Allí se encontró con Robert Kennedy, que como su hermano John, estaba liado con ella
Pocos minutos antes de las cinco de la tarde del día 4 de agosto de 1962, Ceferino Carrión, ( se hacía llamar Jean Leon, como hostelero en Hollywood) y sus empleados se aprestaban, como la mayoría de los días del año, a abrir el restaurante La Scala para empezar a servir las cenas.
Era sábado, y eso significaba que muchos de los clientes habituales, estrellas de cine, generalmente, que vivían en Beverly Hills, en Bel Air o en otros barrios cercanos, no irían.
Muchos de ellos aprovechaban los fines de semana para ir a descansar a sus residencias en Palm Spring. Pero entre famosos habituales y turistas que querían comer en el restaurante de las estrellas, La Scala se llenaba igual.
Ceferino se encontraba en su despacho, situado en la parte superior del restaurante, cuando sonó el teléfono. Atendió él mismo la llamada y, desde aquel instante, todos sus detalles quedaron grabados en su mente para siempre.
En circunstancias normales, aquella llamada hubiera sido una más en el ajetreo de un local de éxito, difícil de recordar, incluso contando con la notoriedad de quien estaba al otro lado del teléfono.
Así hubiera sido, si ese día no se hubieran desencadenado tantos acontecimientos en torno a la persona que le hablaba: la actriz Marilyn Monroe.
Le llamaba para pedirle que esa noche le llevaran comida a su casa, alegando que no iría a La Scala porque había estado todo el día fuera y se encontraba muy cansada.
Habitualmente Marilyn iba a La Scala casi todos los días, en los últimos meses.
«No noté nada anormal», recordaba el hostelero.
Tampoco había nada extraordinario en que Marilyn pidiera la comida de La Scala para tomarla en su casa. Había llamado en otras ocasiones.
Evocando aquel episodio, Ceferino no recordaba qué pudo comer esa noche la actriz.
«Al principio de conocerla -decía- recuerdo que ella comía fatal: bocadillos de salami, hamburguesas, perritos calientes… no sé cómo podía mantener su cuerpo maravilloso. Creo que esa noche pidió pasta. Últimamente ella prefería, casi siempre, comer fetuccini».
Un libro publicado en el año 1.999, en el que se recogen las aficiones y gustos de Marilyn Monroe, apunta que su comida preferida en aquella época era «Fetuccini Leon» (la especialidad de pasta que lleva precisamente el nombre nuevo del dueño de La Scala) y ternera picada.
Pocas horas después de este episodio, aparentemente vulgar, en el funcionamiento del restaurante La Scala, Marilyn aparecía muerta en su cama.
Lógicamente, las diversas investigaciones que se realizaron a raíz de la muerte de la actriz, en su casa de Brentwood, en Hollywood, el día 5 de agosto de 1962, trataron de reconstruir las últimas horas de su vida, con el fin de hallar alguna luz sobre su misteriosa y prematura desaparición.
Ceferino fue uno de los primeros a quien interrogó la policía, al día siguiente.
La mayoría de las pesquisas y de las especulaciones se centraron sobre la víspera de su muerte, el sábado 4 de agosto. En principio no se le encontraron actividades excesivamente fuera de lo normal.
Había pasado gran parte del día comprando plantas para su jardín en unos viveros de Santa Mónica y luego vio a su médico y a su psiquiátra. Nada anormal en ella.
Las claves estarían en lo que Marilyn pudo haber hecho esa noche en la que supuestamente se habría suicidado al ingerir una sobredosis de nembutal, versión oficial con la que muy pocos estuvieron de acuerdo, debido a las numerosas irregularidades que se registraron en la investigación de este suceso.
Ese fin de semana, Robert Kennedy, fiscal general de los Estados Unidos, se había trasladado a San Francisco en un viaje de placer, acompañado de su mujer y cuatro de sus hijos.
En aquella época era un secreto a voces que Robert Kennedy mantenía una relación sentimental con Marilyn Monroe, que habría sucedido a la relación mantenida por la actriz y su hermano, el presidente John F.Kennedy, aunque algunos datos policiales confirmarìan años màs tarde que durante algún tiempo Marilyn mantuvo relaciones simultáneas con los dos hermanos.
¿Pero estuvieron juntos Robert Kennedy y Marilyn Monroe durante esa fatídica noche?
