La Lola libre (y su Pescaílla)

El reporterismo rosa, o nuevo rehorterismo, que ha alcanzado su cumbre al amparo del enriquecimiento general de las masas aburridas, no parece que esté decreciendo en la era imperial de la Lumbrera de Occidente, el Abrazador de Civilizaciones, el Pacificador de Terroristas, el Reunificador de Naciones Disgregadas, el Salvador de la Unidad Europea, el Conciliamoros, el nuevo Caballero Jedi que vino a salvarnos del lado oscuro y de la Iglesia Católica, el Guía de Perdidos, el Plurilingüístico, el Plurinacional, el Pluripluri, esa joya inigualada desde el brillante Fernando VII, ese auténtico Líder de la Verdad, esa Brigada Antivicio contra el tabaco, las hamburguesas, las golosinas y los sustantivos del género masculino que es Él, José Luis, Rodríguez, Zapatero. No. Como digo, José Luis lo ha cambiado todo menos la muchedumbre de cotillas venenosos que puebla este país de miserables, cobardes, pícaros y resentidos.

Lola Flores, la gran Lola, aquella española de ley que te metía en el corazón, en los ojos, en la piel, una hermosura hecha de pasión, de aventura, de furia, de alegría, de hondura, de libertad creadora, desde la convicción de que el artista no es más que una sensibilidad enferma de serlo, necesitada de darse escape a sí misma, a una naturaleza excesiva, ella, nuestra Lola, se ve hoy arrastrada como un zorrón por las tertulias canallas de gentuza que no merecería ni recogerle los pelos caídos del coño, sólo porque el gitanito guapo que se compró, el repeinao que tenía para que le comiera el lerele se ha dedicado a largar en esas televisiones que así se han cubierto una vez más de mierda.

La Lola tenía un amante. La Lola, como tantos hombres y mujeres, como nos enseñó Machín, quería a dos hombres a la vez (o a treinta y dos, que los tuvo) sin estar loca. Pero eso es lo que no se le perdona: que fuera libre como un hombre, que hubiera llegado a un pacto con ese compañero que fue Antonio González, ‘el Pescaílla’, para mantener una unión de cariño, que es lo que de verdad queda después de los primeros años de cama, y gozar de libertad para alimentar sus cuerpos con la belleza joven.

Ahora, otra vez esas cadenas que presumen de familiar, la una, y progresista, la otra, icono de la izquierda ágrafa, van a cebarse con ellos. Esta misma noche, Antena 3 desenterrará a Lola para adelantarse al despellejamiento que, dos días después, va a llevar a cabo Tele 5: el despiece para casquería del pobre Pescaílla, hurgando en su vida anterior, en sus hijos con otras.

¡Qué país de aburridos, Señor! La misma sociedad que juega a casar homosexuales, a ponerse a la cabeza de la Historia de la legalización de todas las formas de amor posibles (todas menos la pareja normalita y sin matrimoniar, que esa sigue desprotegida), y esperemos que pronto vengan el trío, la poligamia y el harén, que todos somos hijos de Alá, monta un frenesí mediático porque una señora que ganaba mucho dinero con su genio mantenía un querido. Lola era libre, decidía su vida, se lo permitía su santísimo coño de gitana genial. Y no estaba pendiente de los demás, porque su vida era plena, rica, completa, intensa como su baile imposible.

Ese fue su pecado, no ser envidiosa, que es lo que lo que los envidiosos no toleran. Y los envidiosos y rencorosos de España no descansan nunca. Hoy dirigen cadenas de televisión, productoras -casi todas catalanas-, programas, se forran con su vileza rastrera, ejercen de estrellas, se llaman a sí mismos periodistas. Y algunos, hasta nos gobiernan.

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