Me da muchas veces la sensación de que en la Iglesia la generalidad de los divulgadores bíblicos con algo de autoridad (desde obispos hasta el cura del pueblo) no se siente muy seguro frente al texto bíblico
Una de las cuestiones que se plantean al que no suele leer muy seguido la Biblia es «¿pero de verdad esto sucedió?». La marimorena que se armó en torno al buey y la mula del pesebre es una patética muestra de cuánta falta de lectura directa de la Biblia hay en el pueblo cristiano, no menos que de incentivo, en forma de cursos accesibles, por ejemplo.
Quien va en crudo a leer la Biblia se encuentra con dos problemas distintos, graves e insuperables sin algo de formación:
-Por un lado la letra de la Biblia no coincide con los desarrollos imaginativos con los que 2000 años de cultura cristiana han hecho suyas las representaciones bíblicas. El lector no encontrará ninguna manzana de Adán, no encontrará buey y mula, san Pablo no se caerá de ningún caballo, no encontrará tres Reyes Magos, y si lee un poco más fino, hasta puede deducir que Jesús nació en su casa de Belén (Mt 2,1.11) y no en ningún pesebre alquilado a las apuradas.
-Por otro lado, aunque con honestidad una persona esté dispuesta a aceptar cuestiones tan difíciles, pero aun asequibles «en misterio», como la virginidad de María, su inmaculada concepción, la resurrección de Jesús, y todo el entramado de misterios de la fe que surgen, de manera directa o indirecta, del texto bíblico, no estoy muy seguro de que estaría dispuesta a admitir milagrería como la ballena de Jonás, el sol que se para en el cielo de Josué, la estrella viajera de Mateo, la burra parlante de Números, y un largo etcétera.
Los dos problemas no son ni remotamente el mismo, aunque los dos son cuestiones de desajuste cultural: hay algo que chirria entre nuestra cultura y nuestra Biblia, y si no conseguimos suavizar el contacto, no habrá posibilidades de que se entiendan.
Algunos aun cultivan la nefasta doctrina de que «la duda es como una droga, dudas de lo dudoso, y luego ya dudas de todo»; variante de la respuesta que le daba san Agustín a Cecilio, que más o menos decía que los paganos se ríen de nosotros por las cosas que creemos (la pregunta de Cecilio era sobre Jonás y la ballena), pero si dudamos de una cosa no hay razón para no dudar de todas.
Es una lástima que una mentalidad luminosa como la de san Agustín no haya visto que la cuestión de la ballena de Jonás, la burra de Balaam, y los demás ejemplos que cité, y los innumerables que no cité, no pertenecen al mismo plano de problema que la virginidad de María o la resurrección de Jesús. La propia Biblia no presenta estas realidades de la misma manera que las otras.
Pienso yo -y es tambien un poco mi experiencia personal- que si sabemos explicar bien, por su género literario y su entorno cultural, los escollos que presentan aquellos textos «milagreros», encontraremos que el mismo lenguaje se eleva ya más libre a comprender y aceptar la dimensión del misterio, que es lo propio de nuestra lectura creyente de la Biblia.
Me viene a la mente un pasaje de «El gran código», del crítico literario Nortroph Frye, quien compara la actitud intelectual ante una saga escandinava donde se menciona a los «unípedes» -seres fantásticos de un solo pie-, y las sagas bíblicas como el Diluvio, en las que se mencionan también elementos legendarios:
«Estas sagas [las escandinavas] sólo contienen elementos históricos y literarios; por lo tanto, no nos vemos importunados por personas histéricas que insistan en que debemos aceptar todo, incluyendo a los unípedes (en la práctica, sobre todo a los unípedes) o enfrentarnos con la ira de Dios, quien creó a los unípedes deliberadamente como «pruebas de fe», para dificultar las cosas tanto como sea posible, a fin de que las personas intelectualmente honestas crean en cualquier cosa que Él diga.» (El gran código, pág. 68, ed. esp.)
Me da muchas veces la sensación de que en la Iglesia la generalidad de los divulgadores bíblicos con algo de autoridad (desde obispos hasta el cura del pueblo) no se siente muy seguro frente al texto bíblico, no sabe si tal o cual desarrollo del estudio bíblico es viable o no, y por las dudas, mejor ir a lo seguro, a lo que «se ha creído siempre», que casualmente coincide con lo que ellos saben sin leer ningún estudio bíblico desde hace años.
Actitud que a la vez que deja desnudos y desautorizados a los estudiosos de la Biblia ¡que lo son en definitiva por mandato de la misma Iglesia!, también desprotege al pueblo cristiano, que leerá -sin herramientas críticas- las mismas cosas que no se le han explicado, pero mal expresadas.
Lo que dice el papa sobre la representación del pesebre no es ninguna novedad, pero ninguna en absoluto; se viene trabajando desde hace mucho en desbrozar lo que en los relatos del Nacimiento es representación cultural y lo que es transmisión doctrinaria, y -naturalmente- lo primero que hay que quitar de ellos es lo que ni siquiera está literalmente allí, como el buey, la mula, los «tres reyes», etc. Es verdad que en la redacción de la (supuesta) noticia sobre lo que el papa dice hay muchísimo de ignorancia periodística, pero no menos cierto es que esa noticia hubiera carecido por completo de eco si el pueblo cristiano tuviera el más mínimo contacto con el texto bíblico, y fuera un poco más corriente una manera más madura de leerlo. No es tan difícil, pero hay que ponerse a ello.
Algo chirria entre nuestra Biblia y nuestra cultura, pero ¿y si no fuera ni la Biblia ni la cultura sino nosotros?