Perder a gente que son miembros de la Iglesia solo en nombre es una pérdida imaginaria
(Cameron Doody).- El arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput, ha dejado caer su admiración por Donald Trump, hasta el punto en que ha arremetido contra los dos pilares de la sociedad estadounidense- la libertad y la igualdad- de una forma que parece haberse convertido en una calcomanía eclesial del candidato republicano.
«Incluso mucha gente que odia lo que Trump representa disfruta de su don de hacer picadillo de la élite política y su sentido de que lo merecen todo, encarnado éste en la persona de Hillary Clinton». Así a Chaput –a quien Francisco ignoró en su nuevo reparto de birretas cardenalicias– se le cayó la semana pasada en la Universidad de Notre Dame la máscara de neutralidad que tanto ha intentado mantener en las últimas semanas. En una carta pastoral en agosto, solo había pedido a sus fieles que reflexionaran y rezaran antes de decidir a quién votar, sin pedir el «voto católico» para un candidato u otro. Ahora, no obstante, parece pesar más su inquina hacia los demócratas que el sosiego propio de una conciencia formada.
El partido demócrata, a juicio de Chaput, está lleno de católicos «cobardes» que han abandonado la Iglesia de su bautismo para incorporarse a una de sus «ambiciones y apetitos». Por haber abrazado la causa de la «tolerancia liberal», supuestos creyentes como Joe Biden, el actual vicepresidente, o Tim Kaine, tándem de Clinton, se han hecho «apóstatas» de Roma. Para el prelado, la libertad que procede de los derechos civiles y la igualdad que se deriva de las políticas de bienestar social -principios que los demócratas promueven- son los dos principales males del mundo moderno.
«No somos creados todos iguales, en el sentido secular de la palabra», despotricó Chaput, antes de enumerar una lista de factores que nos hacen desemejantes, como la salud, el intelecto, la oportunidad o la educación que recibimos. «Cuanto más intentemos hacer cumplir una equidad radical, no natural e igualitaria, más se vuelve totalitaria la democracia», añadió.
Frente a los ídolos de la sociedad moderna, para Chaput solo hay una opción para el católico fiel: apartarse no solo de la «desintegración secular» sino incluso de las «liturgias feas» y «moral superficial» de gran parte de la Iglesia actual. Los católicos, dijo, tienen que recuperar una «distinción» -un sentido de «separación»- que les distingue del mundo, dejando claro así que en la Iglesia no hay sitio para los que les cuesta aceptar cada jota y tilde del magisterio.
«No debemos nunca tener miedo de una Iglesia más pequeña y ligera si sus miembros son más fieles», dijo el prelado, con un espíritu elitista del cual Trump estaría orgulloso. «Perder a gente que son miembros de la Iglesia solo en nombre es una pérdida imaginaria», sentenció, antes de cargar contra el «acompañamiento» y la «inclusión» incondicionales que el Papa Francisco sigue proponiendo para la Iglesia.
Respecto a la inclusión, Chaput insistió en que no se puede incluir en el rebaño a gente «que no cree en lo que la fe católica enseña y que endereza sus vidas de acuerdo con la Iglesia mantiene como verdad». En caso contrario, «no solo sería mentir sino un acto de traición y violencia a los derechos de los que sí creen y sí buscan de vivir según la palabra de Dios».
En lo que al discernimiento pastoral se refiere, Chaput defendió -en contra del Papa Francisco- que sí importa la situación en la que se encuentra cada uno a la hora de determinar el grado hasta el cual la Iglesia le puede acompañar. «Hasta dónde se conduce el camino de la vida sí marca una diferencia», sostuvo el arzobispo en sentido irónico: «especialmente si supone acompañar a alguien más allá del precipicio de una montaña».
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