A la hora de sentir miedo por la muerte no se distingue a un creyente de un no creyente
(Jesús Bastante).- María Ángeles López es periodista, redactora jefe de la revista 21, y viene a presentarnos su 2º libro, tras el éxito que fue Papás Blandi-blup, en Ediciones San Pablo. Ahora, en mi misma colección, se publica Morir nos sienta fatal. «Es curioso que hayamos apartado de nuestras conversaciones la única certeza que tenemos: la de que vamos a morir», afirma en la entrevista.
-¿Es complicado hablar de la muerte en una sociedad marcada por las prisas y la presión de las horas, y en la que suele faltar en cambio la sensación de absoluto? ¿Todavía hoy nos hacemos preguntas sobre el final de la vida? ¿Cómo ha sido el proceso del libro?
-Precisamente es curioso que hayamos apartado de nuestra vida la única certeza que tenemos: la de que vamos a morir. Sobre todo, de nuestras conversaciones. Ya no hablamos de la muerte, no la nombramos, usamos eufemismos. Apartamos de nuestra vida procesos que son muy necesarios, como pasar el duelo, asumir una pérdida o la propia noticia de nuestra muerte. Entonces, me parecía que era un tema necesario en estos momentos. Quise ponerlo en la mesa de una forma que me acercara al gran público, porque hay muchos libros que hablan sobre la muerte, la enfermedad, la comunicación de la noticia, el cuidado por parte del personal sanitario… pero quizá no había un libro fácil de leer por cualquier persona que quiera acercarse, que tenga una duda o una inquietud, o ganas de reflexionar sobre el tema. Y precisamente, por esa incapacidad que tenemos ahora de hablar sobre la muerte, me parecía que la fórmula ideal para abordarlo en el libro era una conversación. Por eso hemos establecido una conversación a tres bandas entre un médico cirujano con muchísimos años de experiencia, que ha sido profesor en la Universidad Complutense de Madrid y que tiene una capacidad extraordinaria de comunicación, muchísima honestidad a la hora de hablar y que tiene un magnífico sentido del humor; y, como tercer vértice, una enfermera especializada en cuidados paliativos, y que además es teóloga. Ese era un dato interesante, porque al hablar de la muerte inevitablemente van a aparecer temas que tienen que ver con la trascendencia, con el más allá y con las creencias.
-¿Has pensado alguna vez en tu muerte?
-Yo sí, mucho. Indudablemente, uno no puede saber cómo va a morir. Pero sí me gustaría morirme con la sensación del deber cumplido, de que las cosas están en su sitio, de que uno ha aprovechado la vida al máximo, de que has querido y te han querido. Yo soy una persona que tiene la inmensa suerte de percibir los afectos ya. No tengo que esperar a hacer un balance de mi vida, puedo comprobarlo. Y creo que uno se muere más a gusto si ha vivido acompañado, y por lo tanto su muerte también es en compañía. Si tiene alguien que le coja la mano. Eso es lo que me gustaría.
-¿Es un libro optimista? ¿Realista? ¿Crudo y desgarrador?
-Tiene de todo, como la vida misma. Porque dentro de esa conversación, como nos pasaría a cualquiera cuando nos juntamos con amigos, incorporamos a la conversación historias que conocemos que tienen que ver con el tema, y que aliñan esa tesis que estamos defendiendo. Por eso hay momentos de emoción, historias duras (porque a veces la vida nos presenta situaciones terribles), pero también momentos de reírnos, de alegrarnos de la capacidad del ser humano para querer, cuidar, atender, acompañar... Todo eso está recogido en el libro. Yo tengo la sensación de que es un libro para gente que no tenga miedo a profundizar. Que esté dispuesta a hacerse preguntas sobre su vida, que no tenga la necesidad de andar de puntillas. Hoy en día tengo la sensación de que tenemos la necesidad de doparnos, adormecernos para no vivir con intensidad los momentos clave. Y es una pena, porque es verdad que es duro afrontar el dolor, pero también es verdad que perdernos la posibilidad de vivir con intensidad esos momentos al final nos pasa factura.
-¿No hay que olvidar que la muerte también forma parte de la vida?
-Claro. Antes que nuestra propia muerte, la inmensa mayoría de los humanos, hoy en día, en una sociedad como la nuestra, con tantos avances científicos y médicos…vamos a tener que convivir con la muerte de nuestros seres queridos. Es absurdo ponernos unas gafas negras para pensar que eso no va a ocurrir. Ojalá tarde mucho en ocurrir, pero ocurrirá más tarde o más temprano. Y habrá que aprender a asumir esas ausencias llenándolas de contenido. De agradecimiento. Ésa es una de las claves que se recogen en este libro que a mí me parece más hermosa: todos y cada uno de nosotros somos un recuerdo agradecido. Al final somos la suma de agradecimientos de quienes nos han precedido, la huella que han dejado en nosotros. Que, aunque suene cursi, es una huella de amor. Al final no somos la cuenta bancaria, ni los títulos, ni las conquistas. Somos lo que amamos. El amor que ponemos en la gente y en las cosas. Ésa es la estela que va a quedar de nosotros, y merece la pena sacarle el mayor jugo a la vida poniendo ahí el acento.