Hay algunas versiones que aseguran que ella viajó a San Francisco, versiones probablemente alentadas por la indiscreción del hotel St. Francis, de esa ciudad, que reveló algunas llamadas y mensajes de Marilyn para tratar de contactar con Robert Kennedy.
¿Llamaba porque íban a encontrarse en ese hotel?
Informes del FBI apuntaron que Robert Kennedy y su familia habían pasado el fin de semana instalados en el rancho de un amigo, situado unos cien kilómetros al sur de San Francisco.
Otras informaciones indican que el fiscal viajó el viernes en helicóptero hasta Los Angeles para encontrarse con su cuñado Peter Lawford, de quien se decía que hacía de alcahuete en las relaciones de la actriz con los Kennedy.
La investigación de Anthony Summers, en su libro «Las vidas secretas de Marilyn Monroe», llegó hasta el hostelero español, que consideraba francés:
«Esa noche, – escribe Summers- según Jean Leon, el dueño del restaurante La Scala, Marilyn pidió que le llevaran comida a su casa. Leon, un francés (sic), había pasado de ser un camarero del Villa Capri – la guarida de Frank Sinatra y Joe DiMaggio- a convertirse en propietario de La Scala. Conocía a Marilyn desde hacía años».
En una entrevista reciente, llegó hasta decir que había llevado comida a su casa la noche antes de que muriera, pero se negó a añadir nada más. Indicó que esa noche en casa de Marilyn había alguien más, alguien de quien no quiso dar el nombre.
«Tengo un recuerdo muy vivo- dijo Leon-, pero tiene usted que meterse en un montón de cosas, personajes gordos, y no están aquí ahora».
Esta entrevista se publicó en el «Saturday Evening Post», el 11 de agosto de 1962.
Un sabio dijo que la memoria parece grande por lo que muestra en recuerdos, pero lo es mucho más por lo que ciertamente esconde.
¿Le ocurría esto a nuestro hombre?
Pasado el tiempo, en el hotel Princesa Sofía, de Barcelona, comentando con él la versión de Anthony Summers, me contó los detalles de aquella noche, que se había detenido en su memoria.
El hombre sufría resignadamente el sambenito de haber sido el restaurador preferido por Marilyn Monroe y, encima, estaba metido en el episodio de la última cena de la actriz, una circunstancia fortuita de la que, probablemente, algún otro hostelero de entonces – no digamos de hoy, donde prima la imagen por encima de todo- hubiera hecho fructífera y larga carrera necrófila.
Pero a él no le gustaba la carnaza ni el morbo.
Al final, habló del asunto, aunque me dio la impresión de que no contó todos los detalles:
«A Marilyn yo la veía prácticamente todas las noches, porque venía ella a La Scala o porque se le llevaba la cena desde el restaurante a su casa. Vivía en una casa en Brentwood, en la calle Fifth Helena Drive, al lado de Bel Air y no lejos de La Scala, una casa en una especie de callejón, con decoración y ambiente muy español, que no era gran cosa. Me contó que la había decorado ella misma con cosas que se había traído de México, a donde le gustaba ir mucho, quizás porque su madre había nacido en ese paìs. Casi siempre estaba acompañada de su secretaria, Pat, y de una mujer mexicana que le llevaba la casa. Es cierto que la noche anterior a su muerte ella pidió la cena a La Scala y la llevé yo».
Según su versión, la noche del 4 de agosto de 1.962, llevó personalmente la cena a casa de Marilyn y vio que la actriz no se encontraba sola. Reconoció que también estaba Robert Kennedy, al que saludó:
«Bueno, eso tú lo dices, vale, vale. Ninguno de los dos está vivo», decía aún con precaución.
