El papa conoce perfectamente a la Iglesia española, aunque solo sea porque se alimentó de las obras de sus teólogos. Y tiene un plan para ella. Sabe que, para cambiar su rumbo a fondo, necesita otro Tarancón y otro Dadaglio
(José Manuel Vidal).- El cardenal Ricardo Blazquez tiene todas las papeletas para repetir un trienio más como presidente del episcopado el próximo dia 14 de marzo. Fundamentalmente, por tres razones: sus propios méritos, la estrategia de la prudencia, que es ley entre sus pares, y la indicación de Roma.
Hombre siempre moderado y sonriente, la principal virtud del arzobispo de Valladolid es que no tiene enemigos. No le cae mal a nadie. Encarna a la perfección el prototipo de jerarca preparado y que supo mantenerse siempre en el centro, incluso en la época anterior, cuando muchos de sus compañeros, capitaneados por el cardenal Rouco Varela, viraron descaradamente a la derecha, asumieron las tesis involutivas romanas y se emplearon a fondo para implantarlas en España.
Teológicamente, el arzobispo de Valladolid tira a la derecha (es el teólogo de los Kikos), pero tiene una forma de ser tan dulce, que es incapaz de llevarse mal con nadie. Y menos con el Papa de Roma. Por eso, primero fue de Juan Pablo II y, después, de Benedicto XVI, que le encargó la difícil misión de comisario de los Legionarios de Cristo, tras conocerse que su fundador, Marcial Maciel, era un pederasta y un depredador sexual.
Ahora, es de Francisco, que lo nombró cardenal. Y lo es de corazón, pero a su estilo. Sin alharacas ni gestos de efecto. Es evidente que Don Ricardo no tiene el carisma ni la expresividad del Papa, pero conecta con él en las líneas y en las tendencias de fondo. Por ejemplo, comparte con Bergoglio una vida austera, sin lujos, casi espartana. Por no tener, no tiene ni móvil.
También coinciden ambos eclesiásticos en el cultivo de la mística, tan en el adn de un abulense como Blazquez. O en el profundo aprecio que los dos sienten por el Concilio. Son hijos del Vaticano II, el concilio del aggiornamento, de la sinodalidad y de la colegialidad. Y se sienten orgullosos de esa paternidad eclesial y pastoral, a la que nunca renunciaron.
Por eso, a Blazquez no le cuesta aplicar estos axiomas en su vida personal y en su actividad pastoral. De hecho, su forma de gobernar la CEE es profundamente colegial y huye del presidencialismo de su predecesor. Y eso es algo que estiman los obispos: un presidente que delibera, que consensua, que reparte juego y que no impone su criterio en un organismo que, por definición, es profundamente colegial.
Los obispos van a reelegir a Blazquez por su méritos y, además, porque encaja a la perfección con la forma de ser del colegio episcopal y con su estrategia electoral. No hay nada más parecido a un obispo que otro obispo. Cortados por el mismo patrón, todos tienen la prudencia como la meta de su ser y de su quehacer. Es algo introyectado por la mitra.
Prudentes, pues, siempre y sobre todo. Unas veces por comodidad, otras por cobardía y, en ocasiones, por mirar continuamente a lo que pueden decir o pensar los demás mitrados, un colectivo en el que está mal visto dar la nota o avanzar a golpes y con sacudidas. Po eso, los acelerones de Francisco tienen un poco despistados a los prelados españoles y sin saber por dónde les da el aire. Un aire nuevo y primaveral, que trae de Roma gestos, decisiones y palabras, que son como fuertes sacudidas de sus apacibles vidas.
Perfil bajo
En una época política convulsa, la Jerarquía opta por el perfil bajo y quiere pasar lo más desapercibida posible. Para hacerse perdonar su pasado de apoyo y connivencia con la derecha y los escándalos de pederastia que comienzan a aparecer también en España. Los obispos quieren romper con el ‘antiguo régimen’ y la época imperial del vicepapa español (como los propios obispos llamaban a Rouco) y dejar claro ante Francisco que están en proceso de conversión y de cambio de rumbo.
Toca romper el matrimonio con el PP, dejar de hablar solo de sexo y de aborto, salir de las alcobas de la gente y ponerse a su servicio. Pisar barro y, con Caritas, abrir las puertas, convertir las iglesias en hospitales de campaña y compartir el sufrimiento de los millones de descartados de este país.
Blazquez reúne todos esos requisitos y , además, con la reelección, sus compañeros obispos le resarcen del feo que le hizo Rouco, al empeñarse en volver a tomar las riendas de la institución, sin dejarlo completar su segundo trienio, algo que no había pasado con ningún otro presidente del episcopado.
