Revela un progresivo desquiciamiento de Pablo Iglesias

Podemos es cómplice necesario del separatismo catalán

Defender el mal llamado derecho a decidir y a la vez declararse no independentista no seduce como mensaje

Podemos es cómplice necesario del separatismo catalán
Carles Puigdemont y Pablo Iglesias.

En la táctica de desgaste mutuo, Podemos se lleva la peor parte porque no ha asumido la evidencia de que el PSC se convirtió en un partido residual gracias al mismo error, perjudicando a la marca socialista en el resto del territorio español

LA carta que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, se ha visto obligado a enviar a su militancia es la evidencia de que no solo no ha sido capaz de explicar su cínica posición respecto al proceso independentista, sino que además es el reconocimiento de que las expectativas electorales empiezan a ser demoledoras para su partido.

Iglesias ha cometido un error tras otro porque a estas alturas del proceso político más grave de nuestra democracia, con un incumplimiento flagrante de la Constitución como chantaje al Estado, es incomprensible que no respalde ni la independencia de Cataluña ni la aplicación del artículo 155 para restaurar la legalidad allí donde ha sido secuestrada.

Hablar, como hace Iglesias, de un «bloque monárquico» al que muchos de sus dirigentes identifican con la represión del franquismo es de una simpleza intelectual alarmante.

Revela un progresivo desquiciamiento político de Podemos, incapaz de asumir que lo que necesita España es concordia y cumplimiento estricto de la legalidad para mantener una correcta convivencia en democracia.

Es evidente que Podemos ni respeta la democracia, ni respeta a la monarquía ni respeta a la inmensa mayoría de españoles que se oponen a que la Generalitat rompa unilateralmente con España.

Iglesias no tiene ningún proyecto útil, creativo y reformista para España. Solo pretende una involución hacia una dictadura de extrema izquierda basada en dar barra libre al nacionalismo y al independentismo como modo de aglutinar apoyos para poder gobernar algún día.

Los excesos verbales de Iglesias, su floritura demagógica y su retórica mesiánica ya no calan como antes en una parte de la sociedad, la de la extrema izquierda populista, que empieza a percibir a Iglesias como un líder contradictorio anclado a un argumentario desgastado y carente de credibilidad.

De hecho, el debate interno en Podemos, por más que Iglesias lo acalle, empieza a ser muy crítico porque se ha situado en un terreno de nadie.

A las críticas por su cesarista concepción del liderazgo, se une un clamor interno contra su error estratégico en Cataluña, situando a Podemos como cooperador necesario de quienes pretenden la destrucción de España.

Ese mensaje puede ser bien recibido por la facción más intransigente del «podemismo» en Cataluña, pero sin duda es penalizado en el resto de autonomías, en las que el votante sí tiene un criterio favorable a la unidad de España.

Defender el mal llamado derecho a decidir y a la vez declararse no independentista no seduce como mensaje, y además está haciendo un favor al PSOE, una vez que Pedro Sánchez se ha visto abocado a defender al Gobierno en la defensa de la unidad nacional.

En la táctica de desgaste mutuo, Podemos se lleva la peor parte porque no ha asumido la evidencia de que el PSC se convirtió en un partido residual gracias al mismo error, perjudicando a la marca socialista en el resto del territorio español. Podemos tiene un serio problema.

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