Un profeta pasó por la ONU y sembró la buena noticia del Evangelio ante los grandes y poderosos del mundo
(José M. Vidal).- Del corazón del poder real mundial (el Capitolio de EEUU) al alma del poder simbólico global (el palacio de cristal de la ONU). Casi sin solución de continuidad, el Papa Francisco presenta su modelo del ‘ecopersonalismo’ (la persona y la naturaleza como centro del sistema sociopolítico mundial). El jueves, ante los congresistas estadounidenses, que lo ovacionaron puestos en pié. Este viernes, ante los líderes políticos del mundo en el areópago colegial de Naciones Unidas, que han hecho lo mismo.
El jueves jugaba en casa, excepto para algunos ‘neocon’ republicanos, porque el Papa de Roma hablaba a políticos cristianos (católicos y protestantes), surgidos de una cultura occidental marcada por la cruz. Este viernes, en cambio, se ha dirigido a líderes de todo el mundo, de muy diversas religiones y de distintas concepciones culturales y diferentes estilos de vida.
En el hemiciclo por el que pasaron reyes, príncipes, presidentes y tres de sus predecesores (Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI), Francisco ha pronunciado un discurso reivindicativo, valiente y profético. Con lo que él llama la «parresía», la denuncia valiente del profeta que habla en nombre de Dios y de su conciencia. Y, sobre todo, en defensa de los pobres y excluidos del planeta.
El Papa argentino ha nucleado su discurso, leído en español con su tono elegante de siempre y los oportunos subrayados con sus manos y sus gestos, en torno a lo que ha llamado «pilares del desarrollo integral». Un desarrollo que, según Francisco, pasa por la protección y la reivindicación de los derechos a «techo, trabajo y tierra», a la libertad religiosa y a la libertad de educación. Incluso, ha acuñado un nuevo derecho humano: la defensa de la naturaleza o de la «casa común».
Contra estos pilares atentan distintos factores, a los que ha denunciado con nombres y apellidos. Empezando por las guerras de baja intensidad que asolan el mundo y, para cuya solución, ha pedido diálogo y negociación. Pasando por la denuncia de las armas nucleares, cuya abolición total ha exigido, de lo contrario «las naciones seguirán unidas por el miedo y la desconfianza».
También ha recordado la persecución de los cristianos y de otras minorías en el mundo y ha pedido una «guerra abierta» contra el narcotráfico, hasta ahora «pobremente combatido» y que «mata silenciosamente», asi como contra la exclusión y la pobreza. Una vez más ha clamado contra la cultura del descarte.
Y, para apuntalar sus palabras, ha recurrido a dos citas. Una de Pablo VI sobre «la Fraternidad universal» y otra sobre uno de sus escritores favoritos, el gaucho Martín Fierro: «Los hermanos sean unidos porque ésa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera».
Un profeta pasó por la ONU y sembró la buena noticia del Evangelio ante los grandes y poderosos del mundo. Consciente de que, como dice el Evangelio, «unos siembran y otros cosechan». Él ha cumplido su parte de «hacedor de puentes», de «emperador de la paz», como lo denominó el propio presidente de Estados Unidos. Un Papa, bálsamo para las heridas del mundo.