MADRID, 30 (OTR/PRESS)
Uno tiene la impresión, a veces, de que esto de la fiesta del trabajo se queda un poco anticuado. Sobre todo, para los que no tienen trabajo, que en España empieza a ser demasiada gente. Estamos en una nueva era, en la que son muchas las cosas que se ponen en tela de juicio y, entre ellas, me parece a mí, ese desfile del 1 de mayo con banderas rojas y discursos de cierta impotencia. Porque ¿qué pueden hacer las organizaciones antaño llamadas obreras -hasta la palabra parece algo desusada en los tiempos tan extraños que corren- para mejorar la situación de los desempleados, de los mileuristas?
Yo no lo sé. Ellos tampoco, me parece. Zapatero nos dijo hace unas horas que él se siente «muy cerca» de los trabajadores ante las manifestaciones, desde luego ya no tan nutridas, que recorrerán las calles en esta jornada festiva. También ignoro cuánto de cierto tendrá esta afirmación del presidente, que quiere ser solidaria con quienes se lancen en estas horas a la calle en defensa de reivindicaciones que no sabemos muy bien cuáles son. Pero tampoco fue mucho más lo que nos dijo el jefe del Gobierno de España, instalado en vagas simpatías con los manifestantes.
La verdad es que resulta muy difícil plantear mensajes que calen en la sociedad si estos mensajes no comportan soluciones a la desesperación de los desempleados o de los subempleados, y aquí incluyo a muchos que tienen que vivir, contra su voluntad, en la «economía negra». Tiendo a ser comprensivo: los sindicatos, en esta hora dificilísima en la que del socialismo a la antigua usanza no queda ni el recuerdo y el capitalismo salvaje nos ha mostrado su peor cara, la de la ineficacia, hacen lo que pueden. Para mantener el que ha sido y es su papel y para retener a sus militantes, muchos menos de los que todos quisiéramos.
Tengo que decir que no comparto las críticas generalizadas contra los sindicatos. Algunas de ellas son más bien sospechosas; no entiendo muy bien ese empeño de algunos sectores ultraconservadores para forzar a las centrales sindicales a dirigirse hacia la convocatoria de una huelga general. ¿Qué iba a resolvernos eso? Más bien, me parece, empeoraría las cosas. Aunque, eso sí, desgastaría al Gobierno, que es de lo que se trata.
Hay que buscar urgentemente soluciones nuevas, que no pasen por el facilón «abaratar el despido», que es lo único que parece ocurrírsele a una parte de nuestra patronal y a algunos «cabezas de huevo» en la Comisión Europea y en el Fondo Monetario Internacional, que, por cierto, no se enteraron de nada hasta que todo estalló y desde entonces no hacen más que lanzar recomendaciones contradictorias que nos sumergen a todos en la confusión.
Por eso, quizá ahora más que nunca el 1 de mayo puede, y debe, ser un día más para la reflexión colectiva que para el griterío y el consignazo. Hay muchas preguntas flotando en el aire cuando tantos trabajadores aceptan recortes salariales y de beneficios sociales para mantenerse ocupados. Ya sé que ni UGT, ni Comisiones, ni los demás sindicatos tienen el remedio definitivo para nuestros males. Me consta que, al menos, lo buscan, aunque, claro, esta nueva era, esta «era Obama», aún no ha evolucionado lo suficiente como para que la marcha callejera de cada año se convierta en otra cosa, en algo más… ¿constructivo? (y conste, por cierto, que pienso ir a la manifestación, sin bandera, pero a mi aire, con espíritu unomayesco).