Al BNE corresponde potenciar la belleza intrínseca del folclore multipatrio con aires globales y significados actuales
El Ballet Nacional (BNE) estrenó ‘Clásicos de la Danza Española’ un programa formado a base de algunas de sus antiguas coreografías más afamadas. En la primera parte, cuatro de ellas -Paso a cuatro / Farruca / Viva Navarra / Jota de la Dolores, a mi padre- y en la segunda Medea, que desde su estreno en 1984 es la obra de danza teatral más representada del repertorio español. Un programa muy largo que hubiera quedado mejor dividido en dos distintos, teniendo en cuenta que dentro del esquema planteado por su director, Antonio Najarro, esta será la única recuperación de repertorio de toda la temporada. Lograda y entretenida la primera parte, su academicismo terminó levantando vuelo con la jota cantada en directo por José Luis Urben. Por el contrario, el desfase de ‘Medea’ resultó patente y nos defraudó enormemente.
¿Existe la danza española, existe una rama autóctona -fuerte y fértil- del tronco universal? Dice la experta Margarita Lama que ‘la danza es congénita a los españoles como el canto a los napolitanos. Ya célebre en el tiempo de los romanos, cuando el arte habilísimo de las sacerdotisas gaditanas aparecía tan embriagador que los antiguos poetas no podían describirlo por insuficiencia de expresiones idóneas. Encajó durante los siglos sucesivos primero la influencia morisca -de donde nació la zambra-, hasta el punto de que algunos pasos conservaron un marcado carácter árabe, y luego la influencia gitana. En el siglo XVIII el fandango era la danza nacional por excelencia. El bolero nació más distinguido y moderado, y siempre se dijo que ‘si el bolero embriaga, el fandango inflama’. A las voluptuosas seguidillas ya las citaba Cervantes y las hay al menos manchegas, sevillanas, aragonesas, valencianas y gallegas. Lugar importante ocupa la jota aragonesa atribuida por la leyenda a un desconocido poeta y músico árabe expulsado de Valencia en el siglo XII. El fandanguillo funde la chacona, la villana y el Canaris. ‘Muchas de las danzas mencionadas tienen estrecho parentesco entre sí y es muy difícil encontrar las raíces de cada una dentro del intrincado nudo de las derivaciones. Representan el más genuino medio de expresión de un pueblo apasionado, ágil y místico, que posee desarrolladísimo el sentido del ritmo’. ¿Será verdad, fue verdad, es verdad?
¿Y cómo fueron estos clásicos de la danza española? La primera parte de la velada cumplió ese distanciamiento del flamenco que consideramos imprescindible para la supervivencia del BNE. El programa se abrió con el complejo Paso a cuatro creado en 1956 por Antonio Ruiz Soler, el célebre Antonio El Bailarín, director del BNE en 1980 que sería cesado de un plumazo por el PSOE en 1983 al llegar al poder. ‘Es una joya de la escuela bolera’, en opinión de Najarro. Elegante, distinguido, ciertamente demuestra que hubo un serio intento en los años cincuenta de desarrollar una danza española autóctona, un intento que podría relanzarse. El neoclasicismo de la partitura de Pablo Sorozábal y el hermoso vestuario realzaron las evoluciones individuales y de conjunto de las cuatro bailarinas. Un buen principio, sólo oscurecido por una falta absoluta de la menor insinuación escenográfica, algo que se mantendría toda la primera parte. Decimos insinuación, algún detalle de color, algún recurso de acompañamiento que se echaron muy de menos. Menos mal que la iluminación suplió el vacío con eficacia notable.
