Esas fueron las primeras palabras que fray Luis de León dirigió a sus alumnos al reanudar sus clases en la universidad de Salamanca, tras cinco años de prisión en las cárceles de Valladolid acusado por la Inquisición como sospechoso en materia de fe.
Las envidias y rencillas entre órdenes y las denuncias del catedrático de griego León de Castro le llevaron a ser procesado por la Inquisición, bajo la acusación de preferir el texto hebreo del Antiguo Testamento a la versión latina adoptada por el Concilio de Trento y de haber traducido partes de la Biblia -en concreto el Cantar de los Cantares-, a la lengua vulgar, lo que estaba expresamente prohibido y que sólo se permitía en forma de paráfrasis.
Aunque era inocente de tales acusaciones, su prolija defensa demoró el proceso cinco largos años tras los cuales fue finalmente absuelto. Parece cierto que al salir de la cárcel escribió en sus paredes esta décima:
me tuvieron encerrado.
¡Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y, con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso,
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa,
ni envidiado, ni envidioso!
He recordado esta anécdota a propósito de mi larga ausencia de este blog. Afortunadamente -toquemos madera-, todavía no he sido procesado por ninguna Inquisición -porque haberlas, haylas, aún disfrazadas con muy diferentes ropajes-, ni tampoco he sido desterrado, ni condenado a galeras, aunque en los tiempos que corren en este país, antes llamado España, eso es un «accidente colateral» que le puede ocurrir al más pacífico y honrado de los ciudadanos, víctima propiciatoria de cualquiera de las infinitas leyes, escritas o tácitas, de lo políticamente correcto.
Así que, consciente de estos hechos y sabiendo a lo que me expongo, aquí continuaré escribiendo libremente de política, de temas de actualidad o de cualquier otro asunto que, bajo mi punto de vista resulte de interés, en permanente desafío a lo políticamente correcto.