El corrimiento de tierras ideológicas que se ha experimentado España hacia la izquierda es tan notable que se califica de ultraderecha a Vox, partido segregado del PP en 2014, cuando sólo es la derecha que había dejado de ser la formación de la que se escindió.
Vox es la derecha que, ante el concepto tomado del marxismo de que hay una lucha de clases que divide a hombres y mujeres, o a inmigrantes explotados y occidentales explotadores, retoma la idea darwiniana de que los seres humanos de cualquier sexo, etnia o creencia se enfrentan a una lucha evolutiva en la que si no triunfan mueren.
Santiago Abascal, su presidente, o José Antonio Ortega Lara, secuestrado por ETA 532 días, igual que los demás dirigentes de Vox, consagran apasionadamente sus “ideas fuerza” de una España unida sin fisuras, lo propio frente a lo ajeno –especialmente frente a los inmigrantes que, afirman, reciben más ayudas sociales que muchos españoles necesitados–, no al aborto y no a la discriminación positiva de grupos de presión, sean mujeres, sindicatos o asociaciones LGTBI…
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