¡Papa Francisco, recupere cuanto antes para el ministerio tan numeroso grupo de sacerdotes "secularizados"!
(Antonio Aradillas).- «En vivo y en directo», y con la imprescindible consideración y deferencia a los cánones y a los canonistas, el tema-eje de esta reflexión no es otro que el de los sacerdotes -frailes, monjes y monjas- que optaron por «secularizarse» o, hablando en plata, por «colgar -ahorcar- los hábitos», es decir, «dejar el traje eclesiástico o religioso para tomar otra profesión o destino profano».
Las estadísticas, al margen de interpretaciones interesadas en una u otra dirección y sentido, no pueden ser más tozudamente elocuentes, y estas hacen llevar a la conclusión de que con dificultad se encuentra en la historia de la Iglesia otra época como la que hemos vivido, y estamos viviendo, en los últimos tiempos, en los que los índices de secularización de sacerdotes hayan sido, y sean, tan notables. Diversas razones lo explican con veracidad, pero el hecho es que los términos de «deserción» y «desbandada» son correctamente aplicables en este caso, con sus desoladoras consecuencias.
Estas se proyectan negativamente sobre la esencia e identidad de la misma Iglesia y, por supuesto, de sus respectivos miembros, con singulares incidencias en sus protagonistas directos que, además de la institución, son los referidos sacerdotes y respectivas familias, para los que la estima y respeto de los diccionarios y de la propia comunidad eclesial, y aún la ciudadana, no encontró palabras adecuadas para definir la nueva situación y estado en que se encuentran, posteriores a la situación adoptada.
«Colgar -ahorcar- los hábitos», pese a la aceptación académica ortodoxa, y a la distinción que conlleva el ordenamiento gramatical oficial, de estas palabras, no puede ser más denigrante e injusta, con patéticas resonancias al bandolerismo de Sierra Morena, «tragabuches» o salteadores de camino. Lo de «secularización», o «hacer secular o seglar, es decir, perteneciente a la vida, estado o costumbre del mundo», no podría aceptarse como definición certera, dado que precisamente ser, estar y pertenecerse al mundo, es -debería ser- la vocación del verdadero evangelizador, y el destino y justificación de su sagrado ministerio.
El dato de que la Iglesia como institución, con sus normas y cánones hoy vigentes, siga prescindiendo de la colaboración activa de los sacerdotes «secularizados» -casados o no- en unos tiempos en los que la misma celebración de la Eucaristía resulta tan dificultosa a consecuencia de la falta de vocaciones, constituye un auténtico dislate -«hecho absurdo, inconveniente o inoportuno»-, haciendo uso piadoso y literal de las definiciones académicas.
En este contexto, causa infinita admiración y sorpresa que se organicen campañas, preces, letanías, «días», «semanas» y festividades con la intención de lograr que la falta de vocaciones no cierre más seminarios y noviciados, sabiendo a la vez que no pocos -la mayoría- de los «secularizados» estarían dispuestos, hasta «gratis et amore», a proseguir su ministerio, solo con que cambiaran ciertas normas o cánones, que no son absolutamente indispensables en la Iglesia, y de los que en determinadas circunstancias y casos, hasta dejan de exigirse.
Hay sacerdotes que, por haberse secularizado, algunos de ellos habiendo tenido que afrontar serios y graves problemas de discriminación social religiosa «en el nombre de Dios», por imperativo jerárquico de comportamientos hipócritas y farisaicos, siguen todavía a la espera y en disposición de no escatimar ilusión, tiempo y vocación para afrontar y desarrollas tareas de difusión del evangelio y presencia y colaboración en el ministerio sagrado, que difícil -imposiblemente- es atendido, en la actualidad.
Ensambenitados con los conceptos de «colgar-ahorcar los hábitos» y de «desertar-abandonar las banderas», muchos sacerdotes hoy felizmente inscritos en organizaciones creadas para fines tan santos, fijan los ojos y las palabras en los comportamientos del Papa Francisco, con la confianza de que sus pensamientos no son precisamente coincidentes con los redactados y codificados en el Código de Derecho Canónico. ¡Papa Francisco, recupere cuanto antes para el ministerio y el bien nombre de la propia Iglesia tan numeroso grupo de sacerdotes!
Con el santoral de los canonizados, o no, en las manos, con la historia de la Iglesia y el «sensus fidelium» activado e interpretado con sensatez y evangelio, no pocos sacerdotes «secularizados» invocan ya al P. Vicente Ferrer, que no «subió al honor de los altares» al estilo de santa Teresa de Calcuta, exactamente por lo de «ex» jesuita y «ex» sacerdote. Culpar a una preposición fatídica e higiénica inseparable como «ex», que «denota por regla general fuera o más allá de cierto espacio o límite de lugar o de tiempo», le roba religiosidad, evangelio y misericordia a la Iglesia.