Las otras guerras de Bono (*)

El nombramiento de Bono, peso pesado del PSOE y único pata negra del Gobierno socialista fue una sorpresa. Quizás un regalo envenenado de Rodríguez Zapatero para cortocircuitar su futuro político como Secretario General y sus aspiraciones a la presidencia del Gobierno.

En todo caso, su estilo populista (el discurso demagógico florido que tan excelentes resultados le dieron en Castilla-La Mancha) hace chirriar los engranajes de Defensa, acostumbrados al lubricante del rigor y de las formas, sobrias y circunspectas, tan lejanas al parloteo inmisericorde del político castellano-manchego, que olvida que Madrid no es Toledo, ni el ministerio de Defensa el palacete de Fuensalida.

Con estas premisas, y la férrea carga política que Bono ha arrojado sobre el ministerio de Defensa, que en solo seis meses no ha dejado un jardín sin pisar, ni títere con cabeza, no es de extrañar que sea el ministro más polémico del Gobierno.

Empezó Bono su actuación ministerial con la retirada de nuestras tropas de Iraq, ordenada por ZP como respuesta del Gobierno socialista a los salvajes atentados terroristas del 11-M. La humillante huida de nuestros Ejércitos, consecuencia de la claudicación política frente al terrorismo islámico-marroquí supuso, además, la traición a nuestros aliados y el abandono de nuestros compromisos internacionales. Continuó Bono su gestión ministerial con el «sarao» de su toma de posesión, con bandera, banda y música, y más de 200 invitados entre destacados dirigentes socialistas y personalidades como Antoñito Gala, Conchita Velasco o Raphael, todos ellos muy conocidos por su afinidad y acendrado amor a la milicia.

Luego quiso celebrar el éxito de nuestra valiente huida de Iraq, y se concedió la gran cruz al Mérito Militar, máxima condecoración de las FF.AA en tiempo de paz. Tras su publicación en el BOE, y a petición de su hijo -que estaba «triste…, más que triste»-, la quiso devolver, ignorando que el Reglamento de Condecoraciones Militares lo impide. Penoso comportamiento de un ministro de Defensa en ambos casos. Más adelante nos enteramos por la prensa de su afición a utilizar un helicóptero del Ejército para trasladarse desde su casa en Toledo, al despacho en el paseo de la Castellana para evitar atascos. Lo mismo que hizo Alfonso Guerra con el Mystère del Ejército del Aire para ir desde la portuguesa villa de Faro a Sevilla, a ver los toros.

Sin embargo, los problemas de fondo que atenazan a las Fuerzas Armadas no se abordan. El estrepitoso fracaso de la política de profesionalización de los Ejércitos ha tocado fondo, tras décadas de desprestigio y abandono de lo militar, sin distinción de Gobiernos. Cuando Bono pretende modificar la Ley 17/99 de la Función Militar para dar cabida a extranjeros en las FF.AA, y paliar la alarmante falta de efectivos para cubrir las plantillas, olvida, discrimina, ofende e incumple los compromisos electorales de Rodríguez Zapatero con más de 2.000 profesionales de las FF.AA (Oficiales de Complemento y Tropa y Marinería profesional) actualmente en la cola del INEM, apartados del Ejército -con una mano delante y otra detrás- por el increíble delito de haber cumplido 12 años de servicio -o haber cumplido la provecta edad de 35 años- en aplicación retroactiva de una ley injusta, promulgada en la primera legislatura del PP. Pese a las promesas socialistas de paralizar los despidos y reintegrar a los injustamente despedidos, nada ha cambiado. Para eso no se modifica la Ley 17/99. Se estima en 22.000 los soldados españoles que serán despedidos por el ministerio de Defensa en los próximos cuatro años.

Por el contrario, es en la «política» partidista donde ha centrado Bono su desvergonzada actuación ministerial. Su ataque permanente a Aznar, como indecente corolario de un silogismo perverso que adjudica al ex presidente la responsabilidad de la matanza terrorista del 11-M por ordenar la presencia de nuestras tropas en Iraq. O la abyecta instrumentalización política del desgraciado accidente del Yakolev 42 en Turquía, cargando sobre la cúpula militar las responsabilidades de unos hechos que, en última instancia, corresponden en exclusiva al poder político. Y de paso lanzar cortinas de humo sobre la comisión del 11-M, aprovechando la coyuntura para poner firmes a los militares -extendida afición entre algunos políticos- y sustituir de forma precipitada e ignominiosa la cúpula militar -que disciplinadamente había afrontado la presencia militar en Iraq- reemplazándola por otra tríada de talante más pacífico y zapateril, con el JEMAD, Félix Sanz Roldán, a la cabeza.

En 2004, con ocasión de la Fiesta Nacional y el desfile de las FF.AA Bono volvió a las andadas. Politizó unos actos que deberían haber suscitado el mayor consenso, creando estériles polémicas. Impidió el desfile de las tropas norteamericanas, que desde el año 2001 intervenían como homenaje del pueblo español al norteamericano, tras los trágicos atentados del 11-S. Las mismas que siguen en Torrejón, Rota o Morón y que comparten fatigas con las nuestras en Afganistán. Una ofensa gratuita para mostrar nuestra «independencia» del proclamado amigo y aliado americano que lastrará, aun más, las relaciones con los EE.UU.

En absurda compensación, promovió la participación en el desfile de ex combatientes de la División Azul, que apoyó a la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, y de la División Lecrerc, que «heroicamente» liberó París después, eso sí, de la victoria de los norteamericanos. Como guinda de despropósitos, Bono buceó en el texto de la secular oración del acto de Homenaje a los Caídos, y aunque según parece tampoco es obra de Aznar, lo ha modificado -siguiendo su permanente obsesión por eliminar la muerte en la liturgia militar- con el argumento de que el nuevo texto contribuye más «a la paz y la concordia de todos los españoles que las estrofas iniciales, que no juzgo». Son las otras guerras de Bono.

(*) Actualización del artículo publicado en diferentes medios de prensa – segundo de una terna sobre lo que ha sido la ejecutoria de José Bono al frente del ministerio de Defensa- a modo de prólogo del análisis de su última actuación ministerial que ha culminado con el arresto e inmiminente destitución del teniente general Mena Aguado, Jefe de la Fuerza Terrestre.

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Autor

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

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