La dictadura progre

Con ese título, “La dictadura progre” (Sekotia, Madrid, 2006, 2ª edición), ha aparecido recientemente el primer libro de Pablo Molina, columnista murciano de La Razón y Libertad Digital, y uno de los más destacados representantes del fenómeno que Juan Carlos Girauta ha llamado en otro libro “la eclosión liberal”. Molina pertenece a un grupo de nuevos escritores y medios que ha encontrado en internet el seguramente único territorio del pensamiento y la comunicación que no había sido casi completamente ocupado o inficionado por eso que él ha bautizado como “la dictadura progre”. Es decir, y tal y como sostiene en su libro, la larga marcha teorizada por Gramsci y Lukács hacia el cambio de mentalidad en occidente, la expansión ideológica de todo aquello que fuera contra las bases de la democracia liberal, Aristóteles, Roma, el personalismo cristianismo, el individualismo burgués, hasta conseguir ese “otro mundo posible” en el que el triunfo del marxismo acaeciera como un fruto maduro,ya no desde el absoluto fracaso de sus concepciones económicas, sino por la vía del dominio intelectual, el control de todas las factorías de producción ideológica, los medios de comunicación, la enseñanza, las organizaciones sociales y hasta la Iglesia.

Y, desde luego, y esto lo añade un servidor, ya no desde la vieja reciedumbre de los mejores comunistas, que condicionados por su propia circunstancia histórica creían luchar por la libertad, casi todos expulsados o purgados por los carrillos garridos esencialmente traidores que hoy sirven a ZP, sino por la estafa farsesca, desnatada, puritana, tontucia que encarnan los actuales administradores de la izquierda, los madrazares y los zapateros como destilados supremos del progre.

Pablo Molina pertenece, pues, a una generación de veinte-treintañeros que no conoció el franquismo y que no sienten por ello ningún complejo a la hora de enfrentarse a los postulados progres, de sostener con brillantez y desparpajo la defensa de los principios de la civilización occidental, de todo aquello que aman porque es la base de la democracia, la libertad y la prosperidad: la propiedad privada, la libre empresa, el mercado, la meritocracia, la igualdad ante la ley, los derechos individuales por encima de cualquier traba colectivista o cualquier discriminación, siempre ‘negatifas’, como decía aquel entrenador del Barça, nunca ‘positifas’. Y a los países que han representado y luchado por estos valores a lo largo de su historia, aunque no sean los únicos (sólo recordar a los grandes teóricos cristianos de nuestro siglo XVI o lo mejor de la tradición ilustrada), pero sí aquellos que se han convertido en objetivo progre: los Estados Unidos, Inglaterra y, rodeada de fanáticos por todas partes, la única democracia de Oriente Medio: Israel. El caso de los Estados Unidos es curioso, sin duda, porque junto a su defensa de las libertades y a que las democracias, todas, les deben literalmente la vida, son a su vez la mayor expendeduría de corrección política del mundo, y es desde allí, desde sus artistas y univesidades, desde donde salen las ideas que alimentan a sus enemigos de dentro y de fuera.

En cuanto a España, el franquismo produjo, entre otras muchas anomalías, empezando por él mismo, la de desarmar a la derecha liberal que dominaba en occidente y ya había protagonizado el régimen de la Restauración, para justificar la dictadura personal del General Franco. El liberalismo fue tan demonizado como el comunismo, secuestrado por el poder absoluto del dictador, mientras, sin embargo, se iba construyendo una sociedad basada en sus principios económicos y en su estructura social de clases medias fuertes, que es lo que iba a hacer posible la democracia. España era así un país extrañísimo en el contexto europeo, en el que la batalla por la libertad la protagonizaban los comunistas (en absoluto el PSOE de estos ‘rojos’ a la violeta de ahora), es decir, el partido cuyo proyecto en el resto del mundo mundial era acabar precisamente con la libertad ‘burguesa’, con la democracia liberal y con la economía de mercado.

El efecto perverso fue, a la muerte de Franco, una democracia en la que sólo tenían legitimidad las ideas de la izquierda de filiación marxista o los nazismos regionales en tanto que contrarios al centralismo franquista, sólo político, puesto que la riqueza se había distribuido con injustísima desigualdad para acallar a vascos y catalanes con un desarrollo industrial muy superior al del resto de España. Desajustes, arbitrariedades, equívocos que la democracia surgida de la Transición no supo resolver, y que seguían convirtiéndonos en una rareza histórica, en un país donde las fuerzas políticas que debían representar lo mejor de la tradición occidental vívían cabizbajas y acomplejadas por su falta de convicciones y, sobre todo, por no haber luchado nunca por ellas.

Si a ello unimos la desgracia que ha supuesto la ascensión de Zapatero al poder, suplantando a lo que debió ser y necesitábamos que fuera un partido socialdemócrata decente, inteligente administrador y redistribuidor de los beneficios del liberalismo, al estilo Blair que pudo ser aquí Nicolás Redondo, para sustituirlo por esta encarnación envenenada del sectarismo progre, de su no pensamiento, de su santurronería sensiblera, de su manipulación de la verdad que es hoy el Partido Zetapista, percibiremos en toda su dimensión la urgencia de un rearme ideológico y moral para oponerse a esta dictadura de tontos con malafolla que cada día nos va cercenando alguna libertad. Sin freno, sin escrúpulos, sin conciencia.

El libro de Pablo Molina, la corriente que con arrojo personal y valentía intelectual representa, la de estos jóvenes que piensan por sí mismos y lo publican, con un estilo, además, periodístico en su mejor sentido, ameno, vibrante, lleno de humor, de gracia, constituye un acicate para la revisión de muchas cosas que se nos han ido cayendo en los últimos años, entre los escombros de las Torres Gemelas y de los trenes de Atocha. Una diatriba inteligente y atrevida contra el catálogo de prejuicios sobre el que tantos años dormimos santamente, contra la esclerosis intelectual sobre la que la dictadura progre pretende dirigir nuestras vidas. Es el relato de una hartazón, una señal más de que España no está dispuesta a que la hagan desaparecer en silencio.

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