El chiringuito de los biocombustibles

El chiringuito de los biocombustibles

(PD).-En Alemania lo llaman «el pan líquido». En Estados Unidos, cofradías y expertos en la última tendencia cultivan un aire irónico llamándolo Kellogs de cebada. La mayor parte de nosotros simplemente nos referimos a ello como «cerveza». Pero cualquiera que sea su apelativo para el asunto, no hay motivo para negar que a la gente de ambas orillas le encanta su cerveza.

La diferencia ahora mismo, sin embargo, es que mientras los americanos pueden seguir consumiéndola sin problemas como siempre han hecho, los precios de la cerveza alemana se han venido disparando. ¿Qué o quién es el culpable? ¿La avaricia corporativa quizá, o un impuesto corporativo diseñado para obligar a los aficionados alemanes a la cerveza a prescindir de sus barrigas?

Es algo mucho menos espectacular, -explica Peter Suderman en National Review– pero potencialmente más insidioso: los subsidios a los biocombustibles que están obligando a más granjeros a prescindir de sus cultivos de cebada — necesarios para fabricar cerveza — en favor de cultivos que les granjeen subsidios más jugosos procedentes de reguladores estatales que intentan combatir el calentamiento global. Encabezando la lista de estos subsidios se encuentran el centeno y la cebada, ingredientes utilizados en la creación de biodiesel y destilados de gasolina de etanol que presuntamente reducen los gases de efecto invernadero que provocarían el calentamiento global.

Gracias a estos cambios en los cultivos, el precio de la cebada se ha duplicado en los dos últimos años, un incremento que eventualmente ha ido pasando hasta el consumidor. Algunas cerveceras ya han subido sus precios, y muchas más están planeando subirlos pronto. Los aficionados alemanes a la cerveza están sintiendo ya el impacto sobre cervezas como Erdmann Ayinger, que subió sus precios de 6,10 euros hasta 6,40 euros a lo largo del año pasado. Eso es más o menos 50 céntimos de euro la cerveza para los alemanes, que consumen una media por encima de 30 galones por persona al año.

Pero eso parece un precio bastante reducido a pagar por una causa digna, ¿no? Después de todo, como dicen científicos como el experto de la NASA en el clima James Hansen, el calentamiento global amenaza a la humanidad con una catástrofe inminente debida a cambios climáticos y crecimientos en el nivel del mar, por lo que los biocombustibles tendrían que ser más importantes que los precios de la cerveza.

El problema es que resulta que incluso si usted considera el cambio climático una amenaza seria, los biocombustibles no son en absoluto un medio eficaz de evitarlo. En la práctica, simplemente exacerban el problema. En estos tiempos, cualquiera que diga lo contrario — como por ejemplo los reguladores europeos — estará borracho.

Dos estudios publicados en la revista Science a comienzos de febrero indican que, en lugar de dar lugar a menos emisiones de carbono que los combustibles corrientes, una vez que se tienen en cuenta los costos de producción totales, los biocombustibles producen emisiones mayores que sus homólogos regionales. Y la diferencia tampoco es que sea reducida. Según uno de los estudios, «convertir bosques, pantanos, planicies o praderas para fabricar biocombustibles en Brasil, el sureste de Asia y Estados Unidos crea ‘una deuda de carbono’ al generar entre 17 y 420 veces más dióxido de carbono que los combustibles fósiles a los que reemplazan». Como explica Joe Fargione, científico de Nature Conservancy y autor de uno de los estudios, la ‘deuda de carbono’ es lo que resulta de la limpieza adicional del terreno, más allá de los costes de producción alimentarios, necesaria para cultivar la cosecha de biocombustible. Despejar terrenos libera almacenes naturales de carbono a la atmósfera; de manera que mayor dependencia en los biocombustible significa incrementar nuestra deuda de carbono.

Pero no son solamente las emisiones de carbono lo que plantea un problema potencial, y no es solamente Europa la que sufre los efectos desagradables de los biocombustibles. Estados Unidos, por ejemplo, dedica casi 11.000 millones de dólares al año en subsidios al etanol. Al fomentar el cultivo de biocombustibles a expensas de los demás cultivos, estos subsidios plantean un riesgo serio para el abastecimiento alimentario del mundo.

Según un informe de Dennis Avery, miembro del Instituto Hudson y antiguo analista agrícola del Departamento de Estado, se espera que la demanda de comida en todo el mundo se duplique antes del año 2050, de manera que reemplazar millones de acres de cultivos con cosecha tras cosecha de combustibles biológicos plantea en el mejor de los casos unas perspectivas sombrías. Cuando las cosechas de combustible reemplazan a las cosechas de comida, en la práctica estamos, en palabras de Avery, «consumiendo comida como combustible de coches» — dando un nuevo significado a esas gasolineras que cuentan con comida rápida y que actualmente pueblan nuestras carreteras interestatales.

Se suma al problema que los combustibles biológicos no son tan eficaces como la gasolina por ejemplo. Según un informe de la Energy Information Administration, el biodiesel en la práctica reduce el ahorro del combustible, produciendo alrededor de un 11% menos de energía por galón que el diesel de petróleo. Mientras tanto, un galón de etanol es más o menos igual a 0,67 galones de gasolina convencional.

Nada de esto debería sorprender a nadie. Las instituciones del libre mercado han venido difundiendo advertencias acerca de la eficacia y los verdaderos costes de los combustibles biológicos durante años. Pero solamente ahora los medios de comunicación de referencia están comenzando a descubrir la verdad. La revista Time ha publicado tres noticias en la materia a lo largo de los últimos meses, incluyendo una noticia de portada titulada «El fraude de las energías limpias». El New York Times recogió los estudios de Science con una fidelidad que los propulsó a la lista de los más leídos de la página. Rolling Stone publicaba recientemente una denuncia de los efectos perjudiciales de la política del etanol norteamericana, y hoy, hasta el columnista progre del Times Paul Krugman se ha ocupado del asunto.

Parte del razonamiento de toda la atención es que está quedando cada vez más claro que los subsidios a los combustibles biológicos, además de destruir cultivos y acelerar de manera potencial el calentamiento global obra del hombre, parecen estar alimentando de manera indirecta la destrucción de las reservas forestales. Mientras los granjeros abandonan los cultivos de soja en favor de combustibles biológicos subsidiados y los precios de la soja se disparan conforme la oferta se reduce, los granjeros de Sudamérica han expandido sus esfuerzos asoladores para aprovechar el tirón. Cuando los bosques en el Amazonas empiezan a arder, los ecologistas empiezan a prestar atención.

Más vale tarde que nunca, aunque vale la pena cerciorarse de que los ecologistas aprecian por completo la ley de las consecuencias imprevistas en esto: las políticas diseñadas para incrementar el uso de los combustibles biológicos han contribuido al calentamiento global, reducido el abastecimiento de comida planetario, destruido reservas forestales y – ah sí — disparado los precios de la cerveza. Y aun así, tanto Estados Unidos como Europa están gastando decenas de miles de millones al año en subsidios. Tal vez deberíamos tomarnos unas cañas mientras aún podamos pagarlas.


Peter Suderman es redactor y analista político de FreedomWorks.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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