Para llegar a esta revelación hubo que llevarle por muchos rodeos sobre los amores de la actriz y los Kennedy, que fueron más que una evidencia:
«Creo que Marilyn murió por una depresión – sostenía Jean Leon-, tomaba muchas píldoras, no creo que haya más misterio detrás. Eso que dicen de que la mataron yo lo encuentro ridículo, porque a Marilyn Monroe había que conocerla. Ella no era tonta , creo que sabía que no íba a casarse con los Kennedy. Y tampoco creo que los Kennedy le prometieran casamiento para irse a la cama. Yo no voy a mencionar nombres, pero que John Kennedy no era fiel a su esposa lo sabía todo el mundo y yo más porque lo he visto. El presidente veía a Marilyn incluso en la época en que yo estaba en el Villa Capri, muchos años antes de ser famosa. Hay testigos de haberlos visto en Malibú, en un bar de mala muerte que se llamaba «Malibu Cottage», pero entonces no eran tan famosos. Sería presuntuoso y tonto por mi parte decir estas cosas y dar nombres relacionados con ella porque si se quiere investigar se encuentra siempre algo. John Kennedy no tenía necesidad de eso, de prometer casarse con Marilyn para acostarse con ella y Robert, tampoco. Ellos tenían mucho encanto con las mujeres. Si yo hubiese sido mujer me habría ido a la cama con los Kennedy también».
Once años después de la muerte de Marilyn, Eunice Murria, la sirvienta de la actriz, quien, de madrugada, descubrió su cuerpo sin vida, declaró que esa noche Robert Kennedy había estado en la casa de la actriz, y añadió algo más: que se llevaron a la actriz en una ambulancia esa madrugada, en presencia del doctor Greenson, que era su psiquiátra.
El propio jefe de ambulancias del cercano Hospital de Santa Mónica confirmó las revelaciones de la criada y dijo que, efectivamente, sobre las dos de la mañana, habían recogido a una mujer rubia, en coma, en el número de la calle que coincidía con el domicilio de Marilyn.
La rubia falleció en el hospital y fue devuelta a su domicilio esa misma madrugada. Una de las cosas, aparentemente trivial, que más sorprendió cuando Marilyn apareció muerta fue que estuviera desnuda; Marilyn decía que siempre dormía con sujetador, que sólo se lo quitaba para hacer el amor.
La sirvienta debió de recibir no pocas presiones, porque luego se desdijo, alegando que con la edad ya no sabía lo que se decía.
Poco después de la muerte de Marilyn, entre los papeles de la actriz, se encontró una nota de Jean Kennedy, hermana de John y Robert, en la que ésta agradecía a Marilyn el envío de una carta después de que Joseph, el patricarca de los Kennedy, sufriera un ataque cardiaco en 1.961.
Entre otras cosas le dice:
«Sabemos que Bobby y tú salís juntos. Todos creemos que deberías venir con él cuando regrese».
Esta fue una prueba que se manejó siempre como la evidencia de las relaciones amorosas bastante normalizadas entre Marilyn y Robert Kennedy, pero tampoco añadía nada comprometedor.
Una de las notas que sustentaron las bases de la leyenda más oscura en torno a este caso se debe a Edgar Hoover, el siniestro y temible jefe del FBI, que realizó un exhaustivo dossier, del que misteriosamente ha desaparecido casi todo su contenido, sobre las relaciones de los Kennedy y Marilyn Monroe.
Hizo el dossier saltándose la ley a la torera, como era habitual en él. El informe dice en sus inicios que Marilyn tuvo primero una relación con el presidente Kennedy y luego con su hermano Robert. Pero el policía echaba leña al fuego del misterio de la muerte de la actriz con este párrafo:
«Miss Monroe dijo una semana antes de su muerte que Robert Kennedy le había prometido hacerla su esposa y primera dama cuando sucediera a su hermano en la Casa Blanca».
Se apuntaban otras notas de mal gusto como que Robert Kennedy llamaba a Marilyn «estúpida rubia» y cosas por el estilo.
El amigo español de Marylin estaba convencido de que las notas del FBI fueron las que sustentaron intencionada o indirectamente la teoría de la conspiración, la que más se sostiene todavía, según la cual a Marilyn se la quitaron de encima los Kennedy porque sus desprecios la habían llevado a la desesperación y ella, que había sido testigo de las relaciones estrechas de los Kennedy con los principales capos de la Mafia, podía irse de la lengua como venganza.
También se especuló con que fue asesinada por los mafiosos con el fin de salpicar a los Kennedy, conociéndose de antemano la estancia de Robert ese día en California.
Según esta teoría, el sueño de los principales capos de la Mafia era este titular en los periódicos, al día siguiente:
«Marilyn, asesinada. Los Kennedy implicados».
«Conozco todo eso que se ha dicho sobre la muerte de Marilyn, pero de esa gente es mejor ni acordarse», decía Ceferino con prudencia, sin especificar, probablemente con toda la intención del mundo, si se refería al FBI o a la Mafia, o a los dos grupos, que tanto tuvieron que ver en el enredo de este caso.
