Vivimos hiperconectados.
Pedimos comida por apps, consultamos diagnósticos médicos online, generamos textos con inteligencia artificial y almacenamos miles de fotos en la nube.
Detrás de esa aparente inmaterialidad hay un mundo físico gigantesco y muy exigente: los centros de datos.
Estas instalaciones, muchas veces invisibles para el usuario final, son auténticos monstruos tecnológicos que requieren cantidades descomunales de recursos, especialmente agua, para funcionar y mantenerse fríos.
Cuando hablamos del impacto ambiental del mundo digital solemos pensar primero en la energía eléctrica.
Sin embargo, el consumo de agua es igual o más preocupante en ciertas regiones.
La imagen romántica del internet como “la nube” se desmorona cuando descubrimos que cada vez que chateamos con un asistente virtual o subimos una foto, estamos poniendo a trabajar a miles de servidores que deben ser enfriados con sistemas hidráulicos altamente demandantes.
¿Por qué tanta agua? El problema del calor y la refrigeración
La explicación es sencilla: los servidores trabajan sin descanso, gestionando millones de operaciones por segundo. Toda esa actividad genera calor. Si no se controla, ese calor puede fundir componentes esenciales y provocar apagones o pérdidas de datos catastróficas. Para evitarlo, los centros de datos emplean sistemas de refrigeración basados principalmente en agua.
- El agua circula por intercambiadores térmicos que absorben el calor generado por los servidores.
- Luego, esa agua caliente se enfría en torres externas antes de recircular o verterse.
Un centro de datos medio puede consumir hasta 25,5 millones de litros al año solo para refrigeración. Las instalaciones más grandes pueden llegar a gastar hasta 5 millones de galones diarios, suficiente para abastecer a miles de hogares. Para ponerlo en perspectiva: generar un texto corto con ChatGPT consume medio litro de agua; extrapolado a millones de usuarios, el gasto se dispara hasta cifras equiparables al consumo anual doméstico de ciudades enteras.
En regiones con estrés hídrico como Arizona o Querétaro (México), esta demanda supone un desafío social y ambiental añadido. Muchos centros están situados precisamente allí donde la electricidad es barata pero el agua escasea, lo que agrava el problema.
Inteligencia artificial: la revolución que multiplica la demanda
Los avances en IA han hecho crecer el apetito energético e hídrico de estos centros. Modelos como GPT-5 o Gemini 2.0 no solo requieren más potencia computacional para entrenarse, sino también durante su uso diario. Cada interacción con una IA sofisticada implica miles o millones de operaciones paralelas, lo que incrementa el calor generado y la necesidad urgente de refrigeración eficiente.
Un estudio reciente advierte que los centros de datos impulsados por IA podrían consumir entre 4.200 y 6.600 millones de metros cúbicos de agua a nivel mundial para 2027. El entrenamiento y uso intensivo de modelos generativos —como ChatGPT— multiplica tanto el consumo energético como el gasto hídrico por cada consulta del usuario.
Además:
- Cada respuesta generada por IA implica un gasto energético suficiente para alimentar varias bombillas LED durante una hora.
- Si solo el 10% de la población activa estadounidense usara semanalmente estos sistemas IA, el consumo anual equivaldría al abastecimiento diario completo para una ciudad mediana.
El avance imparable y sus dilemas
En 2025 la inteligencia artificial ha dejado atrás las pruebas piloto y ya opera a gran escala en sectores clave como salud, finanzas, logística y educación. Los algoritmos interpretan imágenes médicas con precisión casi humana, gestionan transacciones bursátiles en milisegundos y hasta personalizan tratamientos médicos al instante.
El desarrollo acelerado lleva consigo una infraestructura creciente:
- Más servidores.
- Más almacenamiento.
- Más refrigeración.
- Más agua.
Según estimaciones del Foro Económico Mundial, la demanda energética ligada a IA podría duplicarse para 2030 y añadir hasta un 2,5% al consumo eléctrico global.
¿Hay alternativas sostenibles?
La presión social y regulatoria está empujando a las grandes tecnológicas a buscar soluciones menos dañinas:
- Sistemas híbridos que combinan refrigeración líquida y aire acondicionado (aunque esto último aumenta mucho el consumo eléctrico).
- Reciclaje del agua utilizada mediante tecnologías avanzadas.
- Ubicación estratégica en regiones menos vulnerables al estrés hídrico.
- Inversión en energías renovables para alimentar tanto servidores como sistemas auxiliares.
Sin embargo, ninguna solución es mágica ni inmediata. El dilema sigue vigente: ¿podemos sostener la era digital sin agotar nuestros recursos básicos?
El coste invisible detrás del clic
Cada vez que enviamos un mensaje a un chatbot, reservamos un vuelo online o pedimos pizza desde nuestro móvil, estamos participando —sin saberlo— en un complejo ciclo industrial que bebe del mismo grifo que usamos para ducharnos o regar nuestros tomates.
La sociedad digital avanza imparablemente hacia una hiperconectividad basada en inteligencia artificial cada vez más poderosa e intensiva en recursos. Pero ese progreso trae consigo una factura ambiental difícil de ignorar: nuestra vida online necesita mucha más agua —y energía—de la que imaginamos. De nosotros depende exigir transparencia e innovación real a quienes diseñan el futuro digital… Y recordar siempre cerrar bien el grifo; nunca se sabe si tu próxima consulta a la nube dependerá también de esa gota.
