MADRID, 14 (OTR/PRESS)
Pensábamos que con su actitud al no nombrar la bicha el día en que se vio forzado a hablar del rescate, Rajoy profundizaba en el arte de crear eufemismos para denominar la cruda realidad, una materia en la que su gobierno se ha especializado. Pero no, es algo más. Al llamar tomate a lo que todo el mundo denomina rescate, en palabras de la revista Time, lo que se ha pretendido es desviar tan crítico asunto a un debate semántico, nominalista, circunvalando la discusión sobre lo esencial. Y lo esencial deja muchas preguntas abiertas que aún no han sido respondidas. Estas son algunas: por qué el Gobierno español negó durante tanto tiempo lo que tanto quería; por qué, siendo noticia tan extraordinaria, no compareció el presidente para explicarlo en un primer momento; por qué al hacerlo finalmente Rajoy negó que el rescate tendrá consecuencias en el déficit y en la deuda, como dijo su propio ministro Luis de Guindos y sostiene la Unión Europea; por qué presentó como victoria lo que no es sino consecuencia de una gran debilidad; y, sobre todo, qué consecuencias inmediatas tendrá sobre la economía real, cuáles serán los instrumentos y medidas que fuercen a la banca a derivar parte de esa marea de millones en forma de préstamos a las empresas y a los ciudadanos para fomentar el crecimiento.
No son preguntas que solo nos hacemos los ciudadanos españoles. También se las hace una Unión Europea irritada con la actitud triunfalista de Rajoy, alguna agencia de calificación que como Moody»s ha degradado la deuda española casi a bono basura, y los mercados que, o no creen que el rescate sea por si mismo la solución, o tienen más dudas que certezas en su desarrollo y por eso siguen presionando sobre nuestra deuda soberana manteniendo la prima de riesgo en los niveles críticos previos al rescate, aunque Luis de Guindos vaticinó que la inyección financiera a la banca iba a actuar justo en sentido contrario.
El procedimiento dilatado que ahora se abre -se ha pedido el rescate pero no conoceremos los pormenores hasta finales de junio, tras la cumbre europea- permitiría abrir un debate donde corresponde, en el parlamento, en el que el Gobierno explique, la oposición pregunte, y entre ambos busquen consensos sobre las líneas rojas que España no debe asumir por muy necesario que sea el rescate. Y sería necesario también que en ese mismo ámbito parlamentario, además de analizar las consecuencias del rescate, se investiguen las causas que nos han llevado a él. Para extraer lecciones, pero también para señalar a los responsables políticos y financieros del desaguisado que nos ha dejado esta inmensa factura. Si el PP, con mayoría absoluta, cree que todo es fruto de la herencia recibida no se entiende entonces su resistencia a que su teoría quede ratificada por una rigurosa investigación.