El enigma de lo pasó aquella noche en casa de Marilyn, para muchos investigadores se esconde en los intrincados laberintos de la Mafia y de los Servicios Secretos estadounidenses, en sus turbios manejos, conjuntos en muchas ocasiones.
Se ha sabido que para controlar a los dos hermanos Kennedy, Sam Giancana, sucesor de Al Capone en Chicago, habría puesto como cebo a Judy Campbell, una actriz de segunda, muy parecida físicamente a Jackeline Kennedy. Para este plan erótico, el gángster habría utilizado los inestimables servicios del cantante Frank Sinatra, amigo de los Kennedy.
Sinatra presentó a Judy al presidente Kennedy y éste, enseguida, la hizo su amante y estuvo acostándose con ella una temporada.
Campbell era una buena pieza: también habia sido amante de Sinatra, del propio Giancana y de Jimmy Hoffa, otro temible capo a cuya cabeza había puesto precio Robert Kennedy, desde la fiscalía general.
Giancana decía que tenía fotos y conversaciones muy comprometidas de los hermanos Kennedy (John y Robert) en sus devaneos sexuales en Hollywood, que íban a regocijar al público americano si salían a la luz.
Un colaborador de la CIA y de Giancana, un tal Spindel, había estado grabando todas la correrías de John Kennedy, recién llegado a la Casa Blanca. En su punto de mira, «Bernie» Spindel tenía a todas las obsesiones sexuales del presidente en aquellos días, entre las que destacaban la citada Judy Campbell, las actrices Marilyn Monroe y Angie Dickinson y una mujer de la alta sociedad norteamericana, llamada Mary Meyer.
Cuatro años después de la muerte de Marilyn Monroe, Spindel ofreció a los directivos editoriales del New York Times las grabaciones de todas las conversaciones de Marilyn desde el teléfono de su casa.
Los periodistas pudieron escuchar algunos fragmentos de conversaciones de la última noche, desde un teléfono de San Francisco, en estos términos:
«¿Ya se ha muerto?» «¿Qué vamos a hacer con el cadáver?».
Ese mismo día de la reunión de Spindel con los periodistas del New York Times la policía entró en su casa y confiscó las grabaciones. Nunca más se supo de ellas.
Un hermano y un sobrino de Sam Giancana (Chuck y Sam Giancana, respectivamente), que en 1.992 publicaron unas memorias escandalosas ( «Double Cross» Warner Books, Inc. Nueva York), corroboran que Marilyn Monroe también era controlada por este capo desde hacía mucho tiempo a través de Frank Sinatra, de quien había sido amante, a mitad de los años cincuenta.
Diez días antes de la muerte de la actriz, en el Carl Neva Lodge, de Nevada, un garito de juego, situado junto al lago Tahoe, donde tenían intereses Sinatra y Giancana, el gángster se acostó con ella, borracha, tras una fiesta con Sinatra y Peter Lawford.
Giancana vio que Marilyn estaba desesperada y que ya era un peligro incontrolable para sus planes. Pensó que Marilyn para vengarse de que los Kennedy la trataban como a una muñeca desechable, podría estar dispuesta a tirar de la manta y contarlo todo.
¿Qué sabía Marilyn? ¿Què podría contar públicamente?
«No sé qué podría conocer Marilyn», decía Ceferino-.
«Se dijo que en aquellos días se desarrollaban muchas disputas y maniobras soterradas que pudieron influir directamente en lo que pasó la noche del 4 de agosto, en la casa de Marilyn Monroe».
«Yo no creo que ella estuviera implicada en malicia alguna, era una buena chica, extraordinaria, muy buena gente. Sólo el desconocimiento de su persona, de su entorno cercano, el no tener más referencia de ella que sus películas y los miles de libros, publicados a la sombra comercial de su nombre, pueden inducir a atribuirle maldades y conspiraciones».
Según la familia de Giancana (murió en 1.975, asesinado en su casa de Chicago, sin comparecer ante ningún jurado y llevándose muchos secretos a la tumba), éste se sentía traicionado por los Kennedy.
Aseguraba que los poquísimos votos que le distanciaron de Nixon en el recuento electoral, cuando fue elegido presidente, se obtuvieron gracias a una maniobra de sus hampones en Chicago.
