Cuando se siembran vientos, se recogen tempestades… Se recolecta lo que se siembra

De Sídney a Nueva York: la globalización de la intifada y el precio del silencio

Tiroteo en Bondi Beach / Sydney
Tiroteo en Bondi Beach / Sydney

La comunidad judía de Sídney celebraba ayer, domingo, 14 de diciembre, la llegada de Hanukkah. Una festividad de luz, memoria y resistencia. Un momento de reunión religiosa, familiar y comunitaria. Fue entonces cuando irrumpió la barbarie. El atentado terrorista perpetrado contra la comunidad Jabad no fue un “incidente”, ni un “suceso”, ni un episodio confuso susceptible de eufemismos periodísticos. Fue un atentado terrorista antijudío, con al menos doce personas asesinadas y decenas de heridos. Nombrarlo importa. Ocultarlo también dice mucho. Y callarlo tiene consecuencias.
Lo ocurrido en Bondi Beach, uno de los espacios públicos más concurridos de Australia, no es un hecho aislado ni una anomalía imprevisible. Es la recolección de lo sembrado durante años en el terreno político, mediático y cultural de Occidente. Cuando se siembran vientos de ambigüedad moral, relativismo ideológico y tolerancia hacia consignas de odio, se recogen tempestades de sangre.

El patrón: una década de ataques, un mismo objetivo

Desde el atentado contra la AMIA en Buenos Aires en 1994, con 85 muertos, hasta los ataques más recientes en Copenhague, Pittsburgh, Poway, Halle, Yerba, Washington, Manchester y ahora Sídney, el patrón es constante y obstinado: las sinagogas, los centros comunitarios judíos y las festividades religiosas son el objetivo prioritario. No instalaciones militares. No sedes gubernamentales. Judíos desarmados, identificables, reunidos para rezar o celebrar.

El 14 de febrero de 2015, en Copenhague, un fundamentalista islámico asesinó a personas en un centro cultural y posteriormente en una sinagoga. En octubre de 2018, un supremacista mató a once fieles en Pittsburgh. En 2019, en Poway y Halle, los ataques volvieron a dirigirse contra sinagogas en días de especial significado religioso. En 2023, en Yerba (Túnez), el ataque volvió a producirse en las inmediaciones de una sinagoga. En Washington, empleados de la embajada de Israel fueron asesinados al grito de “Palestina libre”. En Manchester, un atentado durante Yom Kippur volvió a mostrar el mismo patrón.

Sídney no rompe la serie. La confirma.

Australia: advertencias ignoradas, consecuencias mortales

El Gobierno australiano confirmó rápidamente que se trataba de un ataque terrorista dirigido contra la comunidad judía. Israel, por su parte, fue aún más lejos. El primer ministro Benjamin Netanyahu acusó públicamente al Ejecutivo de Anthony Albanese de no haber adoptado las medidas necesarias pese a haber sido advertido con antelación. Según Netanyahu, meses antes había alertado formalmente de que determinadas posiciones políticas, en especial el respaldo al reconocimiento de un Estado palestino sin condiciones, estaban echando combustible al fuego del antisemitismo en Australia y fortaleciendo a Hamás y a sus simpatizantes.

“La historia no perdona la vacilación ni la debilidad”, afirmó Netanyahu. Y añadió una advertencia que trasciende el caso australiano: el antisemitismo se comporta como un cáncer social que se propaga cuando los líderes permanecen en silencio y retrocede cuando actúan con determinación. En Sídney, ese silencio previo se pagó con vidas humanas.

La valentía individual de un civil que logró desarmar a uno de los atacantes, elogiada incluso por el propio Netanyahu, no puede ocultar la cuestión central: la seguridad de una minoría no puede depender del heroísmo improvisado, sino de políticas claras, preventivas y sin complejos.

España y Europa: el silencio selectivo

Desde España, la forma en que se ha narrado esta tragedia resulta especialmente indignante. Buena parte de los medios han hablado de “personas”, de “gente”, de “un lugar concurrido”, evitando mencionar que las víctimas pertenecían a la comunidad judía y que celebraban Hanukkah. Como si nombrarlo incomodara. Como si reconocer el antisemitismo molestara. Como si el dolor judío fuera un problema narrativo.

No es solo un problema mediático. Es un problema político. El Gobierno de España lleva tiempo optando por la ambigüedad, cuando no por una hostilidad abierta, en todo lo relacionado con Israel y el pueblo judío. Incapaz de condenar con claridad el odio antijudío. Incapaz de mostrar empatía sin matices ideológicos. Incapaz de situarse inequívocamente del lado de las víctimas cuando estas no encajan en su relato.

