A mediados de 2012 se anunciaba que doce empresas españolas habían vencido a Francia en el concurso por uno de los mayores proyectos de obras públicas de los últimos años: la construcción del ferrocarril de alta velocidad en los 444 kilómetros que hay entre Medina y La Meca, las dos primeras ciudades santas del islam.
Durante seis años de negociaciones previas, desde 2006, hubo comisiones, ofertas de apoyos políticos y militares, buenos planes y precios y, algo fundamental, las buenas relaciones personales entre los reyes de los países implicados.
Francia es una nación más unida, poderosa e influyente que España, y el entonces presidente Nicolas Sarkozy peleó por lograr ese contrato de 6.700 millones de euros, que era un gran escaparate para nuevos proyectos en Rusia, Brasil o EE.UU.
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