El padre de los Kennedy, Joseph, había pedido a sus amigos del Sindicato que apoyaran fuerte a su hijo, con la promesa de tener acceso a la Casa Blanca y permisibilidad para desplegar sus turbios negocios.
Los gángsters hicieron muchas donaciones económicas, organizaron fiestas para recaudar fondos y realizaron propaganda para la causa política de los Kennedy. En este apoyo habría que incluir la gestión de Frank Sinatra, que hizo campaña como nadie.
Según las investigaciones, Sinatra se esforzaba en calmar a los capos del Sindicato, que no veían buena voluntad por parte de los Kennedy al llegar al poder.
El cantante los aplacaba y les prometía que él mediaría ante los Kennedy, supuestamente amigos suyos. Pero Kennedy había llegado a la presidencia y parecía que todo lo supuestamente prometido había caído en el olvido.
Por si faltaba poco, Robert Kennedy había iniciado una dura campaña contra el crimen organizado, desde su cargo de fiscal general del Estado, y estaba dispuesto a acabar con la Mafia.
Así es que, en 1.962, los capos estaban furiosos e impacientes. En una de las conversaciones grabadas por el FBI, un mafioso le dice a Sam Giancana que Sinatra trató de interceder por el Sindicato ante Robert Kennedy, en vano. Incluso se ofreció a hablar con el propio presidente o con su padre, Joseph Kennedy, para arreglar el asunto.
En el verano de 1.962, Giancana temía que Marilyn contara lo que ella sabía de las extrañas relaciones de la Mafia con la CIA y, sobre todo, que descubriera el montaje por parte de las dos organizaciones de un complot para asesinar a Fidel Castro, planeado por Robert Kennedy.
Quitándole a los Kennedy su juguete sexual, podía vengarse de ellos e, incluso, salpicarlos con su muerte, aprovechando el viaje de Robert Kennedy a California.
Así es que la actriz parece que firmó su sentencia de muerte la noche de la fiesta con Giancana, Sinatra y Lawford, en Nevada, cuando se quejó amargamente del trato que le daban los Kennedy.
Los micrófonos ocultos del FBI debieron funcionar bien en el garito de Nevada porque la nota del dossier de Hoover es textualmente la copia de lo que recogen las revelaciones de los familiares del gángster.
Pero, ¿cómo podía saber tantas cosas Marilyn? ¿No daba una imagen de apariencia boba? La explicación que ella misma dio a sus amigos íntimos se basaba en la mejor intención de la actriz por agradar a su amante.
En las veladas íntimas, Robert Kennedy le hablaba de muchas cosas -generalmente relacionadas con su carrera política- que Marilyn no entendía y luego no recordaba. Ella había decidido llevar un diario de todo lo que decían para en las próximos encuentros poder estar a la altura y no parecer una boba a los ojos de su amante.
En el verano de su muerte se rumoreó que Marilyn había abortado y aunque en los últimos meses había mantenido relaciones, entre otros, con Sinatra y un guionista cinematográfico mexicano apellidado Bolaños, los rumores sobre el padre de la criatura apuntaban a cualquiera de los dos hermanos Kennedy.
Robert Kennedy se había quitado de en medio y había cambiado su número privado en el Departamento de Justicia por el que se comunicaba con la actriz. Marilyn, desesperada recurrió a Robert Slatzer, un escritor de Ohio, uno de sus más viejos amigos y amante ocasional.
La conversación dejó pasmado a Slatzer, que luego publicaría un polémico libro en 1974 » The Life and Curious death of Marilyn Monroe», con revelaciones que abonaban la teoría de la conspiración para matar a la actriz.
El prestigioso escritor Norman Mailer, autor de «Marilyn» (1973), implicaba a los Kennedy en el asesinato de Marilyn Monroe, y fue el que abrió el mayor debate sobre la teoría de la conspiración, que llegaba a los propios asesinatos de los Kennedy.
Marilyn reveló a su amigo Robert Slatzer algunas cosas anotadas en su diario personal. William C. Taylor en su libro «Marilyn» (Iberlibro) recoge lo que pudo ser parte de la conversación entre Marilyn y Slatzer:
«¿Sabes qué pasó en Bahía Cochinos?», le preguntó Slatzer entre otras cosas.