-¿Tuviste alguna duda al aceptar el desafío que supone escribir un libro como éste?
-Todas las del mundo. Hasta ahora mismo, cuando empiezo a obtener el feedback de los lectores. Me daba muchísimo miedo caer en la frivolidad con un tema tan delicado sobre el que mucha gente puede tener una herida muy sensible. Me producía mucho miedo elevar tanto el discurso como para caer en la erudición. No quería distanciar el discurso de la realidad de la gente de la calle como para que no se establezca comunicación. Yo soy periodista, lo que quiero es comunicarme con la gente. Digerir los contenidos para hacérselos llegar de manera fácil. Que la gente pueda sumirse en la lectura sin dificultades. También me preocupaba que la conversación se hiciera tediosa. Si hubiéramos transcrito literalmente las muchas horas de conversación que tuvimos, el libro se hubiera hecho pesado. Había que ordenar ese material, estructurarlo, darle forma, hacerlo ameno. Esa labor la he hecho con muchas dudas, pero es verdad que ahora se van disipando, según me van llegando comentarios de lectores que se han sentido cómodos con la lectura.
-¿Qué has aprendido de la muerte escribiendo el libro?
-Muchísimo. Para mí la escritura de un libro, por encima de la satisfacción de verlo publicado, es un auténtico aprendizaje vital. Reflexionar sobre la muerte, conocer las historias de quienes se han visto enfrentados a situaciones muy dramáticas te resitúa en la vida. Te obliga a dar un nuevo orden a tu escala de valores, a recomponer de alguna manera el espacio que tienen que ocupar las cosas. En realidad todos lo sabemos. Pero el vértigo en el que nos movemos permanentemente, no nos deja serenarnos, parar de vez en cuando y preguntarnos qué es lo importante. Por ejemplo, ahora en Navidad lo importante es que a la mesa estemos sentados todos, no comprar el último detalle para que esté perfecta. No sabemos dejar aparte las discusiones banales, las cuestiones estúpidas. En ese sentido, el libro me ha recordado que hay que dar gracias todos los días. Porque todos los días tenemos motivos. No podemos instalarnos en la sensación de negatividad permanente ni en la queja constante.
-¿Reivindicas la alegría?
-Sí. Y la sencillez. La necesidad de poner el peso y el acento en las cosas verdaderamente importantes. Recordar que aunque nuestro hijo traiga un suspenso o se porte mal y nos parezca algo terrible, ese niño nos da una profunda alegría, que llena nuestra vida, que nos hace sentir personas importantes. También creo que el libro enseña que las personas con las que convivimos no van a estar aquí para siempre. Por eso toca decirles hoy lo que les queremos, no mañana.
-¿Es muy emocionante esa sensación de pérdida, de pensar que tenías que haberte despedido de otra manera?
-Sí. Pensar por qué no le dije que le había perdonado. Por qué no saldé aquella cuenta. Pero ese aprendizaje no tiene sólo que ver con la muerte. Hay otras «pequeñas muertes» y «pequeños duelos» a lo largo de la vida. La pérdida de un empleo, que se acabe una amistad, un divorcio… todo ese tipo de situaciones nos obligan a hacer un duelo, a rellenar ausencias.
-¿A reinventarse uno mismo?
-Exactamente. Y una cosa que me gusta, que se dice en el libro, y que me parece muy importante en estos tiempos en que siempre estamos intentando olvidarnos de los años que cumplimos, que esas «crisis» de los 30, de los 40, de los 50… en realidad son oportunidades. Benditas oportunidades de pararnos y evaluar si vamos por buen camino en la vida, si merece la pena corregir alguna cosa. Esas oportunidades hay que aprovecharlas.
-En la presentación del libro, el médico comentaba que no es un libro de respuestas. Y que él, a la hora de dar sus opiniones, intentaba pensar, como cristiano, en los que no tienen fe. Y aportar formas de tener fe no sólo de la óptica creyente. Dándole la vuelta a la pregunta, ¿qué aporta la fe a estos procesos? ¿Es necesaria?
