Charo Zarzalejos – Tiempo de miedos.


MADRID, 30 (OTR/PRESS)

Vivimos atenazados por la crisis. Ya es difícil encontrar en España una familia que no tenga bien cerca alguna víctima del paro y muchas más que conviven con el miedo a que su futuro, en cualquier momento, se vea seriamente comprometido por el ERE de turno o el despido definitivo. Y ello sin contar con los miles de ciudadanos que desde hace tiempo deambulan consigo mismos porque se encuentran mano sobre mano. Ni tienen trabajo, ni esperanza de encontrarlo al menos a medio plazo.

El paro es un síntoma dramático de la crisis, pero para quien lo sufre se puede convertir en una enfermedad. Y genera miedo, incertidumbre, desesperanza. Y en ello estábamos y estamos hasta que, para completar el panorama, nos llega la gripe porcina. Afecta a lo que conocemos como primer mundo. Los Estados incautan los antivirales, los sistemas sanitarios están en alerta y la OMS dice que, ¡ojo¡, que podemos estar en la antesala de algo parecido a lo que se conoce como «gripe española», que originó millones de muertos.

El 11-S nos evidenció a todos la fragilidad de nuestro status, la vulnerabilidad de nuestros fantásticos avances. Y nos entró el miedo. Ahora, por motivos distintos, vivimos otra vez tiempos de miedo, de incertidumbre. La crisis económica ha hecho caer como un castillo de naipes el espejismo de la riqueza y la opulencia. Sabemos que estamos en crisis, pero ignoramos qué nos espera a la salida del túnel. Intuimos que van a cambiar muchos modelos y que las referencias que eran ya no lo van a ser. No sabemos más.

Sabemos que la gripe porcina se originó en Méjico y que es recomendable, además de higiene, no abrazarse, no besarse, no rozar al otro. Sabemos como ha empezado pero ni los científicos, a día de hoy, se atreven a concretar su evolución. Nadie está en disposición de afirmar que el virus no pueda sufrir nuevas mutaciones y que lo que hoy parece ser un fenómeno relativamente controlado, no se convierta en una pandemia que es lo que se temen los expertos de la OMS.

Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá. Y así estamos, al albur de los acontecimientos que se empeñan en desafiar nuestro bienestar, nuestras referencias, nuestras muchas seguridades. Y cuando todo esto tiembla, viene el miedo que es un sentimiento que o bien paraliza, o bien nos impulsa a huir hacia adelante, a hacer tonterías.

En los últimos tiempos estamos teniendo señales más que suficientes para intentar el aprendizaje de vivir acompañados de la incertidumbre y poco a poco asumir nuestra propia fragilidad, confiar en que el cáncer se podrá curar, pero siempre habrá un virus que nos obligue a llevar «tapabocas», que es así como llaman los mejicanos a las mascarillas que ya escasean en aquel país. Saber que de la crisis saldremos, pero asumiendo que aún cuando vuelva la opulencia de otros tiempos será una opulencia distinta.

En tiempos de incertidumbre colectiva hay que ahuyentar el miedo colectivo. Los miedos personales son intransferibles y algunos nos acompañan siempre. Los colectivos son peores porque son contagiosos. El miedo es un virus que se expande con extraordinaria facilidad, que tiene un efecto multiplicador que atolondra y abruma.

Lo que nos ocurre no es nuevo. Otros antes que nosotros han pasado sus miedos, han vivido en medio de enormes tragedias. La diferencia, probablemente, es que ahora, como nunca antes, nos habíamos creído a salvo de casi todo. Ahora, como nunca antes, la seguridad se había convertido en un patrimonio casi irrenunciable.

En estos tiempos de miedo y zozobra, ¿cómo censurar que Carla Bruni haya despertado tanto fervor mediático? ¿No será que colectivamente se necesitan momentos de huída? ¿No será el miedo y la incertidumbre lo que está haciendo de Obama algo más que el presidente de Estados Unidos? Cuando en el siglo XXI un vulgar estornudo puede ser una amenaza, el miedo está justificado. El reto es no sucumbir.

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