Frutos de una tragedia

Por Javier Pardo de Santayana

(Viñeta de Puebla en ABC el pasado día 24 de abril)

Con la especial sensibilidad que pudiera haber en quien escribe por el hecho de haber vivido en la habitación de un hospital en estos días, me permito exteriorizar algunas  impresiones que me parece casi obligado compartir.

Por ejemplo, me ha parecido percibir cómo en la muerte de un amigo podemos encontrar un ejemplo de vida y la actitud que uno desearía ser capaz de tener cuando le llegue el turno. Como también, que de una tragedia colectiva puede surgir una valoración del prójimo – e incluso del vecino – muy diferente de la que solemos aplicar en otras circunstancias. Que en un ambiente en que planea la amenaza de una muerte que podría también afectar a otro cualquiera, pueden establecerse relaciones bastante más auténticas de las que surgen en nuestro propio ambiente cotidiano.

Y que es posible que en unas circunstancias como las actuales, que escapan del control de los poderes y superan nuestras prevenciones y cautelas, tienda a hacerse evidente lo que verdaderamente importa en nuestras vidas, ridiculizando así tantos pecados personales y sociales como hoy favorecen y cultivan determinadas actitudes egoístas. También, que en la tribulación se desnudan nuestras almas y hay que perder el sentido del ridículo. Que situaciones como las que estamos viendo, en la que las bajas pasiones son intempestivas y quienes las estimulan y utilizan parecen estar fuera de juego, puede lograrse una mejor definición de lo superfluo y no digamos de lo pernicioso. Y que nos hacen observar cómo cuando un hecho nos iguala a todos en la implacable amenaza de la muerte cualquiera que pueda ser nuestra ubicación política o social, se produce una valoración distinta de la vida, ya que caemos en la cuenta de la fragilidad del hombre, que es como decir la nuestra. Todo ello nos mueve a una mejor valoración del sentimiento, del valor y el estoicismo, de lo que vale nuestro  prójimo, de lo que nos aportan los apoyos y ayudas que nos prestan: de la generosidad de quienes se entregan a la tarea de protegernos y salvarnos sin necesidad de conocernos; sin preguntarnos siquiera quiénes somos.

Cosas que contribuyen a que la tragedia provoque una revolución social en que destaca el esencial valor de unos esfuerzos que no piden retorno, sino que se realizan por principio y sin esperar el agradecimiento, por lo cual inducirán todo un caudal de admiración y de respeto. El resultado deberá ser, por tanto, una panoplia de gestos y expresiones que normalmente fueron contenidas por una especie de vergüenza a abrir el corazón, pero que en las actuales circunstancias se exteriorizarán contribuyendo a la extensión de un movimiento jamás vivido en nuestras calles hasta ahora. Hasta los niños podrán darnos ejemplos de  alegría, imaginación y responsabilidad.

Pero no es esto todo, porque en la lamentable situación de ahora veremos como aumenta el valor de las pequeñas cosas y detalles y cómo crecerá la alegría del encuentro; como se valorará mejor la vida que Dios nos tiene concedida a la vez que pierden su importancia las influencias y el culto del dinero en una aproximación a la verdad y a la autenticidad. O quizá también porque se rece más y mejor que nunca  en un ambiente de mayor emoción y más auténtico. Y eso que se ora en la distancia y a través de cauces bien distintos, pero en la soledad y en el silencio: como con mayor proximidad con el Misterio.

Afortunadamente el ambiente se vio favorecido por la generosa oferta de los medios – una abundancia de misas y rosarios, de reflexiones espirituales. Y sobre todo, de la presencia, jamas vista, de un Papa en la homilía diaria; como si fuera simplemente nuestro párroco y con escenas tan impresionantes como las llegadas desde un Vaticano físicamente silencioso y solitario.

En fin, falta decir que el ambiente creado de esta forma debe poner en evidencia la tan acostumbrada como perniciosa utilización de una tragedia que nos afecta a todos con la intención de repartirse el poder en propio beneficio, con lo cual la salud acaba por parar en manos poco aptas. O lo que es aún peor, sacar partido de tan lamentable ocasión para destruir la convivencia o dar definitivos pasos adelante hacia el inquietante objetivo de romper la unidad entre unos españoles que en esta tesitura se encontraron fraternalmente en la desgracia.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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