta, productividad y empleo, aunque sería sectario negar el avance objetivo que ha dejado atrás el subdesarrollo.

Sólo faltaría; para algo tenía que valer la derrama de un gigantesco monto presupuestario, que sin embargo no ha bastado a la hora de reducir el diferencial de paro. Siendo la comunidad con más funcionarios, es también la de más desempleados; he ahí el dudoso legado de dos décadas que ha catapultado a Manuel Chaves al premio de una vicepresidencia del Gobierno.

El PSOE andaluz se siente tan cómodo en su hegemonía que para sustituir al virrey amortizado por el método de la patada hacia arriba ha designado al hombre que ha fracasado en la misión de salir de ese marasmo social.

José Antonio Griñán es un político sólido, solvente e intelectualmente bien formado, pero sus credenciales inmediatas como consejero de Economía resultan inquietantes; con una tasa del 26 por ciento, Andalucía dobla la media española de paro.

Una de dos: o los socialistas consideran que este dato carece de importancia mientras esos parados les sigan votando a ellos, o están convencidos de que se trata de una cuestión insoluble, una especie de tara estructural.

La impresión es que se sienten cómodos en un estado de dependencia que favorece el clientelismo; les molesta que se hable de un régimen, pero llevan muchos lustros haciendo todo lo posible por consagrarlo.

Griñán, que obtuvo ayer la bendición de la nomenclatura chavista, parece decidido a no ser un presidente de transición y es probable que intente convertirse en su propio relevo. Si se presentase a la reelección sería, como Chaves, un candidato en edad próxima a la de cobrar el montepío.

Su trayectoria política arranca de la misma época; es un superviviente del felipismo. Pero el socialismo andaluz siente vértigo ante la renovación; lleva decenios anclado en la confortable galbana de un inmenso aparato de poder.

Su prioridad es la supervivencia, el inmovilismo; que nada cambie para que todo siga igual. No desea ver en Griñán un Gorbachov que abra las ventanas, sino un Chernenko tutelado por la gerontocracia tardochavista.

Si esa inercia indolente se acaba consumando quizá no esté lejano el momento de la caída del telón de la pasividad conformista. De una sacudida o un vuelco que saque el largo colapso autonómico de la estela mediocre y sumisa del continuismo.

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