Para continuar, llegó la Farruca en coreografía depurada de Juan Quintero. «Es una pieza muy pura, sincera y de verdad, muestra la sobriedad del flamenco sin adornos», cree Najarro. Nos gustó la disposición escénica de los músicos, y combinación del cantaor con los tres bailarines, algo envarados, presos de esa antigua pose deplorable del bailaor masculino de flamenco que tanto contrasta con la vivacidad femenina, pero que afortunadamente ya es historia tras la actual generación de grandes nombres. La veterana Carmen Cubillo era la invitada a protagonizar la tercera pieza del repertorio propuesto, ‘Viva Navarra’ en la coreografía de Victoria Eugenia de 1978 que estrenara esta misma artista. 35 años después realizó una preciosa interpretación, cálida y sentida, porque la perfección técnica debe siempre tener toque humano que evite el frío mimético.
Cerrando la primera parte, la coreógrafa Pilar Azorín presentó su versión de la Jota de la Dolores, retitulada ‘Jota de la Dolores, a mi padre’ en homenaje al jotero Pedro Azorín. A la delicadeza de la jota navarra bailada a solas, sucedió el estallido de la jota aragonesa, en el momento más poblado de todo el espectáculo, con diez parejas en el escenario. Hacía tanto, tanto, que no veíamos algo igual, resultaba tan íntimo y al mismo tiempo tan brillante, posmoderno a base de vetustez, que algunos recordamos nuestra infancia, aquellos Coros y Danzas de la Sección Femenina actuando en las demostraciones sindicales que el anterior Régimen organizaba en el estadio Santiago Bernabeú lleno hasta la bandera, espectáculo deslumbrante para un niño de ocho años a mediados del siglo pasado. Y es que entonces, por supuesto que con afanes propagandistas, se hizo un gran trabajo de recuperación del extraordinario folclore español, de su inmensa variedad y riqueza, que luego interrumpiría una modernidad mal entendida.
La segunda parte del programa fue Medea, versión muy fiel (y ya estrenada el mes pasado en la Bienal de Sevilla) de la versión en danza flamenca del mito griego que en 1984 firmaron Miguel Narros en el guión y la escenografía, Manolo Sanlúcar en la música, y José Granero en la coreografía. No es una pieza olvidada, todo lo contrario, se ha representado en más de 500 ocasiones. No obstante, para nosotros era la primera vez. Nos pareció una tarea ímproba que no había merecido la pena, discutible el trabajo de Narros, desigual el de Sanlúcar y decididamente vetusto y anticuado el de Granero, siendo el fundamental en danza, una coreografía llena de gestos y ademanes incompatibles con la danza, repleta de efectos ‘naif’ propios del cine mudo, con la pretensión inviable de narrar un argumento, cuando la danza no puede ni debe hacerlo en forma ‘literaria’ sino en todo caso ‘sugerida’. Danza y teatro pueden coexistir pero sin mezclarse. Baile e interpretación gestual son casi incompatibles.
Medea es el arquetipo de bruja o hechicera, con ciertos rasgos de chamanismo. Del mito griego se conocen diversas versiones a cual más enrevesada. En la tragedia de Eurípides, Jasón, esposo de Medea, se promete en matrimonio a Glauce, hija del rey Creonte de Corinto, ante el espanto de Medea, que ve su lecho deshonrado. Creonte, que había planeado el matrimonio, ante el temor de que Medea, sabia y hábil, se vengue, ordena su destierro inmediato. Pero Medea, fingiéndose sumisa, pide un solo día de plazo para salir al destierro. Ese plazo lo aprovecha para realizar unos presentes a Glauce: una corona de oro y un peplo que causan la muerte por el simple contacto. Glauce muere de forma horrible. Tras perpetrar ese horrible asesinato, Medea se siente obligada a matar a sus propios hijos, para evitar que otras manos más crueles les quiten la vida para vengar la muerte de Glauce. Termina la obra con Medea subida en el carro de Helios, con quien ya tenía pactada su huida a Atenas, para evitar las iras de la familia de Creonte y de su propio marido Jasón. Desde el carro de Helios, Medea increpa a Jasón: ¡Oh niños, cómo habéis perecido por la locura de vuestro padre!. Jasón replica: pero no los destruyó mi mano derecha. Medea responde: No, sino tu ultraje y tu reciente boda. Hace un año vimos una interesante versión teatral libre, ‘Purgatorio’ de Ariel Dorfman, dirigida por Josep Maria Mestres e interpretada por Viggo Mortensen y Carme Elias (ver nuestra reseña). Hay otra Medea de Tomás Pandur y Blanca Portillo pendiente de llegar a Madrid tras debutar en Mérida.
