Hay que explicar que la izquierda actual española es cualquier cosa menos demócrata. Los izquierdistas sensatos han catalogados como fachas y apartados.
Dada esta característica suya y ante el temor, o acaso la evidencia de que van a perder las elecciones su reacción es la normal de quienes no tienen clase. Hacen trampas y se comportan de modo salvaje colocando enormes pancartas con la fotografía y el nombre de ciudadanos que no tienen que ver con la política, a los que atribuyen delitos que no han cometido. Y no pasa nada. Actúan con total impunidad. Los que han sido encarcelados por delitos menores pueden pensar que la justicia no es igual para todos.
Iglesias y Sánchez generan mucho rechazo y con razón. Han manejado y manejan fondos públicos de modo arbitrario y contrario a los intereses de los ciudadanos.
De Sánchez no se fía absolutamente nadie. Y además de eso han surgido dudas más que justificadas en el voto por correo, en donde se sospecha que puede haber fraude. Al pobre Bolaños lo han pillado con el carrito del helado. En Mojácar. Lo que procede, en su caso, es la dimisión, pero no tiene vergüenza y Sánchez se ríe de los españoles. Se ríe y los odia. Estando como está lleno de odio, y dándose cuenta de que el personal en lugar de aplaudirle, como sí hacen sus ministros, opta por el abucheo, ese odio todavía es mayor.
Se han dado algunas circunstancias. Otegui, otro que también tiene la sesera vacía, le destrozó la campaña electoral a Sánchez. Y éste, a su vez, ya lleva tiempo procurando hundir la de Podemos, traición de Yolanda mediante. Por su parte, Mohamed intenta aprovechar la incompetencia del gobierno. ¿Cómo resolverán tantas dificultades producidas por su impericia? Pues muy mal, atacando y culpando de todo a la derecha. Cualquier día Sánchez le dirá a Feijóo que es peripatético.
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