Con los 75 cumplidos, Blazquez va a ejercer de puente entre el ‘antiguo régimen’ y la revolución episcopal que el Papa prepara para España. Francisco quiere cambiar el tipo de obispo. Quiere pastores y no funcionarios ni principes. Hasta ahora, se elegía para la mitra a gente gris, pero de probada seguridad doctrinal. Francisco quiere en las diócesis pastores en salida, devorados por el celo de Dios, que arriesguen y se equivoque, pero que hagan lío y salgan a la calle en busca de las ovejas perdidas.
Un perfil de obispo que le rompe los esquemas al nuncio actual, Renzo Fratini, y le echa por tierra todas las ternas episcopales que tiene preparadas. Por eso, en Roma le llaman ‘el avión’, porque sus ternas van, pero siempre vuelven intactas.
El papa conoce perfectamente a la Iglesia española, aunque solo sea porque se alimentó de las obras de sus teólogos. Y tiene un plan para ella. Sabe que, para cambiar su rumbo a fondo, necesita otro Tarancón y otro Dadaglio. El primero en Madrid y el segundo en nunciatura formaron un tándem perfecto, conectado con Pablo VI, y que cambió la faz de la jerarquía española del postconcilio.
Para encontrar ese nuevo tándem, lo más fácil es quitar al nuncio Fratini, que no tardará en abandonar la legación apostólica de Madrid. No será tan fácil encontrar al nuevo Tarancon. Se apuntan algunos nombres en círculos eclesiásticos, como el del obispo de Barbastro, Ángel Perez Pueyo, o el de Mondoñedo-Ferrol, Luis Ángel de las Heras. Dos prelados jóvenes, con carisma, franciscanos por convicción (no por conversión), pero recién llegados a la mitra. E, históricamente, los presidentes de la CEE fueron todos arzobispos, excepto el propio Blazquez, elegido cuando era obispo, pero de Bilbao, una diócesis más importante que la de muchos arzobispos.
Ante la imposibilidad de crear un Tarancón ex novo, Francisco se va a apoyar, para cambiar la Iglesia española, en la troika que ahora mismo la gobierna y seguirá haciéndolo en los próximos años: Blazquez, Osoro y Omella. Será uno de los últimos grandes servicios que los tres harán a la Iglesia española y al Papa. Porque sus pontificados van a durar entre tres y cinco años y es previsible que coincidan en tiempo con el del Papa Francisco.
Dos son ya cardenales y Omella es como si lo fuese: tiene vara alta en el nombramiento de obispos. Los tres son amigos, se llevan bien y están dispuestos a compartir el poder. Los tres unidos aglutinan un número mayoritario de obispos, como para hacer frente al rouquismo sin Rouco, es decir a la quincena de incondicionales que todavía le quedan y que siguen respondiendo a sus indicaciones. Porque Rouco está jubilado, pero sigue moviendo hilos entre bambalinas. Tiene experiencia, ganas de pasar factura a los que considera que lo han traicionado y tiempo para urdir estrategias. En vano. Sic transit.
Y es que Cañizares se ha vuelto ‘franciscano’ y no sigue el juego de Rouco, que mira hacia tres de sus más fieles como eventuales candidatos : Asenjo, Sanz y Herraez. Al arzobispo de Sevilla, monseñor Asenjo, no aceptó la propuesta de la ‘derecha’. Monseñor Herráez está feliz en Burgos y no quiere significarse con los anti-Bergoglio. Y monseñor Sanz, por mucho que se deje querer, es el que menos apoyos tiene.
Y es que ningún obispo quiere discrepar del papa (aunque algunos lo hagan en su fuero interno) ni entrar a formar parte del exiguo número de cardenales y obispos resistentes. El antiguo régimen episcopal se muere por inanición. Siguiendo la huella de los González Martín, Temiño Sainz y Guerra Campos. La historia se repite. La iglesia española pasa del ciclo conservador al progresista. La primavera de Francisco le sienta bien.
El Comité Ejecutivo
Junto al secretario general, el órgano que toma decisiones habituales, se reúne al menos dos veces al mes y gestiona los temas más espinosos es el Comité Ejecutivo, una especie de Consejo de ministros restringido. De él forman parte el presidente, el vicepresidente y tres o cuatro miembros, si el arzobispo de Madrid (miembro nato) ocupa algo de los dos puestos anteriores. Si Blázquez repite en la presidencia y Osoro, en la vicepresidencia, quedarían cuatro puestos disponibles.
Se da la circunstancia que tres de los actuales miembros del Ejecutivo no pueden repetir, por haber cumplido ya dos trienios: Julián Barrio, Juan del Río y Juan José Asenjo. Para cubrir sus bajas, se apuntan los nombres del cardenal Cañizares, arzobispo de Valencia, de monseñor Omella, arzobispo de Barcelona y de monseñor Jiménez Zamora, arzobispo de Zaragoza. Y todavía quedaría un puesto disponible, quizás para algún representante del sector más conservador.