Por Carlos de Bustamante
(Granaderos españoles y el batallón de La Habana entran en Fort George. Óleo de H. Charles McBarron Jr.)
Por lo que llevamos narrado gracias a Fernando Martínez Laínez en sus Vientos de Gloria, los enemigos seculares de España fueron sin duda Francia e Inglaterra, alternándose según las circunstancias. En las fechas de la presente memoria histórica (1781) y dada la supremacía de Inglaterra como potencia naval sobre todo y la ambición por las ricas colonias españolas en el Nuevo Mundo, fue este país el enemigo de turno. Y como creo haberos comentado, también fue Inglaterra la que, insatisfecha de las pingües ganancias que la proporcionó ejercer el corso sin escrúpulo alguno, legó al mundo la más sibilina leyenda negra sobre la verdadera memoria histórica de España. Éste y no otro es el motivo que insista tantas y tan repetidas veces en la verdad de los Vientos de Gloria que hablan por sí solas como rotundo mentís a leyendas negras, rojas, verdes, anaranjadas, azules, añiles o violetas….
Que también ellos tienen indudables Vientos de Gloria…, pues que ellos se lo guisen y se lo coman.
LA DEUDA NORTEAMERICANA
Los hechos históricos son indescifrables si no se conocen las causas, pero estas se presentan siempre mezcladas y concatenadas, por lo que resulta manipulador y tramposo aislarlas entre sí.
Cuando España, en tiempos de Carlos III, entró en guerra contra Inglaterra el 16 de junio de 1779, lo hizo sobre todo para vengar un agravio, pero también porque consideraba inevitable el enfrentamiento con el enemigo más poderoso del momento: Gran Bretaña. Esa nación, a punto de hacerse dueña absoluta de los mares, tenía puestos sus ansiosos ojos en América y era entonces el enemigo principal. Una ambiciosa potencia colonial en expansión y en competencia directa con España, dispuesta a adueñarse del rico imperio continental americano que codiciaba para su comercio.
Carlos III no estaba dispuesto a sufrir más humillaciones ni a permitir que España se sometiera a los dictados británicos. La afrenta de Menorca y Gibraltar no se había olvidado, y a esto se unía la mala situación de Francia, que había perdido Canadá y que tenía amenazadas sus posesiones en la India y el Caribe. La probable derrota total francesa dejaba a España aislada frente al poder inglés. En consecuencia, la supervivencia de la América hispana pasaba por el enfrentamiento directo con Inglaterra, y para España se trataba solo de elegir la hora. Ese momento surgió en 1776, cuando estalló la guerra de independencia de las trece colonias norteamericanas —el embrión de lo que serían los Estados Unidos— contra el gobierno de Londres. Siguiendo la vieja máxima de que «los enemigos de mis enemigos son mis amigos», España —de acuerdo con Francia— decidió ayudar secretamente a los rebeldes, una asistencia decisiva en dinero y pertrechos de guerra, equivalente, si no superior, a laque prestó Francia y que es casi desconocida en la propia América, en buena parte por la incapacidad española para reivindicar y hacer valer su propia historia.
En 1777, el representante de los rebeldes americanos en Francia, pidió secretamente ayuda al embajador de España en París, conde de Aranda, otro patriota que tenía ganas de ajustarle las cuentas a Londres, y el socorro, en los tiempos más duros para los insurrectos, cuando casi nadie apostaba por su victoria, no se hizo esperar. España respondió con generosidad y premura. En términos globales, y en el curso de varios años, además de mucho dinero, los norteamericanos obtuvieron de España 215 cañones de bronce, 42.000 mosquetes, 4.000 tiendas de campaña, granadas, bayonetas, uniformes, quinina, provisiones, 13.000 balas de cañón, 50.000 de mosquete y unos 150.000 kilos de pólvora, a lo que hay que añadir casi dos millones de libras en dinero. La mayor parte de esta deuda fue a fondo perdido y se pagó tarde, mal o nunca.
EL INICIO DE LA GUERRA
La declaración de guerra a Gran Bretaña no iba ligada al reconocimiento de la independencia de las Trece Colonias por parte de España, ni tampoco comprometía el envío de ningún cuerpo expedicionario en apoyo de los colonos rebeldes. Los objetivos españoles quedaban netamente expuestos en la nota que José de Gálvez, secretario de Estado del Despacho Universal de las Indias y tío de Bernardo de Gálvez, envió al capitán general de Cuba, Diego José Navarro: El Rey ha determinado que el principal objetivo de sus tropas en América, durante la guerra con los ingleses, será expulsarlos del golfo de México y de las riberas del Misisipi, donde sus establecimientos tanto perjudican nuestro comercio, así como a la regularidad de nuestras más valiosas posesiones [americanas]. Una vez tomada la decisión de reconquistar La Florida, el gobierno español actuó con celeridad. Una flota de 140 barcos de transporte y 16 navíos de escolta partió de Cádiz el 28 de abril de 1780, mandada por José Solano, para reforzar el dispositivo de defensa en Puerto Rico y Cuba. Al frente de los 12.000 soldados de la tropa embarcada iba el teniente general Victorio de Navia. Entre los que recibieron la noticia de la entrada en guerra con mayor ánimo estaba, sin duda, Bernardo de Gálvez, que por esas fechas era gobernador de Luisiana.
A pesar de su juventud (contaba veintinueve años), Gálvez era un gran conocedor de la realidad americana. Había pasado siete años luchando contra los indios en la frontera de Nueva España y había estudiado técnica militar en Francia. Este «especialista de la frontera», como le define el historiador René Quatrefages, sabía que Luisiana no podría resistir un ataque de las tropas inglesas y que, para defenderla, la mejor arma era la ofensiva, atacar al enemigo en su propio terreno. Pero Gálvez era también un hombre precavido y conocía las dificultades de tal empresa. Anticipándose a la inminente contienda, había extremado los preparativos militares reforzando las principales defensas de su gobernación en Nueva Orleans y construyendo lanchones artillados para dominar la desembocadura del río Misisipi…