“Las motivaciones de nuestros compromisos no siempre fueron evangélicas”
(José Manuel Vidal).- Bulle en los más altos niveles eclesiásticos la polémica entre la «hermenéutica de la ruptura y la de la continuidad» en la interpretación y aplicación del Vaticano II, que cumple 50 años. Los sectores más conservadores aprovechan para descalificar (suave e indirectamente) el ‘espíritu del Concilio’, mientras los progresistas son capaces de hacer autocrítica. Eso fue lo que hizo el prestigioso teólogo Felicísimo Martínez, en su ponencia ‘Memoria y sinceración de la generación que hizo el concilio’ de la XXIII semana de teología del Instituto de Pastoral, que se está celebrando en Madrid.
El profesor le llama «ejercicio de sinceración» a la autocrítica, que, a su juicio «es necesario que haga la generación que hizo el Concilio y la generación que intentó ponerlo en práctica con todo el entusiasmo». Con el objetivo de «evaluar aciertos y errores, que facilitaron o dificultaron la recepción del Concilio».
Un ejercicio que aconseja a los «proconciliares«, dando por sentada «la inocencia o la buena voluntad» de las generaciones que hicieron y aplicaron el Vaticano II. Porque, sólo con ese sano ejercicio autocrítico se puede salir de lo políticamente correcto que suele consistir en «culpar a los otros de los problemas en la recepción y puesta en práctica del Concilio».
Antes de adentrarse en el mea culpa, Felicísimo Martínez hizo un canto a la generación de los proconciliares: «Ha sido una generación generosa, comprometida, militante, de trabajo duro y celo apostólico«. Tanto es así que «la mayoría de sus errores fueron más por exceso que por defecto». Entre otras cosas, porque fue una generación que «trabajó con el método de ensayo y error».
El teólogo señaló varios errores de bulto de los proconciliares, incluyéndose a sí mismo. El primero fue que «las motivaciones de nuestros compromisos no siempre fueron evangélicas». Fundamentalmente, por estar «contaminadas ideológicamente».
Y es que «las ideologías siempre contienen unas justificaciones racionales e inconscientes que esconden intereses secretos y pretenden legitimar ciertas cuotas de poder».
El segundo error fue que «la secularización y el diálogo con el mundo terminó convirtiéndose, a veces, en una comunión indiscriminada con el mundo, una adaptación cómoda a los valores y antivalores en uso, una aceptación sin criterios evangélicos del magisterio y de los postulados del mundo y de la cultura moderna».
Este error desembocó, según el profesor, en el «cristianismo burgués», que refleja «una dejación de la dimensión mística de la vida cristiana».
El tercer error de los proconciliares fue, según el padre dominico Felicísimo Martínez, la «contaminación ideológica en el ámbito de la justicia y de los derechos humanos». Por dos razones. La primera porque «se hizo de estas causas un frente de batalla o una lucha de poder al interior de la propia Iglesia frente a quienes andaban en otra onda». Y la segunda, porque «se convirtieron estas causas en un instrumento de lucha social, que terminó convirtiendo la justicia en venganza, en motivo de fractura más que de cohesión social».
Y el cuarto error de los proconciliares tuvo lugar en el ámbito de la opción por los pobres. «Esta causa, tan sagrada, fue desacreditada, a veces, por un discurso cansón y demagógico, son contenido verdaderamente evangélico», explica el teólogo. Y añade: Otras veces, fue desacreditada por espurias motivaciones: afán de protagonismo, de moda progresista o de ansia de noticia».
Y tras los errores cometidos y sus motivaciones, el profesor concluyó su ponencia señalando las actitudes que dificultaron la recepción y puesta en práctica del Vaticano II: «Demasiado voluntarismo, demasiadas urgencias de derribar sin tener en cuenta que los procesos son lentos, demasiado énfasis en renovar lo externo sin cuidar los itinerarios, demasiadas recetas y demasiadas contaminaciones ideológicas, y demasiado puritanismo eclesiástico, despreciando cargos y responsabilidades institucionales».