La desconcertada oposición y los medios analizan cómo ha podido cambiar el clima en favor de Rajoy
El conservador Mariano Rajoy tuvo un mal despegue como presidente del gobierno español: la economía mermaba, cientos de miles salieron a la calle.
Pero tras doce meses en el cargo, es el indiscutido hombre fuerte en Madrid.
Ni siquiera los portavoces del PP dicen que Mariano Rajoy sea especialmente popular entre sus compatriotas.
Según las encuestas, su tasa de popularidad asciende a aproximadamente una tercera parte.
Pero esto no preocupa en el PP. Pues los valores de sus rivales más importantes en política interior son aún peores.
El líder de la oposición socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, ni siquiera alcanza el 20 por ciento.
Y a Artur Mas, el jefe cristianodemócrata del gobierno regional en Barcelona, que exige la soberanía estatal de Cataluña, la aplastante mayoría de los españoles le desea todo el mal de este mundo por querer destruir la unidad de la nación.
Nunca levanta la voz. Y polémico es, a lo sumo, contra los separatistas catalanes.
En Navidades del pasado año, Rajoy asumió la sucesión de José Luis Rodríguez Zapatero, cuyos socialistas habían perdido estrepitosamente las elecciones parlamentarias por su desconcierto en la crisis económica.
Durante la campaña electoral, Rajoy se había mostrado muy reservado en cuanto a sus ideas para combatir la crisis.
Pero cuando, a las pocas semanas de llegar al cargo, anunció un rígido programa de ahorro, causó revuelo en los medios de izquierdas y liberales; el término «fraude electoral» aparecía en los comentarios.
Rajoy tuvo un mal despegue. De poco le servía que sus ministros apuntaran al gigantesco déficit presupuestario de cerca de un nueve por ciento, que había que reducir para que España no perdieran su solvencia internacional.
Los comentaristas de la prensa económica internacional le describían como capitán de un barco que se hundía, arrastrado irremediablemente al torbellino de la quiebra estatal.
El rendimiento económico mermaba mientras el desempleo subía al nivel récord de un 25 por ciento. El país era considerado el niño problemático número uno en la UE.
Cuando en verano cientos de miles de personas salieron a la calle en las grandes capitales para protestar contra el paquete de ahorro, Rajoy parecía haber perdido el control.
Los sindicatos anunciaron un «otoño caliente» con huelga general. La respuesta de Rajoy sonaba a impotencia:
«La silenciosa mayoría de los españoles no ve alternativa a nuestro rumbo de ahorro».
A la vista de las manifestaciones masivas, todo fueron burlas para esta frase de Rajoy. Pero ahora, al final de su primer año de gobierno, todo indica que su visión de la «mayoría silenciosa» no era equivocada.
El movimiento de protesta está cansado y dividido, la huelga general del 14 de noviembre fue una derrota para los sindicatos porque a la mayoría le daba bastante igual.
A pesar del impopular programa de ahorro, el PP de Rajoy logró una victoria sorprendentemente clara en las elecciones regionales de Galicia, en Cataluña ha conseguido una ligera subida y en el País Vasco se ha mantenido.
La desconcertada oposición y los medios analizan cómo ha podido cambiar el clima en favor de Rajoy. El motivo más importante: el escenario terrorífico no se ha producido.
Además, los socialistas no solamente son relacionados con la caída de los últimos años, sino que tampoco tienen un concepto alternativo para salir de la crisis. El jefe del PSOE Rubalcaba en el mejor de los casos es considerado un viejo zorro, pero no un líder.
Rajoy es una figura de odio para la oposición extraparlamentaria. Pero, de cara a la mayoría de sus compatriotas, estos ataques apenas le perjudican.
Estos quieren estabilidad. Su línea personal, que ha encontrado tras los primeros meses inseguros, parece responder a esta necesidad.
Es muy diferente a sus dos antecesores ruidosos, el conservador José María Aznar y el socialista José Luis Zapatero. Los adversarios de Aznar le tachaban de vanidoso; incluso logró dirigir a su amigo político, George W. Bush, hasta la boda de su hija, cuya fecha había sido fijado así con intención.
Pero ante todo, la política económica de Aznar condujo a la burbuja inmobiliaria, cuyo estallido en 2008 hizo provocó la caída del país.
Ahora, Rajoy evita en la medida de lo posible aparecer junto a Aznar. Y a Zapatero, el visionario derrotado y tribuno popular, ni siquiera lo menciona.
No ha caído en la tentación de echar la culpa de los grandes problemas de su gobierno a la política de deuda del antecesor.
Por el contrario, Rajoy siempre habla de la crisis en plural: «Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades! Tenemos que hacer sacrificios juntos!». El jurista parece el máximo auditor de la nación, y hace juegos numéricos como en el colegio. Habla una lenguaje claro, sin imágenes emocionales.
Tampoco levanta la voz, siempre parece muy controlado. Si alguna vez es polémico, el objetivo son los separatistas en el País Vasco y en Cataluña – y esto cae bien a sus compatriotas.
En sus comparecencias, Rajoy representa la distinción reservada, que, según la autovisión de los españoles, les diferencia de todos los demás pueblos mediterráneos. Viste trajes muy elegantes y es un excelente retórico.
Con gran habilidad deja el anuncio de nuevas medidas de ahorro en manos de sus ministros y se mantiene alejado de las cámaras hasta que se calma la primera indignación pública.
Rajoy es considerado un gallego típico. Este está lejos de la presuntuosidad de los madrileños y del afán de suntuosidad y despilfarro de los valencianos.
A pesar de que su partido ha estado involucrado reiteradamente en escándalos de corrupción, ni siquiera sus adversarios más acérrimos le acusan de estar interesado en un enriquecimiento personal. Las características más destacadas de los habitantes del Noroeste de España con su rudo clima atlántico son su fría serenidad y reticencia desconfiada.
Dicen de ellos que nunca dan a conocer sus intenciones. «Si te encuentras a un gallego en la escalera, nunca sabes si sube o baja», dicen los españoles de la costa mediterránea.
Tras doce meses en el cargo, Rajoy ha conseguido ser el hombre fuerte en Madrid. Para España no ha sido un buen año, pero la caída de la economía está prácticamente frenada.
Rajoy dice: «Tenemos que seguir esforzándonos».