Finalmente, se han cumplido los peores pronósticos. Benedicto XVI ha fallecido a los 95 años. Días atrás su sucesor en el trono de San Pedro, Francisco I, pidió públicamente rezar por Joseph Ratzinger por el empeoramiento de su salud. Por primera vez en la historia el funeral de un Pontífice será presidido por su sucesor. Lo cierto es que el alemán estuvo más tiempo como Papa emérito que reinando. Su pontificado empezó en abril de 2005, en sustitución de Juan Pablo II (1978-2005) y acabó en febrero de 2013, tras sorprender a todos con su abdicación. Una situación anómala en la Santa Sede. El alemán se convertía en el sexto Papa en abandonar su papel de cabeza de la Iglesia de manera voluntaria. A lo largo de la Historia varios más fueron obligados a hacerlo.
Durante la casi década que estuvo como Papa emérito, Benedicto XVI apenas se supo nada de él. Sólo trascendieron algunas declaraciones y algunas, pocas, imágenes captadas por hábiles paparazzis. Sin embargo, a pesar de su mutismo su figura si fue utilizada para enarbolar el fantasma de las dos Iglesias. Uno de los grandes miedos intramuros del Vaticano, la división en el seno del catolicismo. Un tentación casi innata en la religión católica.
Los grandes enemigos de Francisco I invocaron en vano el nombre de Benedicto XVI para atacar la gestión de la Iglesia por parte de Jorge Bergoglio. De hecho, el San Pablo CEU de Madrid acogió una especie de ‘cónclave’ anti-Francisco con la presencia del cardenal Gerard Muller. Un purpurado alemán que gozó de mucho poder durante el pontificado de Benedicto XVI y que ha llegado a calificar al actual Papa de «hereje». La famosa y polémica reunión se vendió como un homenaje a Ratzinger por su 95 cumpleaños pero, se convirtió en una sucesión de ataques al actual Pontífice. No faltaron a la cita obispos españoles como Antonio María Rouco Varela o monseñor Reig Pla.
Lo cierto es que Ratzinger nunca quiso pronunciarse sobre el papel de su sucesor. Él mismo abandonó un destino que nunca le gustó demasiado al sentirse sin las fuerzas necesarias para acometer unas reformas que consideraba inaplazables en el seno de la Iglesia. Unos cambios que llegaron después con Francisco. Si esas medidas fueron en consonancia con las que deseaba el alemán, nunca lo expresó en público. El propio Francisco I aseguró que Benedicto XVI con «su silencio está manteniendo la Iglesia». Una afirmación que tiene muchas lecturas y no todas en positivo.
Un teólogo con el futuro duque de Alba
Joseph Ratzingen nació en la localidad bávara de Martkl el 16 de abril de 1927 en el seno de una familia bien posicionada dedicada a la agricultura. Su padre ejercía como comisario de la Gendarmería. En sus primeros años Ratzinger se educó en casa y a los once años ingresó en el seminario. Eran tiempos convulsos en Alemania que vivía bajo el III Reich. En 1941 ingresó en las juventudes nazis. Esta es la parte más polémica de su biografía. Dos años después llegó a combatir en la II Guerra Mundial combatiendo en una unidad antiaérea. Años después mostraría su arrepentimiento por esta parte de su biografía: «Reniego de aquel reino del ateísmo y de la mentira que fue el nazismo». Claro que está parte de su vida no se incluyó en sus biografías oficiales que fueron facilitadas cuando accedió al papado. La publicación de fotos del joven Joseph con indumentaria del ejército nazi hizo que tuviera que hablar públicamente sobre esta parte de su vida.
Al acabar la contienda mundial retomó su carrera eclesiástica y sus estudios de teología en Munich. En esos años coincidiría con un español que se haría especialmente famoso y polémico: Jesús Aguirre, un jesuita, homosexual y de izquierdas que acabó colgando los hábitos para dedicarse al mundo editorial y acabar casándose en 1978 con Cayetna Fitz James-Stuart, la duquesa de Alba.
