Una noche en la OPA

España es hoy, a los ojos económicos del mundo, una versión peripatética y tontaina de aquel famoso diálogo merluzo de “Un día en las carreras”, entre Groucho Marx y su hermano Chico, sobre la parte contratante de la parte contratante de la segunda parte contratante. Sólo que, además, se desarrolla en ese otro no menos desternillante camarote del transatlántico de “Una noche en la ópera”, que ahora habremos de rebautizar “Una noche en la OPA”. Igualmente la podríamos llamar “OPA de ganso”, en la que nadie dudaría, ni siquiera el progresismo de embudo, sobre quién se multiplica en los papeles de ganso, tontaina y peripatético. Y “también dos huevos duros”, que, seguramente, serán los que terminarán por desnivelar este sainete.

Las ironías de la Historia han hecho, encima, que coincidan las maniobras caribeñas del Gobierno Zapatilla (Zapatero+Montilla) con el aniversario de aquel despliegue cazurro que fue el intento de golpe militar del 23-F, al que creíamos nuestra última exhibición de moscas y palillos de dientes ante Europa. Y que todos, muy especialmente el PSOE de aquella cena de Lérida, se encargaron de despachar con urgencia para que nunca nos enteráramos de lo que realmente se había urdido.

Y es que la Historia regresa siempre como farsa. Los pueblos viejos tenemos esa carga añadida: no sólo hemos de soportar que nuestros fantasmas no desaparezcan nunca, sino que cada vez acudan más descoloridos, tan desdichados y malos como siempre, pero más tontos, tontascos, chorras, bobos. El espectáculo de un Gobierno español presidido por un sujeto que dice no saber si el país que le ha elegido es o no una nación; que pacta entregar el control energético de la misma a quienes quieren separararse de ella; que tiene por ministro de Industria a un tipo que comanda un partido al que los que se van a quedar –la Caixa- con la principal empresa eléctrica de la in-nación –Endesa-, le han perdonado una deuda de ¡mil millones de pelas!; que dos días después de haber bendecido en Consejo de Ministros el uso indecente de todas las triquiñuelas legales posibles (manipulación desvergonzada de los órganos del Estado a su servicio), se va a comer con la plana mayor del capitalismo botiguer catalán y catalanista, a celebrar que se ha pasado por la punta del capullo, cual dictadorzuelo de baratija, los dictámenes contrarios, las leyes económicas y el sentido común, a cambio de su apoyo para mantenerse al frente de esa nueva familia Corleone en que están convirtiendo España; y que cuando aparece alguien desde Europa con una oferta mucho mejor para todos, se envuelve en la bandera de esa no nación a echar discursos gangosos sobre la patria y la luz eléctrica, supone una de las astracanadas más bochornosas de nuestra historia, y mira que tenemos. ¡Lo que podría haber inventado el gran Groucho Marx de haber conocido a Zapatilla!

Hay que imaginarse la escena de famiglia del nacional-pesetismo celebrando a ZP como a un hijo, descorchando botellas de cava entre risas cómplices y alabando que “aquest any, sí”, el Barça será campeón de Liga y de Europa, un triunfo que, unido a la aprobación del Estatuto y a la OPA, constituirá un nuevo año glorioso para Catalunya, como el 92, y una inolvidable y completa humillación para sus enemigos, los vecinos españoles. Y el presidente de España allí, de fiesta con delapierre. La mafia siciliana tuvo siempre un mayor sentido del decoro, como nos enseñó Scorsese. Aunque también el título de su obra maestra, “Uno de los nuestros”, le vaya como anillo al dedo a la comedia caixozapatera, esa unión de banqueros encantados y fuerzas progresistas dispuestos a ganar esta guerra civil de Cajas fuertes.

Pero un servidor viene sosteniendo que no es que Zapatero haya sido abducido por el nacionalismo catalán, sino que el nacionalismo forma parte de su estrategia para perpetuarse, para construir él también un Reich milenario. Es eso lo que le une a Montilla, el cordobés incorrupto, y lo que les está llevando a los dos, entre el asombro y la vergüenza de cuantos seguimos siendo españoles (pocos, desde luego), a protagonizar esta burda representación de la parte contratante, removiendo los fundamentos de la construcción europea, cambiando las reglas, usando el Gobierno para su exclusivo interés, y llamando, cual nueva Agustina de Aragón, a algunos de los más selectos buitres autóctonos a defender una españolidad que él trabaja por deshacer cada día que el sol sale. No puedo sino elogiar, porque alcanza categoría de arte, la jeta de estos payos, acabando por el inefable Carod, claro, que se ha mostrado comprensivo con ZP, afirmando, cual Tambor del Bruc inflamado de españolidad, que “es lógico que se empeñe en mantener a Endesa en su territorio”. ¡Pero si lo que quieren es llevársela a Cataluña y ya habíamos quedado en que era otra nación! Anda, pijo, ya caigo: Cataluña no es “la puta España”, salvo para la ‘pasta’.

Si finalmente la Caixa se queda con Endesa, a pesar de que hasta la Comisión europea ha tenido que advertir a ZP sobre lo impresentable de sus medidas, el Gobierno catalán –que, como consecuencia del Estatuto, la controlará por completo- tendrá en sus manos las decisiones sobre el desarrollo español: podrá determinar inversiones, tender líneas eléctricas o gasificar las regiones que le vengan en gana, asfixiando a aquellas comunidades que no le resulten simpáticas o que se le opongan. (¿¡Queda alguien en la izquierda!?)

Además, y tal y como habían pactado en el Tinell, el gran grupo energético supondrá, nuevamente gracias a las prebendas conseguidas en la financiación del Estatuto, una fuente de ingresos enorme que acallará, al menos por algunos años, las demandas catalanistas de igualarse en privilegios a un País Vasco que ya cuenta con el BBVA e Iberdrola como manantiales de riqueza exclusiva a costa del estanque común.

Y así, al fin, la coalición ZP-nacionalismos habrá alcanzado sus últimos objetivos plurinacionales: las regiones ricas, dotadas de auténticos Estados-piraña camuflados, vivirán de las pobres. Como fue siempre.

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