Remembranzas. 2. Formalidades antañonas

Por Carlos de Bustamante

(El banco de la declaración)

Sería intento vano el mío, si tratara de rememorar en artículos con cerca de 70 años de intimidad entre dos personas: Carmen, mi queridísima esposa que acaba de fallecer, y Carlos, servidor de Dios y de vosotros, mis amigos. Benditas locuras que comenzaron de cuasi niños y que continuaron durante 63 años de matrimonio pleno de avatares y tumbos por esos mundos de Dios que los creó. Me limitaré, pues, a narrar solamente los que, a mi entender, merecen ser destacados.

Antes de proseguir, os ruego, mis amigos, que perdonéis el desorden cronológico de las remembranzas que se me vienen a la mente. Son tantas y de nostalgia tan grata, que mucho me temo resultar harto cargante. Cuento con vuestra bonhomía para poner orden y concierto en la ingente cantidad de ellas.

Os he dicho algo sobre las peripecias de colegiales ¿(huelga el femenino, porque, ¡oigan!, ya lo incluye el término) hasta mi ingreso en la A. G.M. de Zaragoza. Retomo remembranzas a partir de tan importante acontecimiento.

Como resumen de gran cantidad de etapas que transcurriendo durante dos años en la A. G.M. digo, que el amor incipiente de cuasi niños fue en progresivo aumento a medida que ambos entrábamos en una ilusionante adolescencia. Pero os aseguro, que hube de ganarme su amor, por lo general escasamente efusivo, con una constancia con caracteres del soldado de la Infantería española que no conoce obstáculos que impidan obtener su objetivo. Prueba superada; aun conservando mi Carmen siempre `genio y figura´.

Fue entonces y sólo entonces cuando formalizamos el precoz noviazgo con la imprescindible formalidad de la “declaración” al uso: la que marcaba formalmente, digo, el noviazgo. Un ´ sí quiero´, anticipo-requisito y reglamentado entonces, al definitivo del matrimonio canónico, claro. Y es tal el recuerdo del acontecimiento, que en el paseo “en coche” (silla de ruedas) de hace unos días por los jardines del vallisoletano Campo Grande, dije a mi amigo y ayudante José que fotografiase el banco donde mi Carmen y yo nos “declaramos” amor mutuo. O sea, ése banco u otro parecido en sustitución del de hace no menos de 68-70 años. Os diré, mis amigos, en algún artículo próximo algo más sobre esta remembranza.

Declaración según costumbre de la época, de amor limpio y no por ello ¡oigan!, menos intenso. Como esto es así, me pregunto, ¿es que acaso el amor de entrega a la persona amada, es menor por no hacer de ella objeto de egoísmo personal del solo instinto animal…? ¿Será posible que el amor “hecho “así porque lo demande la adaptación a los tiempos, sea amor verdadero? ¿No creen mis amigos lectores, que es precisamente la satisfacción del instinto una de las principales causas de separaciones, divorcios y dar muerte a la ilusión de quienes, incontinentes, no pueden luego mirarse limpiamente a los ojos, sino como cómplices de un descomunal desorden? ¿No será, en fin, éste el cimiento fatigado de tantos matrimonios rotos?

Como en los ya lejanos tiempos en que vieron en este decano blog mis artículos del “Rezongón” ítem les digo: `que conste que no pretendo aconsejar; yo…, digo nada más´.

Cumplida la formalidad de antaño, con la ilusión de un amor sin `estrenar´, intentaré no causarles un mortal aburrimiento con sucesivas remembranzas que son la historia de un matrimonio longevo en edad y tiempo recientemente truncado porque mi Carmen acudió a la llamada del Padre, en el mejor momento y circunstancias de presentar sus credenciales sin mancha ni arruga. ¡Ahí es nada! ¿eh? Bendita sea.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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