En junio de 1951, Ratzinger es nombrado sacerdote y es en la década de los cincuenta en la que cimienta su prestigio como uno de los teólogos más importantes de finales de la siglo XX. Consigue su doctorado con un trabajo sobre la figura de San Agustín. Durante los años siguientes será profesor en varias universidades alemanas y comienza su basta producción ensayística. En 1962 llega a Roma en uno de los momentos clave en la historia de la Iglesia.
El sucesor de Juan Pablo II
En 1962 el Vaticano se encontraba revuelto. Juan XIII convocó el Concilio Vaticano II que clausuraría en 1967 su sucesor Pablo VI. Soplaban vientos de cambio en la Santa Sede y no a gusto de todos. Ratzinger forma parte de los contrarios al llamado aggiornamiento, la adaptación de los ritos y usos de la Iglesia al revolucionario siglo XX.
En esos años son célebres sus enfrentamientos con otro teólogo de gran prestigio Hans Küng, el gran defensor de las posturas progresistas en el seno de la Iglesia. Sus debates están considerados como de los de más altura intelectual en la segunda mitad del siglo XX. En 1969, Joseph Ratzinger entendió que sus planteamientos no eran los de ganar y que las tesis más aperturistas se habían impuesto bajo el pontificado de Pablo VI y volvió a Alemania. A pesar de todo, Pablo VI lo nombró en 1977 obispo de Munich y cardenal. En calidad de tal asistió en Roma al ‘verano de los tres Papas’ en 1978. En apenas tres se sucedieron en el trono de San Pedro Pablo VI, Juan Pablo I (sólo duró treinta días) y Juan Pablo II.
El ‘flechazo’ entre ambos fue directo. Juan Pablo II era mucho más conservador que sus predecesores pero entendió muy bien la cultura de la imagen de su siglo. El polaco respetaba mucho la altura intelectual de Ratzinger y decidió nombrarle prefecto para Congregación de la Fe (la antigua Inquisición) en 1982. El organismo encargado de controlar el cumplimientos de los dogmas de fe inamovibles de la Iglesia.
A la muerte de Juan Pablo II, Joseph Ratzinger fue elegido Papa un cónclave más breve de los previsto y con una ‘fumata blanca’ que no se veía bien del todo por que lo hubieron de informar por medios más propios de nuestros días.
Un Papado breve
Tras un Pontificado largo y carismático, Benedicto XVI (nombre que eligió Joseph Ratzinger para su reinado) ofrecía una imagen menos carismática y más apegada a la teoría que a los viajes por el mundo con los que no disfrutaba especialmente, aunque continuó con la tradición de abandonar Roma para ir de visita oficial que inauguró su predecesor. Una costumbre también mantenida por Francisco I. Lo cierto es que disfrutaba más con la parte teórico. Revisó evangelio, defendió la vuelta a las tradiciones según las sagradas escrituras (polémica fue su intervención asegurando que en los belenes no debería colocarse la famosa mula) y emitió muchas encíclicas para un papado tan breve. Textos donde se centraba más en lo teológico que en nuevas normativas en el seno de la Iglesia. Al contrario que en el caso de Francisco I.
En los tiempos finales de su papado exigió una investigación sobre dos temas que le preocupaban mucho: la pederastia y las finanzas poco claras de la Santa Sede. El informe que recibió en su mesa Benedicto XVI, dicen, le animó a tomar la decisión histórica de abdicar. No se encontraba con fuerzas como para acometer los cambios que entendía que la Iglesia necesitaba. También el asunto de la pedofilia hizo que se enfrentara con Legionarios de Cristo y, además, se enfrentó a los escándalos del mal llamado Banco Vaticano. Un asunto que coleaba de tiempos de Juan Pablo II.
Tras abdicar optó por una vida fuera del ojo público y sin intervenir en la política de su sucesor. Sabedor de que la existencia de dos Papas podría generar muchas tensiones. Como el propio Francisco I le ha reconocido se ha ido con muchos «silencios».