Es irónico que en un ambiente de tanta improvisación, de tanta frivolidad, de tanto amago en el salón de los Pasos Perdidos (que este jueves 12 de abril de 2012 hizo honor a su nombre y se convirtió en una alegoría de España), se acabe de aprobar precisamente la Ley de Estabilidad.
Hasta el último segundo, las dos Sorayas y sus respectivos «Pegamoides», que prometen deleitar al personal con una de esas legislaturas de seguirán helando el corazón de los españoles, han permitido que en el aburrido y previsible Congreso se viviese el ambiente de tensión y misterio de las más celebradas películas de Hitchcock.
El partido que respalda al gobierno estaba obsesionado con ofrecerle a Europa una nueva versión de Fuenteovejuna, ¡todos a una! Pero el partido mayoritario de la oposición estaba decidido a sabotear la función de teatro, con las cámaras del canal 24 horas, de la televisión pública, transformando las pantallas de los televisores en una «ventana indiscreta» en el salón de cada casa.
Ese canal temático se ha montado un «Gran Hermano» político con cuatro cámaras y cuatro duros. No llega a mostrar el «edredoning» entre partidos, entre populares y convergentes catalanes, por ejemplo, pero ha inventado un formato de reality que permite a los telespectadores «enganchados» bucear en las muchas miserias y las pocas grandezas de la convivencia política nacional.
Este 12 de abril de 2012, sin ir más lejos, sorprendían los colegueos de pasillo, los cuchicheos por los rincones y las sonrisas de sus señorías populares y socialistas, que transmitían la sensación de estar disfrutando de un juego parlamentario de niños, ante un país que guarda luto riguroso por su presente y por su futuro.
Es una pena que los efectos burbuja no sirvan de escarmiento en España. Todavía persiste el estado de shock nacional, como consecuencia de la especulación inmobiliaria que ha hipotecado a éste país para varias generaciones, y ayer mismo asistíamos, en vivo y en directo, a una jornada de especulación parlamentaria que debería haber puesto los pelos de muchos españoles como escarpias. ¡Estábamos en La Carrera de San Jerónimo o en Wall Street? ¿Se estaba dilucidando una parte del futuro de España o la cotización en Bolsa del PP y del PSOE?
«¡Joder, que tropa!», como exclamó una vez el Conde de Romanones. La burbuja parlamentaria nacional sigue inflándose como un globo, y el día que estalle se va a hacer realidad aquella profecía de Alfonso Guerra, cuando anunciaba que a éste país no lo iba a reconocer ni la madre que lo parió. Todo se compra, todo se vende, todo se regatea en ése gran mercadillo del Congreso de los Diputados. Pero aprovechar el estado de emergencia nacional para especular con el precio del consenso, puede producir réditos políticos a corto plazo, pero presagia un negro futuro para la llamada «Marca España».
Una cosa es la dialéctica entre el Estado puro de libre mercado y el Estado social, el debate enconado entre los discípulos de Friedman y los discípulos de Keynes, que pueden permitirse el lujo de prolongar su duelo argumental en el tiempo. Pero sus Señorías en el Congreso saben, o deberían saber, que España está disputando en este momento una etapa contrareloj por equipos en Europa. Que los mercados, meticulosos y puñeteros, exigen que las fuerzas políticas lleguen a la meta agrupadas. Y que, por 4 décimas, sobre el déficit cero que se le ha metido entre ceja y ceja a Berlín, no merecía la pena remitirle al mundo esta postal de España partida en dos.
El Congreso de los Diputados español debería extraer conclusiones de la estrategia mitológica de Penélope. Hay momentos en los que se puede destejer el velo, cuando no te están observando. Pero luego, cuando te vigilan con lupa, hay que tener la sabiduría de posar para los mirones tejiendo.