Francisco Muro de Iscar – Dos titanes de la fe.


MADRID, 27 (OTR/PRESS)

La Iglesia católica ha canonizado a dos de sus Papas más recientes, dos Papas del siglo XX. Todo es inusual, desde la cercanía de estas canonizaciones al hecho de que sean dos pontífices simultáneamente. Detrás de este reconocimiento de santidad, hay dos vidas diferentes, dos estilos de papado, dos formas de dirigir la Iglesia, pero la una no se opone a la otra, todo lo contrario. Juan XXIII, prelado con larga experiencia diplomática en lugares muy difíciles, puso en marcha la revolución del Concilio Vaticano II, la mayor de la historia de la Iglesia, aún pendiente en algunas cosas, la vuelta de una Iglesia-poder, de una Iglesia casi monárquica, a sus raíces, a la esencia del Evangelio. A la sencillez, a la humildad, a la conciliación, a la búsqueda de la verdad interior. Juan XXIII fue el Papa de los hombres.
Juan Pablo II, alegre y cercano como Juan XXIII, trajo otra revolución rompedora para cumplir otro de los mandatos de Jesús: Id y evangelizad a todo el mundo. Desde la libertad y el compromiso absoluto con la fe. También desde la modernidad, utilizando como nadie los nuevos medios de comunicación, viajando incansable por todo el mundo. Juan Pablo II jugó un papel decisivo en el final del comunismo, él que conocía perfectamente, el terrible drama, el horror de un régimen totalitario que acabó con la libertad de millones de ciudadanos. Juan Pablo II fue el Papa de las familias y de los jóvenes, el Papa de la Alegría y el que lanzó con fuerza el mensaje de Jesús: «No tengáis miedo». Su entrega hasta el final fue otro testimonio de fe irreductible y de dignidad.
Algo más que la defensa, el seguimiento y la proclamación urbi et orbe de la fe, une a estos dos grandes hombres, dos líderes del siglo XX, dos Papas inolvidables: la oración. Detrás de cada una de sus decisiones hay horas interminables de meditación escuchando a Dios. Sin la oración no se entendería a uno ni a otro. Y en esa oración se unen estos dos nuevos santos al actual Papa Francisco que de alguna forma hereda a uno y a otro: la vuelta de la Iglesia a su esencia de humidad y de sencillez y su cercanía con los fieles, la Iglesia de los pobres y la Iglesia evangelizadora, la Iglesia del perdón y de la paz. La Iglesia en la que creen millones de hombres en el mundo y que debe ser, otra vez, luz para el mundo.
Algo de verdad tiene que haber necesariamente en la intervención misteriosa del Espíritu Santo en la elección de los Papas como testifican los nombres de Juan XXIII, Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco, líderes indiscutibles en cada uno de sus tiempos, respetados por todas las religiones y por todos los políticos, servidores del bien común y de los hombres. Lástima que el Espíritu Santo no intervenga igual cuando se trata de elegir a nuestros gobernantes o a nuestros eurodiputados… Aunque fuera para descartar a unas docenas…

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