Nos unimos a la Iglesia que vive en América del Norte, que hoy recuerda la fundación de su primera parroquia, hace 350 años, en Notre Dame de Quebec
(José M. Vidal/Agencias).- Dia gris, frío y plomizo en Roma. Pero, desde la ventana del palacio apostólico, resplandece de nuevo, aclamada, la figura del Papa Francisco. En la plaza, otra vez llena, luce ya el abeto de navidad y un cercado de maderas, donde se prepara el belén. El Papa centra su catequesis en la Inmaculada, «la llena de gracia», recuerda que «es fruto del amor de Dios que salva al mundo» y alaba su belleza de madre nuestra.
«La Iglesia contempla a María como la llena de gracia»
«Saludémosla todos juntos tres veces: llena de gracia, llena de gracia, llena de gracia»
«¡Qué bella es nuestra madre!»
«Nos sostiene en nuestro camino hacia la Navidad»
«Este tiempo de adviento es una espera del Señor, que viene, esperémosle»
«María fue preservada del pecado original, de la fractura en la comunión con Dios y con lo creado»
«La Inmaculada es fruto del amor de Dios que salva al mundo»
«Y la Virgen nunca se alejó de ese amor, todo su vida, todo su ser es un sí a ese amor, a Dios»
«Y no fue fácil para ella»
«María escucha, obedece interiormente»
«Dios pone su miarada de amor sobre cada uno de nosotros, con nombres y apellidos»
«Reconozcamos nuestra vocación más profunda: ser amados y ser transformados por el amor y la belleza de Dios»
«Es nuestra madre y nos ama tanto…»
«Para acoger el tierno abrazo de su hijo Jesús, que nos da vida, esperanza y paz»
Y tras la oración del ángelus y la bendición,el Papa dijo:
«Les saludo a todos con afecto»
«Nos unimos a la Iglesia que vive en América del Norte, que hoy recuerda la fundación de su primera parroquia, hace 350 años, en Notre Dame de Quebec»
«Un pensamiento especial a la Acción Católica Italiana…y adelante, con coraje»
«Hoy por la tarde, siguiendo una antigua tradición, iré a la Plaza de españa, para rezar al pié del monumento de la Inmaculada…un acto de devoción filial a María, para confiarle la ciuadd de Roma, la Iglesia y toda la Humanidad»
«Iré también a Santa María la Mayor».
«Buen domingo, buena fiesta de nuestra madre, buen apetito y hasta pronto»
Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
este segundo domingo de Adviento cae en el día de la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, y entonces nuestra mirada es atraída por la belleza de la Madre de Jesús, ¡nuestra Madre! Con gran alegría la Iglesia la contempla «llena de gracia» (Lc 1,28), así como Dios la ha mirado desde el primer instante en su diseño de amor. María nos sostiene en nuestro camino hacia la Navidad, porque nos enseña cómo vivir este tiempo de Adviento en espera del Señor.
El Evangelio de san Lucas nos presenta a una muchacha de Nazaret, pequeña localidad de Galilea, en la periferia del impero romano y también en la periferia de Israel. Sin embargo sobre ella se posó la mirada del Señor, que la eligió para ser la madre de su Hijo. En vista de esta maternidad, María fue preservada del pecado original, o sea de aquella fractura en la comunión con Dios, con los demás y con la creación que hiere profundamente a todo ser humano. Pero esta fractura fue sanada anticipadamente en la Madre de Aquel que ha venido a liberarnos de la esclavitud del pecado. La Inmaculada está inscrita en el diseño de Dios; es fruto del amor de Dios que salva al mundo.
Y la Virgen jamás se alejó de aquel amor: toda su vida, todo su ser es un «si» a Dios. ¡Pero ciertamente no ha sido fácil para ella! Cuando el Ángel la llama «llena de gracia» (Lc 1,28), ella permanece «muy turbada», porque en su humildad se siente una nulidad ante Dios. El Ángel la consuela: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (v. 30). Este anuncio la confunde aún más, también porque todavía no se ha casado con José; pero el Ángel agrega: « El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios» (v. 35). María escucha, obedece interiormente y responde: « Yo soy la sierva del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (v. 38). El misterio de esta muchacha de Nazaret, que está en el corazón de Dios, no nos es extraño. ¡De hecho Dios posa su mirada de amor sobre cada hombre y cada mujer! El Apóstol Pablo afirma que Dios «nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables» (Ef 1,4). También nosotros, desde siempre, hemos sido elegidos por Dios para vivir una vida santa, libre del pecado. Es un proyecto de amor que Dios renueva cada vez que nosotros nos acercamos a Él, especialmente en los Sacramentos.
En esta fiesta, entonces, contemplando a nuestra Madre Inmaculada, bella, reconozcamos también nuestro destino verdadero, nuestra vocación más profunda: ser amados, ser transformados por el amor. Mirémosla, y dejémonos mirar por ella; para aprender a ser más humildes, y también más valientes en el seguir la Palabra de Dios; para acoger el tierno abrazo de su Hijo Jesús, un abrazo que nos da vida, esperanza y paz.