Ese silencio no es neutral. Es cobarde. Y forma parte del problema.

De la consigna a la masacre: “globalizar la intifada”

En este contexto, las palabras del alcalde saliente de Nueva York, Eric Adams, adquieren una relevancia decisiva. Adams calificó la masacre de Bondi Beach como la “aplicación real de la globalización de la intifada”. No como una metáfora, sino como una descripción literal. Lo que durante dos años se ha coreado en manifestaciones antiisraelíes tras la masacre del 7 de octubre de 2023 se ha traducido en disparos contra judíos en una playa australiana.

“Este ataque no surgió de la nada”, afirmó Adams. “Surgió como consecuencia de extremistas islámicos. Debemos ser claros al respecto”. Nombrar al agresor no es islamofobia; es precisión moral y analítica. Negarlo, en cambio, es encubrimiento.

Globalizar la intifada significa exportar la violencia, el terror y el asesinato de judíos a cualquier ciudad occidental.

Significa convertir sinagogas, escuelas y festividades religiosas en objetivos legítimos. Y eso es exactamente lo que ocurrió en Sídney.

Un ataque más amplio contra la vida judía

La comisionada del Departamento de Policía de Nueva York, Jessica Tisch, lo expresó sin rodeos: la masacre de Sídney forma parte de un ataque más amplio contra la vida judía. No contra Israel como Estado, no contra un gobierno concreto, sino contra la mera existencia judía en la diáspora. Esa distinción es crucial y deliberadamente ignorada por quienes reducen todo a “crítica política”.

Nueva York reaccionó reforzando la seguridad en instituciones judías durante Janucá. Otros gobiernos occidentales siguen atrapados en el eufemismo y la parálisis, temerosos de incomodar a quienes justifican o minimizan el odio bajo etiquetas ideológicas respetables.

Liderazgo, tolerancia y responsabilidad

Las advertencias de Adams cobran mayor peso ante el cambio político en Nueva York. Su sucesor, Zohran Mamdani, se ha negado en el pasado a condenar los llamamientos a globalizar la intifada y se declara antisionista. Aunque Mamdani ha condenado la masacre de Sídney como un “vil acto de terrorismo antisemita” y ha prometido proteger a los judíos neoyorquinos, la cuestión esencial permanece: ¿qué se tolera antes del atentado?

Como recordó Adams, un líder no se define solo por lo que dice tras la tragedia, sino por lo que permite cuando aún puede prevenirla. Permitir que se griten consignas violentas frente a lugares de culto, blanquear discursos de odio en nombre de la causa que sea, es sembrar vientos. Los muertos llegan después.

Un fenómeno global, una vergüenza moral

Lo ocurrido en Sídney conecta con investigaciones que apuntan a redes terroristas internacionales, incluso con posibles vínculos con Irán, y con atentados frustrados vinculados a ISIS en Australia. El antisemitismo contemporáneo no es solo un residuo histórico europeo; es también una herramienta estratégica del islamismo radical y de regímenes que entienden el odio al judío como elemento movilizador.

Que Occidente mire hacia otro lado, relativice o minimice este fenómeno constituye una vergüenza moral. Se condena la violencia solo cuando es políticamente rentable. Se exigen nombres y responsabilidades solo cuando conviene al relato. Mientras tanto, los muertos son reales, las familias destrozadas son reales y el miedo cotidiano del pueblo judío también lo es.

Nombrar o ser cómplices

Nombrar es un acto de justicia. Decir “atentado terrorista antijudío”. Decir “antisemitismo”. Decir “globalización de la intifada”. Callar, en cambio, es una forma de complicidad. La historia lo demuestra con una claridad brutal. El antisemitismo nunca avanzó gracias a grandes mayorías fanáticas, sino gracias al silencio de los moderados.

Cuando se siembran vientos de ambigüedad, relativismo y apaciguamiento, se recogen tempestades de sangre. Sídney no fue una anomalía. Fue una advertencia cumplida.

Y hoy, tras Bondi Beach, gobiernos, medios y buena parte del mundo han vuelto a fallar. Han elegido callar, diluir, incomodar lo menos posible. Han elegido un lugar muy concreto en la historia.

Desde aquí, desde España, solo cabe una posición moralmente decente: indignación, dolor, solidaridad absoluta con la comunidad judía de Sídney y con el pueblo judío en su conjunto. Y una exigencia clara a quienes gobiernan y comunican: dejen de sembrar vientos.

Porque las tempestades ya han empezado.

Am Israel Jai.

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