Desertores

Magnifico el libro que acabo de leer: Desertores, los españoles que no quisieron la Guerra Civil. Su autor es Pedro Corral, que ha hecho un trabajo enorme para poner un poco de cordura en el relato de la guerra y desmontar los excesos de la propaganda y los mitos que sobre el entusiasmo bélico de nuestros antepasados nos han vendido en los últimos ochenta años.

El libro es especialmente recomendable ahora que, como es sabido, los que pretenden ganar la guerra ochenta años después están con la matraca que -a falta de ideas mejores y más productivas para los españoles- nos regaló José Luis Rodriguez. De hecho fue una de sus más brillantes aportaciones a la causa de la pacífica convivencia entre nosotros. Me refiero, claro está, a la memoria histórica. Memoria que para algunos -todo es bueno para el convento- es extremadamente selectiva, eso sí.

Pero con Pedro Corral los que pretenden explotar ese filón tienen un hueso muy duro de roer, como han tenido ocasión de comprobar tantas veces como han sacado el tema en el Ayuntamiento de Madrid, donde Pedro es concejal. Si quieren aprender historia y pasar un buen rato les sugiero que vayan a YouTube y pongan: «Pedro Corral, memoria histórica», ya verán lo bien que se explica y lo ilustrativas que son sus intervenciones.

En fin, que nos han contado tantas batallitas unos y otros sobre las profundas convicciones y el fervor patriótico con el que los jóvenes -y no tan jóvenes- se presentaban voluntarios y se iban con gran entusiasmo al frente, unos a luchar contra el fascismo y a defender la República y otros a luchar contra el comunismo y a salvar a España de la amenaza de Stalin y de las hordas comunistas.

La explosión del odio entre las dos Españas, odio hasta entonces apenas contenido, no podía acabar bien y -como en el cuadro de Goya duelo a garrotazos– acabamos matándonos entre nosotros con ese entusiasmo que sabemos poner los españoles como nadie en el mundo cuando se trata de arreglar las discrepancias entre nosotros.

El caso es que a muchos millones de españoles les pilló la guerra en el lugar equivocado, como les pilló con el paso cambiado y en el frente que no tocaba a decenas de miles de chavales que no tuvieron más remedio que incorporarse a uno u otro ejército, cuando la inmensa mayoría de ellos no quería saber nada de empuñar un arma en ese ni en ningún otro conflicto.

Es sabido que la primera víctima de un conflicto armado es la verdad, y me vienen a la memoria estas palabras de un poema de Jon Juaristi -inspirado en el que escribió Rudyard Kipling cuando mataron a su hijo en la 1ª Guerra Mundial- que trataba de encontrar explicación a otra carnicería más reciente, la de ETA: «¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes, por qué hemos matado tan estúpidamente? Nuestros padres mintieron: eso es todo».

Pues sí, y también nos mintieron unos y otros después de aquella carnicería, siempre tratando de arrimar el ascua a sus respectivas sardinas.

Pero resulta que fervor, lo que se dice fervor por ir al frente, hubo más bien poco, lo que si que hubo fue mucho escaqueo. En ese apartado siempre hemos sido unos artistas, y en la guerra no sólo fueron utilizadas todas las formas posibles de escaqueo, sino que con nuestra provervial creatividad inventamos unas cuantas más que no existían. Tal era la pasión por alistarse y luchar que si en total fueron reclutados por ambos bandos dos millones y medio de hombres, otros tantos consiguieron escaquearse de una manera u otra. Por no hablar de los que dan el nombre al libro, los desertores de los dos bandos, de los que hubo muchos miles, y eso sabiendo que desertar te podía costar la vida a ti, y también durísimas represalias a tu familia.

A los desertores hay que unir los prófugos, los enchufados, los recomendados, los que se afiliaban de prisa y corriendo a un sindicato, a la Falange o a otro partido político con la esperanza de librarse de ir al frente. Por no hablar de los que que procuraban enfermar -ya sea pillando una enfermedad venérea, rompiéndose un par de huesos o bebiendo queroseno de las lámparas, todo valía- o los que se autolesionaban pegándose un tiro en la mano o en una pierna para que se los llevaran cuanto antes de aquel infierno. Infierno infestado de piojos y en el que además de la muy real posibilidad de que te pegaran un tiro también se pasaba mucha hambre, se asaban en verano, se mojaban cuando llovía y en invierno sufrían congelaciones, ya que no tenían ni la ropa ni el calzado adecuados. Los que tenían unas alpargatas, en el frente de Teruel y con 15º bajo cero, eran afortunados comparados con los que los que para combatir tenían que envolverse los pies en harapos. En resumen, aquello era un horror del que había que huir a toda costa.

Todo esto lo cuenta admirablemente Pedro Corral, que ha hecho un trabajo ímprobo de investigación y de documentación. Incluso ha conseguido los testimonios directos, que no tienen desperdicio, de unos cuantos supervivientes.

Enhorabuena pues al Sr. Corral por dejarnos esta obra que creo que es imprescindible para aquellos que tienen curiosidad por saber lo que ocurrió de verdad en ambos frentes, sin monsergas, limpio de polvo y paja, y sobre todo limpio de propaganda.

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Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

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