Con los bailaores Lola Greco y Currillo como protagonistas, veteranos invitados especialmente para esta ocasión, se abundó en una versión coreográfica calcada de la original, que sin embargo necesitaba repulido, nuevos aires, zapateados puntuales y no desbordantes, mejor anclaje del entramado argumental para no quedar reducido a un reparto caricaturesco entre la Medea aullante y el tirano Creonte, escoltados por una nodriza hipergesticulante, unos Jasón y Creusa poco inteligibles, y unos espíritus bastante ridículos. Lo mejor, la discreción de los dos niños y los movimientos del coro. La pieza de Manolo Sanlúcar tiene enormes altibajos, momentos de inspiración ligados al instrumento solista y momentos de mucha mediocridad en abundantes pasajes del acompañamiento orquestal. La música para el ballet de 1984, fue convertida en 2002 en un concierto para guitarra y orquesta, aunque no hemos podido averiguar si es esta última versión la que ayer escuchamos en el estreno.
La dirección musical de José Antonio Montaño fue sólo pasable al frente de la orquesta titular, desdibujada frente a su excelente interpretación en ‘Ay, amor’, el anterior espectáculo en este mismo teatro de la Zarzuela. En el caso de ambos, director y orquesta, quizás fuera a resultas de lo plano de las partituras, de la ausencia de arreglos que potenciaran los originales. Erróneo a nuestro juicio esconder a los guitarristas a no ser que se quiera esconder algo.
Tras dos horas y media en las que ya menudearon los aplausos, al final el público ovacionó repetida y hasta enfebrecidamente el espectáculo, a los veteranos incorporados, al elenco en pleno, a todo el equipo. A nosotros nos pareció todo algo desconcertante, con demasiado tinte nostálgico y ningún atisbo de futuro.
En abril pasado, Najarro se presentó en este mismo teatro con ‘Ángeles Caídos’ y ‘Suite Sevilla’ (ver nuestra reseña), con un resultado pasable. Da la sensación de que encuentra bastantes dificultades. El enfoque debe ser trabajar la danza española en sentido pleno, coreografiar muñeiras y sardanas y todo lo demás, perfeccionar el sustrato popular, enriquecer las coreografías tradicionales, potenciar la belleza intrínseca del folclore multipatrio con aires globales y significados actuales.
Aproximación al espectáculo (valoración del 1 al 10)
Interés: 7
Concepto: 6
Coreografías: 6
Dirección musical: 6
Interpretación: 6
Escenografía: 4
Iluminación: 7
Vestuario: 7
Ballet Nacional de España
Director: Antonio Najarro
Dirección musical: José Antonio Montaño
25, 26, 27, 28, 30 y 31 de octubre; 1, 2, 3 y 4 de noviembre
Duración aproximada: 2 horas y 30 minutos
Paso a cuatro (1956)
Coreografía: Antonio Ruiz Soler
Música: Pablo Sorozábal
Farruca (1984)
Coreografía: Juan Quintero
Música: popular
Viva Navarra (1978)
Coreografía: Victoria Eugenia
Música: Joaquín Larregla
Jota de la Dolores, a mi padre
Coreografía: Pilar Azorín
Música: Tomás Bretón (de la ópera La Dolores)
Medea (1984)
Coreografía: José Granero
Música: Manolo Sanlúcar
Orquesta de la Comunidad de Madrid
Titular del Teatro de La Zarzuela.