Por Carlos de Bustamante
(Familia Bustamante)
Sí, mis amigos, novena bella historia que nunca hubiera querido tener que escribir.
El casi nonagenario que trata de entretener a sus amigos con `sus cosas´ tenía once años cuando Manuel de Bustamante y Sánchez, tuvo que “disfrutar” de la situación de reemplazo por herido a partir del 25 de agosto de 1943.
Como las décimas de fiebre persistían, don Víctor Jolín-recordad el médico de familia- recomendó un reconocimiento completo en un centro hospitalario especializado en aparato respiratorio. El diagnóstico en el hospital militar Gómez Ulla de Madrid, fue descorazonador y alarmante: completamente abiertas las heridas de guerra en los pulmones, e infectadas con bacilos. Único tratamiento por entonces conocido: sanatorio antituberculoso en lugares de sierra o de aires puros. Recomendaron sanatorio de Ronda y absoluto aislamiento, incluso de familiares próximos -hijos, esposa…- etc.
Ninguno de sus hijos le volvimos a ver.
Asomado al tajo de Ronda, en el sanatorio se respiraba aire purísimo. Con reposo, alimentación adecuada y tratamiento con sulfamidas como único medicamento, la mejoría hizo concebir esperanzas de superar la enfermedad por entonces considerada incurable. Se le permitió salir al pueblo.
Su esposa, mi madre, hizo caso omiso de absoluto aislamiento y, alternando semana sí y no, acudía a Ronda ilusionada con las noticias. En ferrocarriles infames de la posguerra, con interminables horas de trayecto, acudía arrostrando penalidades sin cuento. Si llegaba al anochecer, de madrugada emprendía el camino de vuelta. Alojada en hoteles de similar categoría que los ferrocarriles – no los había mejores, ni el precio se lo permitía- acudía al sanatorio recién amanecido, sin dejar de pensar luego el matrimonio en los hijos con sólo el servicio en la casona de Valladolid. El herido miraba y remiraba una y cien veces las pocas fotografías que su esposa le pudo llevar.
Y prosiguió la mejoría. Una vez más la naturaleza formidable de mi padre vencía, por el momento…, a la terrible enfermedad, secuela del maldito atentado.
Con el permiso dicho de `bajar al pueblo´, relataba por carta a su hermano mayor Pepe – las conservo todas- (¡el que hoy sería mi suegro!) cómo empleaba sus ratos de absoluta soledad de paseo por Ronda.