¿Hay esperanza para la humanidad? Vivimos tiempos convulsos.


No es necesario acudir a Nostradamus, a San Malaquías, a Parravicini o incluso a la Biblia cuando habla del final de los tiempos, para vislumbrar que el sistema que hemos ido creando, toca a su fin. Vivimos momentos convulsos, no ya en esta nación o en la otra, sino en el mundo entero. A decir verdad, muchos países están viviendo un apocalipsis continuo desde hace años. Esto no quiere decir que podamos ponerle una fecha a este final inexorable, o que tengamos que creer lo que nos dicen los agoreros de turno cuando hablan de los tres días de oscuridad o de la llegada del anticristo. Pero son muchos los síntomas que anuncian el “fin de fiesta” de una sociedad que se ha vuelto cómoda y egoísta, que padece el síndrome crónico de la pérdida de empatía, y dispuesta, además, a creer las mentiras y argumentos que los dueños de la aldea global de McLuhan, diseñan en sus cloacas infectas.

Estos síntomas están en nuestras vidas sin que apenas nos percatemos. La sociedad está perdida y los conceptos atemporales de bien y mal se desdibujan como producto de los tiempos. Y los políticos, que deberían ser ejemplares, representan a lo peor del ser humano. Si hacemos un análisis de los líderes mundiales ninguno de ellos pasa la criba de la honestidad, desde los presidentes de Estados Unidos al sátrapa de cualquiera de las naciones africanas. Muy al contrario, la sociedad constata a diario que cuanto menos ético se es y más dispuesto se está a entrar en la espiral de la corrupción, más puestos se escalan, sea en el ámbito político, en el periodístico, en el científico o en el universitario. Esto es terrible, pero lo peor de todo es que la sociedad, a pesar de no tener todos los datos, es consciente de ello.

Los votantes saben que los políticos mienten para ganar elecciones y que, una vez en la poltrona, se encanallan y continúan con las mentiras para mantenerse en ella, incluso a base de leyes mordaza y de pagar ingentes cantidades a medios de comunicación y a periodistas corruptos para que no expongan sus vergüenzas en titulares. (Conocemos personalmente a unos cuantos que así trabajan). Que el pueblo haya interiorizado que los políticos son todos iguales y que todos roban, es señal inequívoca de que es cómplice de un sistema corrupto. Y al cómplice se le manipula más fácilmente porque su psiquismo está debilitado.

La humanidad, sin embargo, tiene su chispa divina y tiende a ser solidaria y a la mínima lo demuestra a la hora de cooperar con los damnificados de catástrofes o estos días con la acogida a los refugiados sirios. Y esta tendencia a la bondad es aprovechada por los manipuladores para hacernos comulgar con ruedas de molino, como parece que ocurrió con el niño ahogado de la playa y la zancadilla de la periodista húngara al, según dicen, terrorista de la yihad, convertido en entrenador deportivo.

Esto me hace mantener viva la esperanza. ¿Pero cómo deshacernos de todos estos “malos” que buscan animalizarnos en lugar de ayudarnos en el ascenso al superhombre? Creo que tiene que ser desde la individualidad, sin políticos y sin líderes religiosos, de uno en uno y todos juntos. Si creer es poder, sigamos creyendo en la utopía.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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