A veces para sobrevivir, hay que dejarse caer

La tormenta perfecta

Tormenta, chubasco
Tormenta, chubasco. PD

Más información

Andaba un sátrapa paseando por el borde de un acantilado, cuando al pisar una zona blanda del terreno, provoca un desprendimiento que le arrastra al vacío.

En su caída, el impío felón aún tiene la suerte, dentro de la desgracia, de quedar colgando, mal sujeto, de uno de los arbustos con los que la Naturaleza, en su misericordia, revive los lugares más yermos.

´El figura´, estando en tan precaria y terrorífica situación, comienza a gritar a voz en cuello como un poseso:

– ¡¡Socorro!! ¡¡Socorro!!¡¡Socorro!!¿Me escucha alguien?

Cuando ya llevaba quince minutos implorando ayuda, oye una voz en su interior que le dice:

– Soy Dios, tu Padre celestial, que conmovido por tus lamentos vengo a salvarte. Ten fe en mí. Cierra los ojos y suéltate, que una legión de ángeles te sostendrán en la caída, evitando que te estrelles contra las rompientes.

El ´buscavidas´, confuso y sorprendido, se queda durante unos minutos en silencio, tras los cuales comienza de nuevo a gritar:

–  ¡¡Socorro!! ¡¡Socorro!! ¡¡Socorro!! ¿No hay alguien más?

_________________________

Hace unos años la vida me puso en una situación parecida. Los problemas, angustias y tribulaciones, que periódicamente, de una manera ordenada y por separado, convergieron brutalmente todas juntas y de golpe, sobre mi persona. Fue la tormenta perfecta.

Hasta ese momento si me había fallado el apoyo en un pie, siempre me quedaba un saliente sobre el que apoyar el otro; o una mano tendida a la que aferrarme, o un hombro sobre el que reclinarme y poderme desahogar.

Pero en la tormenta perfecta no hay nada, salvo la sorda e inmisericorde soledad del árbol caído, junto a las siniestras sombras que lo van rodeando para hacer leña de él. Fue muy duro. Una época en donde mi propia muerte pasó de ser una amenaza para convertirse en una placentera ilusión que ya estaba tardando demasiado en llegar.

Hasta Dios parecía haberse olvidado de mí, algo que hasta esa fecha jamás me había sucedido.

Pero Dios no me había dado la espalda; simplemente me observaba y callaba. Los silencios de Dios.

Todo terminó el día que en un acto de fe suprema, me deje caer al metafórico abismo, no para suicidarme, sino para que una legión de ángeles me salvara. Y así, tras decir: “Señor, hágase tu voluntad”, cerrando los ojos me solté del arbusto del que a duras penas me agarraba. Y el milagro se produjo; prueba de ello es que estoy hoy aquí, con el suficiente tiempo como para poder contarlo.

No voy a explicar más, ni entrar en detalles, porque este escrito, testimonio autobiográfico, no pretende satisfacer el morbo y la curiosidad de mentes ociosas, sino humildemente ayudar y dar luz a todos aquellos que en estos momentos pasan por situaciones parecidas a las que yo pasé.

Dar luz a quien hoy camina en tinieblas buscando la luz. En cuanto a los otros, aquellos que odian la luz y han hecho de la oscuridad su aliada, tan solo les puedo dar mi compasión.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Antonio Gil-Terrón Puchades

Antonio Gil-Terrón Puchades (Valencia 1954), poeta, articulista, y ensayista. En la década de los 90 fue columnista de opinión del diario LEVANTE, el periódico LAS PROVINCIAS, y crítico literario de la revista NIGHT. En 1994 le fue concedido el 1º Premio Nacional de Prensa Escrita “Círculo Ahumada”. Ha sido presidente durante más de diez años de la emisora “Inter Valencia Radio 97.7 FM”, y del grupo multimedia de la revista Economía 3. Tiene publicados ocho libros, y ha colaborado en seis. Actualmente escribe en Periodista Digital.

Lo más leído