«Sé que es algo que sucedió en Cuba», respondió ingénuamente la joven_. Bobby me contó que fue él quien manejó todo el asunto porque Jack se estaba medicando por su espalda y no podía ocuparse de nada. Por eso me siento tan atribulada y confusa. Hay tantas conexiones con esos gángsters y otras cosas… No sé qué pasará. Además, Bobby prometió casarse conmigo ¿pero lo hará? Creo que ahora pasa de mí. ¿Qué significa esto?»
«Significa, -razonó Slatzer- que no quiere saber ya nada de ti. Y en bien tuyo, te aconsejo que te olvides de él y de su hermano. Para tí, los dos Kennedy han volado al cielo».
«Pues bien -decidió Marilyn- supongo que a la esposa de Bob le gustarán algunas de las cosas que hay en mi diario sobre su marido».
«¿Ha visto alguien ese diario?, quiso saber Slatzer.
«No, nadie. Se lo enseñé a Bob y me aconsejó que lo destruyese, pero…»
«Nenita – opinó Slatzer tras una pausa- ese diario es una bomba en potencia. Si no lo quemas guárdalo en un cofre y tira la llave».
¿Qué pasó al final con el diario?
El amigo de Marilyn aseguraba que ella siguió insistiendo, sin éxito, para ver a Robert Kennedy hasta que tuvo que intervenir el alcahuete oficial, el actor Peter Lawford que le pidió a Marilyn que cenara con él en La Scala.
Allí se cree que Lawford convenció a Marilyn para que le diera el diario.
Pero las especulaciones fueron más lejos y apuntaron que posiblemente el compañero de mesa en La Scala no fue Lawford sino Robert Kennedy.
Esto habría trascendido por la indiscreción de un camarero de La Scala a Rupert Allen, masajista de Marilyn, unos días después de su muerte, que le aseguró que había visto discutir a Marilyn y a Robert Kennedy mientras cenaban en el restaurante de Jean Leon.
Lo que, al parecer, sí sabía bien Giancana por la CIA es que Robert Kennedy viajaría a California a primeros de agosto y -según las revelaciones de los familiares del capo- preparó el asesinato de la actriz para implicarle en su muerte, ya que esperaba que los amantes se encontraran.
El trabajo fue encargado a cuatro miembros de la organización, encabezados por Agujas Gianola, un matón de confianza, y su ayudante Morritos Tortorella, con otros dos asesinos profesionales, uno de Detroit y otro de Kansas City.
Según el hermano y el sobrino de Giancana, los matones controlaron las entradas, salidas y conversaciones dentro del chalet de la actriz. Ella estaba histérica y enfadada con Robert Kennedy.
Cuando éste y el médico de la actriz, que le acompañaba, se hubieron marchado de la casa de Marilyn – a ella se le habría administrado una inyección para calmarla y dormirla – entraron los matones y le administraron una dosis de nembutal «aderezado«, por vía rectal que al ser absorbido rápidamente a la sangre impediría cualquier posibilidad de reanimación, en caso de descubrirse.
Lo que no calcularon bien es que el FBI también estaba detrás de la operación, llegó poco después de la muerte de la actriz y borró o guardó todas las huellas comprometedoras de Kennedy en el chalet, y se llevó de la central telefónica las fichas con la llamadas realizadas desde la casa de Marilyn.
De casa de Marilyn desapareció también misteriosamente todo lo que pudiera haber sido comprometido: las cintas de las escuchas telefónicas, el supuesto vaso con el que se tomó las píldoras…
Tanta irregularidad sigue manteniendo en el terreno del misterio y lo supuesto todo lo concerniente a esa fatídica noche en Hollywood.
En 1.998, el National Enquirer refrendó las revelaciones del hermano y del sobrino de Giancana, asegurando que la CIA le había indicado al capo que matara a Marilyn con el fin de que no revelara nada de lo que sabía de ellos, especialmente de sus trabajos con la Mafia.
Ceferino recordaba a Marilyn con tristeza. Los últimos momentos de la actriz con vida eran imborrables en el patrimonio de su memoria.
