Que vivimos subyugados en el imperio de la tontería. A esta conclusión llega uno cuando entra en el previsiblemente último tercio de su vida, mira hacia atrás y reflexiona.
De la misa no sabemos ni la mitad. Pero lo más grave es que muchos de los supuestos expertos que nos rodean van todavía más perdidos.
Si esto es así, se impone dudar del legado de hechos «»seguros» que nos vienen explicados por testimonios de tiempos remotos. Las «fake news» son antiguas como la vida misma.
Cuán sano es mantener la mirada escéptica. Tanto agolpamiento de mentiras produce un insufrible efecto de «déjà vu».