Depende todo mucho de los ambientes en que se mueva, pero parece evidente que la calle, la sufrida militancia pepera y la ciudadanía común y corriente, está a favor de Isabel Díaz Ayuso.
La imagen de ‘inexpertos’ que dieron los miembros de la dirección nacional del PP, cuando el pasado 3 de febrero de 2022, su número 3, el diputado Casero, la pifió al votar telemáticamente y facilitó un triunfo a Pedro Sánchez con su ‘reformita’ laboral, se vio enseguida reforzada por sus errores en la campaña de las autonómicas de Castilla y León.
Y todavía no asumido eso, llega la fratricida bronca con Ayuso y ellos mismos revelan que fueron a pedir ‘consejo’ a Bolaños, el gurú monclovita de Sánchez, lo que ha dejado a Pablo Casado y su equipo retratados para siempre como una panda de ‘pardillos’, sin capacidad para enfrentarse al marrullero líder del PSOE y más preocupados por conservar sus sillones y seguir siendo ‘segunda fuerza’, que gobernar España.
No da la impresión de que puedan sobrevivir políticamente a eso y la tesis general es que, cuanto más tiempo se aferren al asiento, más daño harán al Partido Popular y a España, como ha subrayado desde VOX el propio Santiago Abascal.
Cobra fuerza la tesis de que la única oportunidad de Casado para al menos intentar sobrevivir y alterar este guion autodestructivo es aprovechar la puerta abierta que le están dejando los presidentes del partido en los distintos territorios, que bien de forma directa, bien de manera reservada, están exigiendo ya la salida de Teodoro García Egea de la secretaría general del partido.
El rumor es que Casado ofrecerá la cabeza de Teodoro García Egea a cambio de la de Miguel Ángel Rodríguez.
El apaño permitiría, supuestamente, decapitar a dos segundos cargos acusándoles de todos los males y no a quienes todavía mandan en el partido nacional y en Madrid.
La presión sobre Casado, para que se cargue a García Egea es intensa. Sería un gesto esencial destinado a de intentar al menos pacificar la relación con Díaz Ayuso.
Algo verdaderamente difícil, pero que no debería ser un imposible si el PP aspira a subsistir.
Hay quien sostiene en el PP que nin siquiera dejando caer a Egea, se salvará Casado.
La desolación y el desánimo se ha instalado en cargos populares de todos los niveles por el «suicidio en directo» que, a su entender, están protagonizando públicamente el líder de la formación y la presidenta madrileña.
Cada vez más voces reconocen en privado a que la única solución a esta guerra suicida pasa por una «renovación total» en el Congreso Nacional del PP, que está previsto en principio para el mes de julio, pero que podría adelantarse.
LOS BARONES
Alberto Núñez Feijóo fue este 18 de febrero explícito respecto a la necesidad de que Egea renuncie o sea destituido.
En Castilla y León, Fernández Mañueco está tratando de armar un Gobierno con manos libres, recurriendo incluso a Vox, lo cual supondría desmarcarse de la orden de la dirección nacional del partido. En Andalucía, Juan Manuel Moreno no es precisamente un admirador declarado de Egea. Solo el presidente de Murcia, López Miras, apoyó expresamente a Génova en su batalla contra Ayuso.
En cualquier caso, no es solo cuestión de nombres.
Se hace indispensable que Génova rectifique de inmediato su manera de relacionarse con los estamentos del partido en las autonomías, agrandando sus márgenes de maniobra, sin generar enfrentamientos y conflictos sistemáticos, y evitando guerras continuas que solo perjudican al partido y debilitan a Casado.
Ser un partido de banderías es un suicidio, y si Casado no actúa en ese sentido, quien dejará de estar refrendado por los propios barones hasta el congreso de julio será el propio Casado. Así de simple.
No es posible que no haya soluciones inmediatas. Las destituciones que ha habido hasta ahora han sido irrelevantes. La de Carromero, y la de un responsable de redes sociales del aparato de comunicación del PP. El camino por recorrer que tiene Casado es largo porque estos no son más que gestos inocuos.
Además, la reacción de Pablo Casado, al fin reaparecido en una entrevista con la Cope, no fue todo lo convincente que debiera. Se comportó como una suerte de policía contra Ayuso alimentando sospechas de corrupción que de momento nadie ha demostrado. Pesan por encima de todo la ambición de poder, el control político del partido en Madrid y el choque de egos. Además acusar a Ayuso, como hizo, de inventarse un montaje de espionaje para encubrir un supuesto caso de tráfico de influencias es un error de magnitud.
Quedan muchas explicaciones por conocer, y preguntas en el aire, sobre las condiciones en las que el hermano de Díaz Ayuso pudo beneficiarse de 55.850 euros por gestionar la adquisición de mascarillas. Y por qué, como lamenta Ayuso, no le informó a ella de que participaba en una licitación a través de la empresa de un amigo. Lo que no valen son las sospechas.
Si hubiese algo ilegal, deben ser las autoridades administrativas y judiciales quienes lo aclaren. Pero mientras no existan indicios de ilegalidad, no tiene sentido que el presidente de un partido tilde de corrupta a una de sus presidentas autonómicas. Si Casado quiere disponer de una última oportunidad, el camino pasa por sustituir a García Egea y cambiar muchos modos y maneras en Génova.
Y después, por trabajar mucho para paliar tanta destrucción y sobre todo, hacer oposición a Sánchez en lugar de hacérsela a Miguel Angel Rodríguez y por extensión a Ayuso.