"THE AUTOBIOGRAPHY OF BERTRAND RUSSELL"

Si el Infierno existe…

“Nada puede llenar el corazón humano si no es la intensidad más alta del tipo de amor que predicaron los maestros religiosos”

Si el Infierno existe…

El 16 de diciembre de 1951, en la revista del New York Times, el icono del ateísmo, Bertrand Russell, dogmatizaba contra el dogmatismo (¡vaya engreído!), enumerando los mandamientos que -según él- todo profesor debería desear enseñar a sus alumnos.

Russell comenzaba su decálogo afirmando desahogadamente: “No estés absolutamente seguro de nada”, para cínicamente sentenciar a continuación: “No sientas envidia de la felicidad de los que viven en el paraíso de los necios, pues sólo un necio pensará que eso es la felicidad”.

Dicho con otras palabras, aquel que afirmaba que no había que estar seguro de nada, terminaba su arenga de feriante diciendo que los que no pensaban como él (los creyentes) eran unos necios.

Russell, no solo se sentía en posesión de la verdad absoluta, sino que además insultaba a aquellos que pensaban diferente. Con este torpe broche, el propio Russell, que iba de escéptico por la vida, había caído en una contradicción que rayaba lo bufo, al olvidar que, como dijo un poeta andaluz, “uno no es un auténtico escéptico hasta que aprende a dudar de sus propias dudas”.

En otro de los puntos que -según él- “todo profesor debería desear enseñar a sus alumnos”, Russell cantaba: “Cuando encuentres oposición, aunque provenga de tu esposo o de tus hijos, trata de superarla por medio de la razón y no de la autoridad, pues una victoria que dependa de la autoridad es irreal e ilusoria”. Esto era lo que vendía a la galería, pero veamos en la práctica qué era lo que realmente sucedía en su casa.

En el libro “MI PADRE, BERTRAND RUSSELL”, Katharine Tait, (Katharine Russell de soltera), escribe que su padre no estaba abierto a ninguna discusión seria sobre la existencia de Dios: “Yo no podía siquiera hablarle sobre religión”… “En algún lugar, en el fondo de la mente de mi padre, en las profundidades de su alma, había un hueco que había sido llenado alguna vez por Dios, y nunca encontró otra cosa que pudiera ocupar su lugar”.

Concordante con esta última frase de su hija, Russell escribió en su autobiografía: “Nada puede llenar el corazón humano si no es la intensidad más alta del tipo de amor que predicaron los maestros religiosos”. [«THE AUTOBIOGRAPHY OF BERTRAND RUSSELL». George Allen, Londres, 1967].

En resumen, una ´empanada mental´, la del tal Russell. Pero el hombre se fue al otro barrio a la edad de 97 años, tras cuatro matrimonios y bastantes ´affaires´ erótico-festivos (de los que -según Sidney Hook- presumía en privado), supongo yo que pensando aquello de: ¡Qué me quiten lo bailado!

En cualquier caso, e independientemente de las muchas discrepancias que personalmente pueda tener con el discurso de Bertrand Russell, justo es reconocer que fue un hombre brillante y filantrópicamente bienintencionado, cuya discurso le llevó en más de una ocasión a dar con sus huesos en la cárcel. Y francamente, siempre he sentido respeto por aquellos que lanzan la piedra y, lejos de esconder la mano, dan la cara y hacen frente a las consecuencias. Nobleza obliga.

Si el Infierno existe, no creo que Russell esté en él, cosa que no puedo decir de algunos ´purpurados´ con faldas y a lo loco.

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Autor

Antonio Gil-Terrón Puchades

Antonio Gil-Terrón Puchades (Valencia 1954), poeta, articulista, y ensayista. En la década de los 90 fue columnista de opinión del diario LEVANTE, el periódico LAS PROVINCIAS, y crítico literario de la revista NIGHT. En 1994 le fue concedido el 1º Premio Nacional de Prensa Escrita “Círculo Ahumada”. Ha sido presidente durante más de diez años de la emisora “Inter Valencia Radio 97.7 FM”, y del grupo multimedia de la revista Economía 3. Tiene publicados ocho libros, y ha colaborado en seis. Actualmente escribe en Periodista Digital.

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