Me llegan noticias del fallecimiento de Josep Maria Espot, ilerdense, amigo de infancia de mi padre. Como él nacido en las montañas del Pallars. Le recuerdo con semblante grave, sempiternamente enfermo. Y a su esposa Carme. Y a sus hijos Xavi y Laia. Y aquellas timbas de póker en los aledaños de la calle Girona que tanto acababan disgustando a mi madre.
(Me doy cuenta de que he desperdiciado unos años preciosos para preguntarle sobre mi padre; si era tan inteligente como todo el mundo dice; si era tan singular como yo me lo imagino; y tan imprevisible, voluble y, a veces, disparatado).