Fernando Jáuregui – El mundo gira; Cataluña camina hacia atrás.


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

Los gobiernos de Estados Unidos y China acuerdan el fin del ciberespionaje comercial (y no solo, claro está); se pone así término a una especie de «guerra mundial» incruenta en el espacio, aunque Rusia, que se va convirtiendo de la mano de Putin en una especie de «estado gamberro», para nada se une a esa aparente normalización entre la primera potencia mundial y el país emergente por naturaleza. En Europa, la Europa de Ucrania, ya vemos la crisis derivada de la llegada de decenas, cientos, de miles de refugiados procedentes de los territorios masacrados por bárbaros situados en la alta edad media. Un Papa, justo cuando comienza la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York, va y dice en el Congreso de Estados Unidos, donde una mayoría de Estados aún aplican la inyección letal a sus presos, que hay que acabar con la pena de muerte en el mundo. Volkswagen reconoce que ha engañado a millones de consumidores. El mundo galopa.
Y aquí, nada. Ajenos a que el mundo está dando un giro interesantísimo, quién sabe si para mejor. Aquí, erre que erre, pendientes de lo que un grupo de resentidos, en ocasiones fanatizados, logren arrancar de un electorado inseguro, dolido, incierto «con Madrid», confuso acerca del futuro que les aguarda de la mano de quienes, opinan unos, les quieren llevar al abismo o, piensan otros, les conducen por el camino de la dignidad. Porque en Cataluña este domingo se vota como en la Grecia de Tsipras: para dar una lección a Europa, a Obama, a las viejas instituciones, al sursum corda, aunque no todos los corazones estén elevados en estos días. Y, por supuesto, para dar una lección que no olvide «a Madrid».
Lo malo es que no todas las lecciones, aunque entren con sangre, dejan indemne a quien castiga. No se sabe aún si «Madrit» ha aprendido esa lección –de acuerdo con lo visto y oído en la campaña, más bien no–. Pero sí es fácil comprobar la devastación en el campo de quien ha querido dar una enseñanza al mundo mundial: se ha roto la coalición Convergencia-Unió; se han producido grietas muy graves en el propio partido hasta ahora gobernante, Convergencia Democrática de Catalunya, sumergida en una extraña lista «Junts pel Sí»; se han suscitado recelos hacia Cataluña por parte de las cancillerías de todo el mundo; se ha abierto una fosa de enorme profundidad en las relaciones con el resto de España; se han introducido incertidumbres económicas fuera de toda duda; se ha desprestigiado a las instituciones. Y, sobre todo, se ha mentido reiteradamente a los ciudadanos.
Claro que el resto de España tiene mucho que reflexionar sobre cómo mantener contentos a los nacionalistas catalanes dentro del Estado español: se han cometido muchos errores, y se siguen cometiendo, pero aún hay fórmulas, y algunas, pocas y desde formaciones minoritarias, se han avanzado en estas semanas. Todo estéril, inútil, hasta ahora. Pero no menos cierto es que en el campo secesionista, poblado de algunas personalidades exaltadas, poco equilibradas, mesiánicas y corruptas –no todos, desde luego, participan de estas características, aunque sí varios de los principales líderes del «sí» a la independencia–, se ha mentido al ciudadano. Se le ha hecho ver un futuro rosáceo gracias a la independencia que está muy lejano de la realidad, poblada de incertidumbres y de algunas certidumbres muy poco satisfactorias.
Y la primera realidad es que no habrá, porque no puede haberla contra al menos la mitad de la población catalana, contra «Madrid», contra la UE, contra Obama, casi contra las Naciones Unidas, independencia. Eso, sea cual fuere el resultado de la votación de este domingo, es un hecho. Porque una declaración unilateral de independencia a cargo de Artur Mas, o de quien le sustituya –que la permanencia de Mas no está, ni mucho menos, garantizada–, aprovechando quizá el insensato vacío parlamentario propiciado por Rajoy al no haber hecho coincidir las elecciones generales con las catalanas, causaría muchos más males que bienes. Y todos, desde Mas hasta Romeva, desde Junqueras hasta la CUP, desde Lluis Llach a la «monja cojonera», lo saben muy bien.
En contra de la independencia reman unos cuantos en público en la constelación de esteladas de Cataluña –aunque muchos otros callan; a saber si este domingo hablarán– y remamos casi todos en el resto de España. Desde los periodistas, incluso tan modestos como este, hasta los «cartoonist», comentaristas, tertulianos, profesionales, instituciones… Demostrando que sí, que estas elecciones tienen un carácter pre-plebiscitario, que es un hecho intangible al margen de la legalidad: nunca, desde el referéndum sobre la entrada en la OTAN, se polarizó tanto la sociedad. Y quizá el Gobierno central y los partidos nacionales han comprendido tarde esta verdad, enzarzándose, en cambio, en una especie de pre-primarias mirando hacia las elecciones generales de diciembre, que es lo que de veras parece importar.
Eso ha sido lo peor de estas semanas frenéticas. Hemos vuelto a tener constancia de lo ralo que vuela nuestra clase política, con las excepciones que usted quiera.

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