Qué triste y que previsible. El 24 de mayo de 2017, ‘Perdóname, Señor’, la nueva fantasía de T5 sobre el mundo de las drogas, conquistó a la audiencia con un 19% de cuota de pantalla, mientras que el maravilloso documental sobre el ‘Caso Asunta’ en A3 se tuvo que conformar con un correcto 15,9%. ¿Por qué ganó la serie protagonizada por Paz Vega? Por muchas razones que no tienen nada que ver con su calidad.
‘Perdóname, Señor’ es un producto hecho para ganar. Todas las cadenas los tienen. Se renuncia al más mínimo atisbo de originalidad y riesgo para contentar a la masa. No es como la recientemente terminada ‘Sé quién eres’, ahí sí había autoría e intención de conquistar paladares un poco (sólo un poco) más exigente.
La nueva mini serie (tiene 8 episodios) de Mediaset nace de la fórmula de siempre: recrear éxitos pasados y juntar a un grupo de actores famosos, que no buenos. No hay más.
En este caso se ha vuelto a tirar del mundo drogas para recordarnos a ‘El príncipe’, ‘Sin tetas no hay paraíso’ y la película ‘El Niño’. Una vez más, Mediaset vuelve a darnos su propia versión del narcotráfico; todos están muy buenos, se pueden vivir aventuras románticas y disfrutar de paisajes maravillosos. Qué ideal.
Pero ‘Perdóname, Señor’ retuerce ese mundo de ‘fantasía y color’ y se lo lleva al esperpento con, atención, una monja como protagonista. Sí señores, una monja metida entre narcos y tiroteos. Pero no es una religiosa cualquiera. Es un pibón de maquillaje perfecto interpretada por una sufrida y acartonada Paz Vega.
La actriz andaluza, empeñada (ella y sus representantes) en ser la otra Penélope Cruz, se ha quedado simplemente en ser la ‘otra’, en protagonizar un dramón como este de la mano del creador de ‘Dreamland’.
Sí, Vega es mala. No tiene más de dos registros y su intensidad molesta pero no es la peor ni de lejos. ‘Perdóname, Señor’ tiene, de hecho, uno de los peores castings televisivos que se recuerdan.
El co-protagonista, Stany Coppet, está ahí solo para recordarnos a ‘El príncipe’. Nada más. Para empezar, por mucho que lo intente, su dominio de nuestro idioma es limitado (es francés). No se le entiende cuando habla, se limita a apretar mucho los labios y a mirar con intensidad. Punto.
Párrafo aparte merece Jesús Castro, un actor que es actor por casualidad y que bien podría ser tronista. Especializado exclusivamente en papeles de narcotraficante, el intérprete se limita a hacer lo de siempre. A hacerlo mal.
Pero sabiendo que su trío protagonista es tan malo, los productores se han querido cubrir las espaldas fichando a Antonio de la Torre, uno de los actores más respetados de ese país, que no sabe muy bien dónde meterse entre tanto despropósito. Eso sí, entiendo que sea un intérprete brillante pero empieza a ser agotador y pesadillesco verle en todos lados. Por 15 pesetas: Películas españolas de los últimos cinco años en los que no salga Antonio de la Torre. Suerte si consigues decir más de tres.
Vale, no todo el mundo le da tanta importancia al casting. Vivimos en un país en el que Paula Echevarría ha ganado premios. Para muchos, el casting es un mal menor. Lo que no es perdonable (al menos para mí) es lo aburrida que es la serie.
La trama es un culebrón facilón al uso que no sería malo si fuese entretenido. No lo es. Todo lo contrario. En el piloto (donde hay que poner toda la carne en el asador) casi no hay giros, y los que hay se adivinaban ya desde el tráiler. El montaje es perezoso y el ritmo inexistente. Los diálogos parecen bajados de internet y, como ya hemos dicho, están recitados sin esmero.
Pero con todo, la serie mala, lo que se dice mala, no es. De hecho, la recreación de Barbate y la fotografía son buenas. El conjunto, simplemente, da pereza.