«Su muerte nos dejó a todos anonadados decía»-,. Marilyn era una actriz estupenda, una muchacha muy sensible, generosa y muy leal con sus amigos, nos tenía fascinados. Y era más inteligente de lo que la gente ha querido ver siempre en ella. Leía mucho, te sorprendería saber cómo hablaba de poetas españoles, que muchos de nosotros no hemos siquiera leído, o de sus pintores favoritos: Velázquez, Goya y Picasso. Conocía bien la cultura española, decía que leía mucho más que viajaba. Yo me la encontré varias veces en Hollywood Boulevard, comprando libros en una librería muy famosa entonces, cuyo nombre no recuerdo. Le gustaba la cultura hispana, pero odiaba a muerte las corridas de toros. Cuando viajó a México nadie consiguió llevarla a una corrida. No soportaba ver sufrir a ningún animal; decía que una vez llegó a paralizar un rodaje porque había una gaviota herida en la playa y no se reanudó hasta que no la llevaron al veterinario a curarla. Imagínate qué maldad podía encerrar una persona así».
Ceferino sólo guardaba buenos recuerdos de su trato con Marilyn.
Alguna vez, en las sobremesas de La Scala, ambos recordaban el papel que él tuvo que jugar en el «Caso de la puerta equivocada» a favor de su amigo Sinatra y terminaban riéndose.
«Era una mujer sin malicia», repetía, como recuerdo más persistente de la actriz. Fue ella quien le pidió que uno de sus platos preferidos, (Fetuccini a lo Marilyn) se incluyese con su nombre en la carta de La Scala, un detalle por el que, dada la inmensa popularidad de la cliente, cualquier restaurador hubiera dado el cielo entonces y ahora.
«Yo -recordaba – me sentía honrado de que a ella le gustara tanto mi comida, ella disfrutaba de verdad en mi casa, y esa era mi mayor satisfacción. Un día le presenté a Brigitte Bardot, que vino de Francia a Hollywood y que era como su réplica en Europa por aquella época. Las dos se querían conocer. Brigitte estaba con una mujer y con un agente de París y me pidió que la introdujese ante Marilyn en mi restaurante. Lo hice. Marilyn estuvo muy amable con Brigitte, nada de diva, todo lo contrario. Fue la primera y la última vez que se vieron porque ese año murió Marilyn».
Ceferino conocía a Marilyn Monroe de los tiempos del Villa Capri, el restaurante donde dicen que se conocieron la actriz y Joe DiMaggio.
Luego, por exigencias de los dos, era el que servía el catering en los partys románticos de la actriz y el presidente Kennedy, en la casa de Bing Crusby, en Palm Spring.
«A mí – decía–me la presentó mi amigo Dick Powell, con quien había trabajado en una película (Rigth cross). «No estoy seguro de que Marilyn y Joe DiMaggio se conocieran en en Villa Capri – decía Jean Leon – . Les ví bastantes veces cenando allí. El iba mucho. Pero no era la primera vez que ella íba con alguien por el Villa Capri. La he visto cenando también con Marlon Brando, a quien ella admiraba mucho, y no sé si fueron medio novios, menuda pareja hacían; con Sammy Davis Jr., con Sinatra, con Elia Kazan, con su amiga Shelley Winters, que a mi me caía mal, entre otros. También solía venir por el restaurante Villa Nova, en Sunset Boulevard, cuando yo trabajaba allí. Para mí que fue en este restaurante, que era muy pequeñito, pero estaba muy de moda, donde conoció a DiMaggio y no en el Villa Capri. DiMaggio era muy celoso y sólo deseaba llevársela a San Francisco, donde su familia tenía un restaurante, y retirarla del cine. Tuvo mala suerte Marilyn con sus maridos. El de Arthur Miller tampoco funcionó, se veía que aquello no tenía ni pies ni cabeza».
Pese a la mitificación fetichista que se hizo de la figura de la actriz, después de su muerte – y que aún continúa-, el hostelero español nunca quiso explotar su amistad con Marilyn Monroe y se negó en redondo a vender a un museo de Los Angeles, donde se guardan muchos de sus objetos y recuerdos, la mesa número 14 de su restaurante, la que habitualmente utilizaba ella en sus frecuentes visitas a La Scala.
A Ceferino Carrión Madrazo, nacido en Santander, en 1929), le conocí en el año 1981, cuando él servía las comidas en los banquetes de las fiestas de la primera investidura de Ronald Reagan, en Washington.
Se fue de polizón a EEUU donde llegó a tener varios restaurantes en Hollywood y fue amigo de míticas estrellas cinematográficas de una de las épocas más brillantes de la historia de Hollywood, y de políticos destacados, entre los que se contaban cinco presidentes de los Estados Unidos. Pero esta es otra historia.