Un planazo de finde

He estado en dos bodas seguidas y, parece que es inevitable, en ambas me han abrasado con el tema de los pilotos. Como mucha gente se alegra de oír que nos van a bajar el sueldo a la mitad, vamos a trabajar el doble, nos van a machacar la existencia o nos van a echar a todos, con el poderoso argumento de que somos unos privilegiados y vivimos demasiado bien, les voy a contar a ustedes cómo ha sido mi fin de semana.

El viernes una amiga cumplía cincuenta años y nos había invitado a un fiestón que organizaba y que era muy apetecible. Lástima, el viernes a las 12:30 de la noche entraba por la puerta de mi casa después de ir a Berlín y volver. Tal vez en el sesenta cumpleaños de mi amiga tenga más suerte.

El sábado era un día muy apropiado para comer o cenar con nuestros amigos, a quienes vemos poco, ya que como es lógico ellos salen los fines de semana y yo dependo de lo que me tenga preparado la compañía, como pasa con mis vacaciones, que lo mismo que pueden ser en una quincena de verano, una vez cada dos años, pueden serlo en febrero, noviembre o cuando le venga bien a la empresa. En cuanto a la Semana Santa, los puentes, Navidad, Nochevieja o Reyes, qué les voy a contar, los aviones, con pilotos y azafatas dentro, vuelan en todas esas fechas.

Pues bien, el sábado no hubo cena, ya que a las dos menos cuarto de la tarde salí de casa camino de Lagos, Nigeria, que está a cinco horas de vuelo de Madrid. Llegué a casa a las cuatro y media de la mañana, después de esperar veinte minutos en la Nacional 1, que tenía cortada la Guardia Civil con un control de alcoholemia. Lo pasé vestido de uniforme y un poco zombie, pero con gran éxito: «Señor agente ¿tengo pinta de venir de la discoteca?». «Bueno, nunca se sabe».

Y no me puedo quejar del vuelo a Lagos, ya que se dio bastante bien la cosa, teniendo en cuenta que el margen que tenemos es mínimo y que cualquier retraso significa que no podremos hacer el vuelo de vuelta sin pasarnos de lo que legalmente nos está permitido volar. Cuando ocurre esto no es raro que a los pasajeros les cuenten que el vuelo se cancela porque los pilotos «dicen que están cansados y que se van al hotel». Así, tal cual, lo que no contribuye precisamente a que los pasajeros nos tengan mucho cariño cuando, cumplido el tiempo mínimo de descanso, les embarcamos con diez horas y pico de retraso. Sí, ya se que es una faena, pero ¿ustedes se subirían en un autobús cuyo conductor lleva 14 horas seguidas trabajando? Pregunto.

La verdad es que el vuelo es bonito y, tras pasar horas sin ver prácticamente rastro de vida humana, vimos anochecer sobre el Sahara y llegamos casi en hora a Lagos, a pesar de tener que sortear la tradicional barrera de cumulonimbus -nubes tormentosas, a veces de proporciones monstruosas- que suelen estar apostadas en los trópicos y que anteayer alcanzaban los 45.000 pies de altura, mucho más de lo que sube el avión. No es una buena idea meterse en un cumulonimbo y tuvimos que desviarnos más de cincuenta kilómetros hasta encontrar un hueco por el que cruzar.

El caso es que los problemas más complicados nos suelen ocurrir en el suelo, pero milagrosamente conseguimos torear el caos y la proverbial eficiencia de los nigerianos bastante bien y salir de Lagos para lidiar otra vez con las tormentas, esta vez a la luz de una espectacular luna llena. También tuvimos que lidiar con el sueño, pero la verdad es que nos hizo ilusión no tener que quedarnos a dormir allí, ya que el traslado al hotel, por la noche y escoltados por la policía o el ejército, es una verdadera aventura que a veces acaba muy mal, como le ocurrió hace un par de años al jefe de escala de la compañía y a su escolta, que fueron asaltados y asesinados en el trayecto al aeropuerto. Así que no es nada apetecible el plan de pasar la noche del sábado en Lagos y, francamente, si puedo elegir prefiero salir a cenar en España, donde además no hace falta ponerse repelente para los mosquitos, cosa que en África tropical es más que recomendable, como lo prueba el hecho de que hace apenas un año murió de malaria un piloto de la compañía tras un vuelo a Guinea Ecuatorial.

En fin, que tras sobrevivir a Lagos, dormir muy poco -acostumbrado como estoy a madrugones inhumanos- y pasar el domingo en estado catatónico, hoy he madrugado otra vez para pasar el reconocimiento médico, que es otro plan que me apetece muy poco hacer. Y me apetece muy poco porque, entre otras cosas, uno empieza a tener goteras y hay que pasar con buena nota los análisis de sangre y orina (incluido control antidoping), el electrocardiograma, la audiometría, las revisiónes del otorrino y del oftalmólogo, la del psiquiatra y la del médico de medicina aeronáutica. Y ¿qué ocurre si no pasas el reconocimiento? Pues que no puedes volar, se acaba tu carrera deportiva y te vas a casa, tengas la edad que tengas.

Dicho esto, al próximo que venga a recordarme lo privilegiado que soy -es lo que tiene la envidia de ver que alguien disfruta con su trabajo- le preguntaré que qué tal ha sido su fin de semana y le pediré amablemente que se lea esto y que me deje en paz.

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Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

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