-Éste tenía que ser un libro pata todos, no sólo para creyentes. Vivimos en un espacio plural, convivimos con agnósticos y ateos... y era muy importante que personas de todas las confesiones pudieran sentirse cómodas entre las líneas de estas páginas. Hemos sido especialmente cuidadosos con eso, porque creo que los tres tenemos una especial sensibilidad hacia la tolerancia. Por eso no nos ha supuesto un esfuerzo, y además tuvimos el cuidado de condensar el contenido específicamente religioso en determinados capítulos, para que incluso, si a alguien le molesta mucho, pueda saltárselo. Porque sí es verdad que cuando uno habla de la muerte, la fe acaba saliendo. Sea por presencia o por ausencia. La experiencia de las personas que conviven a diario con la muerte es que no se distingue a un creyente de un no creyente a la hora de sentir miedo por la muerte. Me suelen preguntar que si la fe no ayuda… Yo creo que, si es una fe formada, alimentada, comprometida, te va a ayudar. Porque al final, morimos como vivimos. Por eso la fe que hemos heredado y guardado en un cajón no nos va a servir de nada. Los miedos y las inquietudes son las mismas, y a mí me parece importantísima una tesis que aparece en el libro, y es que, si hay que elegir entre fe y amor, es mejor quedarse con el amor. Eso quiere decir que no usemos la fe como un muro entre creyentes y no creyentes en un diálogo que nos hermana. Porque en el corazón, ante la enfermedad y la desgracia, tenemos los mismos sentimientos. Es fundamental compartir las angustias y buscar juntos las respuestas. Hay que desmontar todos los mecanismo que de alguna forma están heredados desde el lenguaje, desde la liturgia, las formas que hemos ido arrastrando hace siglos en la fe católica… Si dejamos al desnudo la esencia de nuestra fe, estoy convencida de que coincidimos. Es más el lenguaje lo que nos separa, que el contenido que se quiere expresar a través de ese lenguaje. Por eso creo que hay que hacer un esfuerzo por renovar las maneras y dotar de humanidad los funerales, que son de una frialdad terrible. No hay trazas de la vida que se nos va.
-¿No hay trazas de la resurrección?
-A veces es difícil, por ejemplo cuando la persona que va a oficiar el funeral no conoce de nada al fallecido. Pero seguro que podemos entablar mecanismos para que la vida de ese ser humano que despedimos esté presente.
-¿Debe ser una celebración?
-Exactamente. Un homenaje a la vida que se marcha. Porque, aunque los creyentes hablemos de la vida después de la muerte, la vida tal y como la conocemos acaba. Y los que nos quedamos aquí no pasamos. Ante eso, merece la pena dar solemnidad y hondura, y despedir como merece al ser querido que se marcha.
-Fuiste catalogada por San Pablo como autora del año. ¿Qué puedes contar de cara al futuro?
-La verdad es que me sobran los proyectos y me falta el tiempo. Han sido 2 años de muchísimo trabajo y tengo ganas de serenarme un poco. Quiero dedicarle un poco más de tiempo al cuidado de la familia y a mi cuidado personal, y me gustaría también dedicarme a terminar una novela que tengo empezada, que me está quemando ya en las manos y que espero que en algún momento pueda ver la luz. Quizás estoy en un momento de ebullición. Hay quien dice que las mujeres a los 40 tenemos una explosión de creatividad. Si tuviera más tiempo, saldrían con más agilidad libros que están rondándome la cabeza. Se puede ver un poco, por la línea de los dos anteriores, que me interesan mucho las novedades en el ámbito social. Los comportamientos que están siendo nuevos respecto a otras épocas. Otro tema que me apasiona es el de la mujer, porque ahora vivimos un momento histórico en muchos sentidos, pero a la vez muy frágil respecto a los derechos conquistados, a los roles y al espacio que ocupamos en la sociedad. Y mis hijos también me van empujando a abordar temas difíciles que me gustaría tratar, como el tema de Dios, de una manera muy sencilla y muy simplificada. Porque cuando tengo que enfrentarme a las preguntas (insólitas, muchas veces) de mis hijos sobre Dios, me obligo a buscar respuestas abarcables, aunque es muy complicado. No sé si me atreveré en algún momento, pero me parece un tema precioso.
TITULARES
-Es curioso que hayamos apartado de nuestras conversaciones la única certeza que tenemos: la de que vamos a morir
-Es un libro para gente que no tenga miedo a profundizar
-Hoy en día tenemos la necesidad de doparnos para no vivir con intensidad los momentos clave
-Al final no somos la cuenta bancaria, ni los títulos, ni las conquistas, sino lo que amamos
-Reflexionar sobre la muerte te resitúa en la vida
-Era muy importante que personas de todas las confesiones pudieran sentirse cómodas entre las líneas de estas páginas
-A la hora de sentir miedo por la muerte no se distingue a un creyente de un no creyente
-Si hay que elegir entre fe y amor, es mejor quedarse con el amor
-Es más el lenguaje lo que nos separa, que el contenido que se quiere expresar
-Tenemos que dotar de humanidad los funerales